Si los libros valiosos son aquellos que nos enseñan a mirar de otra manera, este de Christian Bobin es uno de ellos.
Bobin se enfrenta a la enfermedad de su padre, el alzheimer y reflexiona sobre cómo la sociedad dialoga con la muerte, siempre orillándola. Cómo el progreso, los avances técnicos y tecnológicos, permiten un control exhaustivo de la enfermedad, dejando al enfermo de lado, al menos en el plano emocional, afectivo.
Su padre va a parar a una residencia donde recibe los cuidados básicos, pero Bobin reivindica aquello que nos hace humanos: la atención, el afecto, una mirada, una caricia, un silencio compartido, dado que la indiferencia ajena nos despersonaliza y nos convierte en objetos.
En esa mente en ruinas que el alzheimer va devastando, Bobin, entiende esa pérdida, ese despojamiento como un tránsito hacia la pureza, hacia esa situación en la que ya no hay defensas, ni asideros. Un lugar donde los recuerdos y el lenguaje ya no son posible, un territorio virgen por tanto, donde la relación afectiva, cambia, y donde el enfermo, necesita compañía, la presencia del otro, algo tan sencillo como verse acompañado, aunque como dice Bobin, por parte de muchos cuidadores y profesionales médicos tenga que escuchar, que de poco sirve estar al lado de alguien con la cabeza ida.
Si interesante es casi todo lo que Bobin refiere sobre la enfermedad de su padre, igual de interesante es la entrevista que le hacen a Bobin, donde sigue este dando la importancia que cree que merece a algo como la atención. Y pone el ejemplo de un filósofo que en su compañía estaba mirando a menudo el móvil, viendo así si le entraba algún mensaje «urgente«. Dice Bobin que cuando está con alguien, compartiendo su espacio, hilando sus miradas, lo urgente es el otro, a quien se ve en la obligación, que no es tal, de prestarle atención. Razón lleva Bobin, porque hoy las redes sociales, nos ponen en contacto con personas a las que no conocemos, y es posible que nunca conozcamos presencialmente, mientras depauperan las relaciones con nuestros seres más cercanos, más próximos, más queridos, que nos ven emboscarnos y precipitarnos por toda suerte de pantallas, que nos evaden tanto como nos separan de los afectos más inmediatos.
Las fotos en blanco y negro, de Maribel Suárez, que cierran el libro, esos rostros surcados de arrugas, curtidos, sarmentosos, como una faz de la tierra hollada y exhausta, son de una belleza .
Un libro este de Bobin -autor al que quiero seguir leyendo- cuando menos conmovedor.
Dejo unos párrafos que he disfrutado especialmente.
«Es imposible proteger de la desgracia los que queremos: he tardado mucho tiempo en entender una cosa tan simple. Aprender siempre es amargo, siempre a nuestra costa. No me arrepiento de esta amargura».
«Necesito siempre algunos minutos para ir a su paso y unirme a él en esa lentitud propia del principio y el final de la vida».
«El árbol delante de la ventana y las personas de la residencia tienen la misma presencia pura -sin defensa alguna ante lo que les sucede día tras día, noche tras noche».
«En este mundo que no sueña más que con la belleza y la juventud, la muerte no puede venir más que a hurtadillas, como un servidor desagradable al que se le hace entrar por la cocina».
El Gallo de oro. 2017. 120 páginas. Traducción de Alicia Martínez