Al fin. A Belén Gopegui quería leerla hacía ya años, pero por una razón u otra no llegaba el momento. En un comentario de un libro reseñado aquí se habló de La conquista del aire de Gopegui. Decidí leerlo y ahora comentarlo.
Cuando leo un libro de esta características me viene siempre en mente una viñeta del Roto, que dice «ya no hay clases sociales, solo hay niveles de consumo«, porque el libro de Gopegui es lo de que invitan a la reflexión, de los que nos hacen pensar o al menos creo que esta será la pretensión de la autora, más allá de convertir su libro en un mero pasatiempo que se consume al tiempo que se lee.
La relación que Carlos mantiene con Marta y Santiago se adentrará en un territorio inhóspito una vez que el primero les pida a sus dos amigos cuatro millones de pesetas (estamos en 1994 y sí, todavía no había entrado el euro en nuestras vidas). Dinero con el que Carlos podrá mantener en pie su empresa, evitando así echar el cierre.
Algo que en apariencia no debiera tener mucha importancia, ese préstamo, esa deuda a reembolsar, acaba teniéndola, tanto como para hacer estallar no solo amistades que uno creía solidificadas en la rutina, el conocimiento mutuo y el poso de los años, sino las relaciones afectivas, porque algo cambiará en la relación que Carlos mantiene con Ainhoa, Santiago con Sol y Marta con Guillermo.
Es fácil darlo todo cuando no se tiene nada, defender el bien común, universal, anteponer el bienestar ajeno al propio, crecer en el sacrificio, en la renuncia, hacer todo eso cuando uno es joven, valiente, arrogante, inocente y se siente libre. Pero esos jóvenes, Carlos, Marta y Santiago, han crecido y ahora superan los treinta, y tienen sus carreras universitarias terminadas, y se han dejado los codos preparando oposiciones, o han apostado por el emprendimiento personal, o son capaces de moverse bien en cualquier agua, con su ideología convertida en un cazadora reversible y van afianzándose en el escalafón social, progresando, atesorando bienes, propiedades, dinero en sus cuentas corrientes, relaciones en su balances afectivos, y ahora la renuncia (prestar en este caso 4 kilos) les escuece, ya no es un acto reflejo, sino algo que sopesar con calma, conciliar lo que dicta el corazón y el cerebro, conceder ese dinero a regañadientes, sin convicción, a la fuerza, porque la ausencia de ese dinero los hace débiles, frágiles, sometidos a la intemperie de lo contingente ellos que tienen cada vez más cosas atadas.
Gopegui logra en sus 340 páginas del libro, además de entretenernos y mucho con las andanzas, idas y venidas, aproximaciones y dejaciones de todos estos protagonistas, ofrecer al lector un buen puñado de reflexiones, que no me parece surjan del rencor, sino desde la lucidez, desde el distanciamiento, porque no arremete la autora contra ninguna de sus creaciones, sabedora de que todos, ellos y nosotros, somos poliédricos, complejos, contradictorios, que nos equivocamos, a veces a sabiendas, nos relamemos en el fracaso épico y nos sentimos solos casi siempre, a pesar de que nuestro cordón umbilical haya sido sustituido por un contrato de matrimonio o por un te quiero a quemarropa, que las buenas intenciones son armas de destrucción masiva y que el paso del tiempo transforma el compromiso en egoismo.
En 1993 España estaba en crisis. Ahora también. Todo es cíclico. Los errores se repiten con frecuencia. La novedad ahora es que además de haber ciudadanos indignados también hay políticos de base que cantan las cuarenta a sus jefes.
Los jerifaltes del PP y PSOE convergen, se confunden en las alturas, en los aviones de primera clase, en los hoteles de cinco estrellas, en sus viajes de ensueño, en sus prebendas y privilegios comunes. Ahí la ideología es la misma: la codicia.
Me alegro que te haya gustado este libro de Gopegui. En otros me parece muy maniquea e incluso inocente, pero ya nos irás diciendo que te parecen, porque es claro que planeas leer más de ella.
Aciertas Darío. Ando leyendo La escala de los mapas y tengo Lo real, también esperando. Comentaremos ambas.
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