Cada día disfruto más con artefactos literarios como el pergeñado por Miguel Ángel Ortiz Albero (Zaragoza, 1968), escritor y artista plástico. Un libro que tiende al ensayo, que es una recopilación de microensayos en los que el autor selecciona las palabras, sentencias, aforismos, reflexiones, pensamientos extraídos de diarios de escritores, pintores o directores de cine para acercarse al Arte de otra manera, a lo Vila-Matas, para entendernos, así lo que aquí se refiere tiene que ver con los artistas sin obra, o con los artistas con obra pero que quieren acabar con ella, con el arte como proceso de creación y destrucción y artistas devenidos en Penélopes ensimismadas que tejen y destejen su obra una y otra vez pues no quieren acabarla, como si lo interesante fuese el proceso o incluso la idea primera, esa chispa que da lugar a todo lo demás.
Obras que si se publican se malogran, obras a los que los escritores quieren prender fuego, páginas en blanco ante las que el escritor se estrella, y se plantea abandonar. Escribir para descargarse de la obra, para volver a empezar de nuevo. El acto de demorarse, de no querer arrancar, de tomarse su tiempo el artista antes de pintar, de escribir. El arte como vanidad, el arte como relleno de la NADA. El arte como escondite, como repliegue, como renuncia, como un viaje vertical, como un fracaso continuo, como imposibilidad.
Un libro como éste me agota, porque cada línea es un pensamiento a analizar, pero cuando por ahí aparecen maestros como Quignard, Steiner, Canetti, Marguerite Duras, Kafka, Pessoa, Woolf, Vila-Matas, Chejfec, Argullol, Benjamin, Valéry, Baudelaire, Adorno, Broch y un largo etcétera, solo queda abandonarse y entregarse al naufragio y a la obliteración.