Estupendo debut el de Andrea Abreu con su novela Panza de burro editada por la sevillana Barrett.
Las protagonistas son dos niñas tinerfeñas de diez años. Vemos el mundo, a mediados de la primera década del siglo XXI (el mésinye, la novela en la televisión (Pasión de Gavilanes, La mujer en el espejo), el grupo Aventura, los primeros ciber, los Pokemon…), a través de sus ojos. La narradora está prendada de su amiga Isora, que la subyuga y eclipsa. Es esta la historia de una gran amistad, entreverada con deseos y picores amorosos. Ya saben, me vengo estregando.
La gran virtud de esta singular y audaz novela es el lenguaje (que da cobijo a la experiencia) que maneja Andrea: vivaz, luminoso, hilarante, electrizante; un léxico que se paladea (en la línea de Indiana, Melchor, Gallardo…) y sobre todo, el gran logro por parte de Andrea de esa vigorosa y fértil voz narrativa.
Como el boxeador que va trabajando a su adversario a base de golpes para dejarlo a punto de caramelo antes de soltarle el trompazo definitivo que lo lance a la lona, así opera Abreu en su relato; nos presenta a Isora y a su inseparable amiga, nos descacharramos con sus andanzas, juegos, diálogos, encontronazos, con su mirada virgen y desprejuiciada, con sus raptos de soledad y tristeza, ante las asechanzas de la malnacida brumasera en la que se cuecen los días en una masa espesa que confunde mar y cielo; nos esforzamos entonces al leer por tratar de recordar cómo éramos nosotros con diez años, medimos la distancia, la profundidad del abismo, buscamos algún parecido en aquel rostro infantil, y cuando el alma está ya emoliente, vienen dos giros, uno que tiene que ver con el cuestionamiento de la amistad, en el vestíbulo de la adolescencia y el aldabonazo final, del que aún ahora me ando restableciendo.
Pocas novelas leo de escritores tan jóvenes. Abreu es del 95, pero si son tan sobresalientes como ésta, que vengan en aluvión.
Barrett. 2020. 172 páginas. Prólogo y Editora por un libro: Sabina Urraca