Fin supone el debút del escritor David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962, quien dicho sea de paso curra en una fábrica), publicado en 2009 por la editorial catalana Acantilado. Llegué a él porque aparecía en uno de esos listados con los mejores libros del año 2009, en el suplemento cultural Babelia.
Una manera de medir el interés que la lectura de un libro nos suscita es el tiempo que tardamos en leerlo. A Fin he de darle una buena puntuación dado que sus 350 páginas las he devorado en 24 horas. Es esa clase de libro que te anima a seguir leyendo, que aprovechas el mínimo momento para abalanzarte sobre él e hincarle el diente, lo cual únicamente viene a decirnos que el libro engancha, como lo hacen los de Dan Brown, APR, Matilde Asensi, Noah Gordon, etc, pero nada apunta sobre la calidad literaria del mismo, ni si dentro de 10 años alguien se acordará de él, o será, como me temo, flor de un día).
En un comienzo parece que nos encontramos ante la versión escrita de la película Los amigos de Peter o Remake (de Roger Gual), donde los miembros de un grupo que en su día eran amigos, deciden reunirse 25 años después en un refugio en la montaña, para pasar juntos un fin de semana, un día y en un lugar concreto. Una propuesta por otra parte que tendría muy poco de original.
Sabemos que los malos rollos de entonces, las rencillas, aflorarán de nuevo, porque a pesar de acumular todos los presentes una mayor experiencia (hablamos de adultos que frisan la cincuentena), los roles de la adolescencia vuelven a repartirse sin alteración, las heridas no se han cerrado, el dolor sigue latente bullendo en los corazones, junto al rencor, el odio, los deseos de venganza y de redención. Costará muy poco entonces airear los trapos sucios, enzarzarse en discusiones de todo tipo, ya sean políticas o tocantes a la identidad sexual de los presentes, cobrarse sus pequeñas venganzas, en un ejercicio nulo de autocrítica.
Si esto fuera todo lo que el libro nos ofrece nos encontraríamos ante otro libro más corriente y moliente. Pero el caso es que hay más cosas, porque de los que formaban el grupo, uno no se ha presentado, el denominado entonces El Profeta, y cuando comiencen a suceder cosas raras todos creerán que éste anda detrás de todo, convirtiéndose en una amenaza, de la que hay que esclarecer si es real o imaginaria.
A fin de no desvelar más aspectos del libro no entraré más en el contenido del mismo, únicamente apuntar que ya por la mitad del libro a uno le parece estar viendo a los personajes de La Carretera. Los diálogos que mantienen los personajes se alimentan de lo coyuntural (algo sorprendente dado que ahora mismo según confiesa el autor del libro sólamente lee a los clásicos) y es curioso que aparezca mencionado Aznar (con aquella frase suya celebré «y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí»), rememorar los paseos en bicicleta de Piraña y los suyos de la mítica serie Verano Azul, o frases que forman ya parte del pueblo como la de Cruz y Raya «Si hay que ir se va«. No faltan tampoco charlas que versan sobre el odio radical a los extranjeros, musulmanes o no, sobre la identidad sexual de los personajes, acerca de como el paso del tiempo destroza los matrimonios y deja el paisaje lleno de parejas separadas y custodias compartidas y otros temas que son el pan nuestro de cada día (para el circo ya tenemos el fútbol).
En un momento dado alguien dice que en las películas de miedo cuando no saben cómo acabarlas resulta que todo ha sido un sueño y santas Pascuas. Fin corre el mismo riesgo. Al final creo que lo que David ofrece no es otra cosa que un relato donde el espectador al igual que el burro tras la zanahoria devora páginas para salir de dudas, con un Profeta (y en especial la historia que pudo haber generado su ira divina) convertido en un solvente Mcguffin, y que a mí al menos el final me ha dejado muy frío, si bien está claro que no podía ser de otra manera, habida cuenta del tinte apocalíptico en el que deriva.
Dejo un enlace que habla del libro que me ha parecido bien interesante.