Encima de la mesa, o mejor, sobre el lienzo, once figuras, once personajes (Robespierre, Collot, Lindet…), una especie de última cena laica, el alma colectiva de la Revolución Francesa de 1789, punto de inflexión a partir del cual la soberanía de la nación recaerá en el pueblo, tiempo de Ilustración, Terror y Guillotina, de la razón letal; Michon se saca de la chistera el cuadro Los Once (novela publicada en 2010 con traducción de María Teresa Gallego Urrutia), lo sitúa en el Louvre, ante los ojos de un espectador y de su explicador, que le irá dando cuenta de la historia del cuadro, de su autor, Corentin, de aquellos años de esperanza y terror, los años previos del tráfico de esclavos, el yugo blanco, la construcción de canales, esclusas, la madera de ébano que convertirá, como en la alquimia, el sudor ajeno en oro y riquezas inconmensurables, Michon no da puntada o pincelada sin hilo o pincel fino, como gran detallista que es y la narración engancha, embriaga, te subsume en ese momento histórico, algo parecido a lo que lograba Vuillard en su 14 de julio, solo que aquí la cámara no está entre la gente, a la altura de la cintura, más bien aquí sería una cámara a vista de dron, capaz de plegar el tiempo histórico (por ahí aparece Michelet, autor de la Historia de la Revolución Francesa) y el espacio, en 137 páginas maravillosas.
Pierre Michon en Devaneos
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