Esta novela la escribió DeLillo en 2007, seis años después de la caída de las Torres Gemelas. Tiempo tuvo el autor para procesar tal brutal acto, que marcaría un antes y un después, de forma notoria, y cuyos efectos vivimos el resto de los habitantes de este planeta hasta el momento presente.
La novela arranca con fuerza, a lo grande, de manera espectacular, con un avión chocando contra una de las Torres y siguiendo entonces la travesía de Keith para dejar el edificio, ileso, entre humo y cenizas. Esas cuatro primeras páginas son muy buenas.
Sabremos luego que Keith estaba casado con Lianne, que lo habían dejado, pero tras dejar la Torre, o lo que queda de ella, no volverá él a su morada solitaria, sino que se encaminará a la casa de su ex, quien conmocionada ante la magnitud de la tragedia, no tendrá otra opción que dejarlo pasar, consolarlo, abrazarlo, restituirle su espacio en el catre.
¿Una tragedia presente es capaz de enmendar un pasado truncado?.
Tras la sacudida del atentado llega la conmoción y la búsqueda de los porqués (la muerte de más de tres mil inocentes requieren alguna explicación). En la novela tenemos a Hammad quien se montará en el avión rumbo a su destrucción, abrazando la yihad como una verdad incuestionable, donde las muertes ajenas serán daños colaterales, pérdidas a las que no hay que prestar demasiada atención.
Tenemos también a Nina, la madre de Lianne, y a su amante, al de la madre, Martin, el cual atesora un pasado oscuro que no desvela, pero sí lo suficiente para que sepamos que en su día él también fue un revolucionario, de los que creían que la sangre (ajena) era necesaria para despertar conciencias, y que sean Torres las que caigan o cualquier otra cosa que vuele por los aires, el denominador común venía a ser el mismo; que los americanos debían medir mejor el efecto de sus actos, y que estas Torres buscando el cielo, esa muestra de codicia y supremacía, estaban ahí pidiendo que las tiraran (como el niño que ve un castillo de arena en la playa y sin pedir permiso lo destroza), como si esa y no otra fuera su razón de ser.
Cuando Keith dejó la Torre se llevó un maletín que no era suyo. Localizará a Florence, su dueña. Ese acto trivial en apariencia le dará a Florence una razón para vivir, para no abandonarse. Surgirá ahí un lazo afectivo-sexual-temporal entre ambos.
Mientras, Justin, el hijo de Lianne y Keith, junto a otros dos hermanos, buscará aviones en el cielo con sus prismáticos, esperando la caída de las Torres, como si la vivida no fuera real y esperan el derrumbe de las verdaderas.
A su vez, un artista, El hombre del salto, realizará saltos, con un arnés, boca abajo, con la postura de esos que decidieron poner fin a sus vidas, cuando entendieron que todo estaba perdido.
Él salta, otros interpretan sus saltos.
Lianne quien sufrió el suicidio de su padre cuando éste supo que una enfermedad lo iba a vencer, trabaja en una asociación de personas con Alzheimer, donde monitoriza un taller de lectura, donde los atentados y los aviones están también presentes.
El atentado será reabsorbido por los americanos a medida que vayan pasando los días, y todo se asienta, como el polvo en las repisas, y la gente vuelve a lo de antes, a vivir sus vidas tras el shock. Keith volverá a dejar el hogar compartido para ganarse la vida jugando al poker como jugador profesional, en Las Vegas, mientras Lianne sabe lo que atenerse de nuevo, lo que le vaticinó su madre, con ojo clínico cuando iniciaron su relación, que Keith era ese tipo de hombre, ideal para estar con sus amigos, pero un infierno para las mujeres.
DeLillo apuesta por la densidad en su escritura y la lectura se torna trabajosa en ciertos momentos. A sabiendas, el autor, va fragmentando la historia, si bien esta acaba resultando circular, ya que comienza con el avión estampándose contra una Torre y acaba con Keith en la oficina momentos antes de que tenga lugar el Atentado.
Esa fragmentación está cebada de saltos en el tiempo, lo cual exige una mayor atención, incluso varias relecturas a fin de situarte, si bien una estructura lineal tampoco le hubiera ido nada mal a la historia, pero como sucede en el cine, hay directores a los que le van los saltos en el tiempo, descolocar al espectador, mostrando así su dominio técnico, en el ensamblaje de esas piezas temporales.
Si los momentos iniciales y postreros o aquellos en los que aparece Nina, Martin o Florence, son vigorosos, cuando la acción se traslada a los Casinos y al quehacer sobre el tapete de Keith, la historia se encalla y languidece de tal manera que ni siquiera la traca final, muy lograda, logra enderezar una historia cuyo atractivo, a priori, es evidente.
Pues me ahorro esta novela. De este autor he leído Cosmópolis y me ha gustado mucho. Tengo pendiente Submundo, pero necesito unas vacaciones de verano para tener tiempo de adentrarme en ella.
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