Jérôme Ferrari
Editorial Demipage
2013
180 páginas
Descubro leyendo Donde dejé mi alma, a un escritor (Jérôme Ferrari) y una editorial (Demipage). Jérôme Ferrari (1968) se llevó el Premio Goncourt 2012 por su novela El sermón sonre la caída de Roma. La pretensión y el argumento de la misma quedan bien definidos en las páginas 183 a la 185 por la notas de la traductora, Sara Martín Manduiña.
«Con esta obra, Ferrari demuestra que la literatura es una arma certera que, a diferencia de la pretendida objetividad de la Historia y de la obscena desmesura de la Épica, es capaz de desentrañar al hombre desnudo, con toda su brutalidad, su intranscendencia o su heroicidad.
La historia es un tira y afloja entre el capitan Degorce y el Teniente Andreani. Ambos están metidos en la boca del lobo, son militares, han cometido un buen puñado de atrocidades, viven a espaldas de sus familias (otra guerra perdida), que en la distancia les envían cartas, diciendo cúanto los quieren y extrañan, mientras ellos tratan de arrancar confesiones, torturando, mutilando, asesinando a sus prisioneros.
Por ahí hay un tal Tahar (un peso pesado, uno de los terroristas más buscados por los Franceses), que en la contraportada del libro tiene mucha pompa, pero que leído el libro tiene la misma presencia que un figurinista.
Jérôme Ferrari echa la vista atrás en el fango de la Historia para constatar que quien en su día fue maltratado y vejado (en un campo de exterminio nazi por ejemplo) puede luego ejercer de verdugo con eficacia, sin que le tiemble el pulso, cuando lleva uniforme y su misión es hacer del mundo un lugar más seguro, sea en la Guerra de Indochina o en la guerra de la Independencia de Argelia.
El libro es algo parecido a una misiva imaginaria, un parlamento que Andreani mantuviera con Degorce, con mon capitaine, pues así se dirige a él, una y otra vez, en sus soliloquios mentales. Se va mezclando el momento presente, en el que Tahar aparece colgado en su celda, con todos los hechos que acontecieron antes, en las vidas, que se juntaron, de ambos.
Ferrari muestra unos personajes que al servicio de una causa, pierden el norte y cualquier principio. Marionetas en manos del destino o de sus enemigos, sacrificando su dignidad ante Dioses que hace tiempo ya que les negaron el saludo. Militares abandonados a su suerte, haciendo el trabajo sucio, con la mirada siempre al frente, al futuro, porque su pasado es un animal hambriento dispuesto a devorarlos.
El corazón de Degorce, o su alma, es un cajon de sastre, donde hay de todo: pena, soledad, orgullo, tristeza, compasión, arrepentimiento, vileza, clemencia, odio, magnanimidad. Todo esto dentro de un mismo organismo provoca secuelas de todo tipo, de ahí que El Capitán Degorce, esté aburrido y asqueado ya de todo, flotando cada día que pasa en el mar muerto de sí mismo, con la vana ilusión de que si encuentra su alma allá donde la dejó, su vida podría recomenzar.
Ferrari (no la escudería, sino el escritor) opta por la concisión y la claridad. Nos sale Descartiano el muchacho. Pero al final Jérôme resulta conciso, pero no tan claro, porque las ideas que la hierven en la cabeza, las estira y deforma una y otra vez, en la boca de sus personajes, tanto que me resulta difícil saber cuando Degorce se mostrará magnánimo o bárbaro, cuando romperá la baraja o será él, quien empuñe el cuchillo castrador ante los prisioneros que le pongan a tiro.
Ferrari busca impactar. El tema que se trae entre manos da mucho juego, porque poner, por ejemplo, un cuchillo en manos de un carnicero castrense francés junto a un árabe con el esfinter dilatado por el acero, mirando a la Meca, puede ofrecernos unas páginas sangrantes, espeluznantes y sobrecogedoras, pero Ferrari abusa lo justo y prefiere más optar por lo discursivo, lo simbólico y lo poético, y todo esto a mí me ha resultado huero y rimbombante, un fino sirimiri que ni empapa, ni empero molesta. A la hora de adjetivar Ferrari se queda solo: y se desploma bajo una espeluznante nostalgia..conozco su cobardía inconmesurable, conozco la inmensidad de su flaqueza, su sed inextinguible de castigo...
Podría decir que la novela de Ferrari es indefectiblemente hermosa pero a fuer de pomposo, mentiría.
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