Sospecho que el pasado solo podrá ser enterrado cuando se conozca la verdad respecto al mismo
Hugh Tomas
La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona de Alfons Cervera (Gestalgar, Valencia, 1947) es la guerra sin cuartel que la literatura a veces mantiene contra la desmemoria, contra esa distancia que cubre todo con el oprobio del silencio y el olvido.
En julio de 1965 Los Beatles llegaron a España para tocar en la Monumental barcelonesa. Ese día dos jóvenes salieron de Los Yesares en coche con la idea de presenciar el concierto. A su llegada a la ciudad, la policía los interceptó y los llevó a los calabozos en donde tuvieron barra libre de zumo de porra hasta quedar ahítos, sospechosos de ser terroristas, anarquistas, comunistas o simplemente por llevar el pelo largo, a saber. El responsable de la tortura, antaño laureado, verá como sus sádicos métodos no son válidos (esto es un decir porque en 1982 el Estado seguía asesinando gente impunemente) ya bajo una democracia y el futuro lo arrumbará, toda vez que el daño, mucho daño, y mucho dolor ya estuviera hecho y asimilado por sus víctimas.
Alfons simultanea la barbarie en el calabozo, que me recuerda a las primeras páginas de Twist de Harkaitz Cano, con la voz de un narrador amigo de los detenidos que mediante continuas digresiones y a salto de mata irá refiriendo su pasado, el de una España negra, que no se consumió a sí misma con la guerra civil sino que siguió en su vena más goyesca durante la posguerra a través de la represión –que tan bien recoge Susana Sánchez Arins en su magnífico Dicen-, el exilio, las depuraciones y otras tácticas siempre eficaces de amedrentamiento colectivo.
El texto se pasea por el presente y el narrador no sabe qué responder cuando un joven francés le pregunte por El Valle de los Caídos, monumento de la ignominia que rinde homenaje a un dictador y que después de cuarenta años de democracia sigue ahí dando guerra gracias al miedo de ultratumba capitalizado pero no amortizado, y al que José María Pérez Álvarez le dedicaba unas páginas estupendas en El arte del puzle, ambientadas en la inauguración del mismo en 1959 con el anual Desfile de la Victoria.
Alfons en su muy recomendable y combativa novela se va por las ramas de una biografía ligada a la oximorónica memoria colectiva pero una y otra vez vuelve machaconamente -atenazando al lector- al calabozo la tortura el miedo la náusea el vómito la mierda las ratas muertas el porvenir astillado el crujir de huesos la alborada desángrandose tras los párpados amoragados… para que ese pasado que como dijo Faulkner nunca muere, siga estando siempre presente resistiendo a duras penas al blanqueador de la amnesia. Hay ese empeño. Esa constante.
Piel de Zapa. 2018. 176 páginas