260 páginas
2005
Editorial Mondadori
Hay ciertos escritores agraciados con el Premio Nobel de Literatura ante los cuales guardo ciertas reservas. J.M, Coetzee era uno de ellos. A otros, como Mo Yan o Jelinek, creo que no los leeré nunca.
Coetzee, como a Paul Rayment Wayne Blight, me atropelló, me cogió con las defensas bajas, y me vi leyendo un libro suyo que tenía a mano. Hombre lento, publicado en 2005, por Mondadori, con traducción de Javier Calvo.
El libro me parece una ácida reflexión sobre lo que supone envejecer, sólo, solitario y disminuido, en sentido literario. Cada cual nace y muere de una manera, así que este último paso no es igual para todos. En el caso de encontrarnos ante un jubilado que decidiera pasar sus últimos años viajando con el IMSERSO, bronceando su piel en las playas de Benidorm, yendo a hacer ejercicio por las mañanas y echando la partida por las tardes, no habría libro, más allá de una manifestación explícita del hecho de estar jubilado y la voluntad de exprimir cada día como naranjas de zumo, hasta quedar ahíto.
No, este libro no va de eso, este libro va de un señor gris y sosainas, Paul Rayment, en su día fotógrafo, que cuando va con su bicicleta por una calle de Adelaida (Australia) es embestido por un coche, que conduce un joven, lo cual lo hace volar por los aires, para acabar en el hospital, perdiendo finalmente una de las piernas.
Este hecho aciago, la amputación, le obligará a Paul a replantearse ciertas cosas. Paul vive sólo, está divorciado, no tiene hijos, y debe lidiar con su nueva situación echando mano de la asistencia sanitaria que le proporcionarán las profesionales encargadas de sus cuidados. En esas anda Paul, lamentándose y reflexionando acerca de su nueva situación de tullido, de disminuido, cuando recibe un flechazo de Cupido, para caer rendido a los pies de una de sus cuidadoras, la croata Marijana. Los cuidados que recibe se transforman de manera gradual de afecto en apasionamiento. Pero Marijana está casada y tiene tres hijos, y Paul querrá hacer algo por ella (montarla a horcajadas y galopar por las praderas Australianas, por ejemplo), de forma desinteresada, dice, algo imposible, cuando las llamas del amor debastan el intelecto desde la raíz y el cuerpo solo anhela el roce de otra piel.
Ante esta situación, y dado el poco arranque de Paul, siempre comedido, siempre lento y trabado en su proceder, recibirá la inopinada visita de la irritante Elizabeth Costello, una escritora, septuagenaria, como él, que se cuela de rondón en su domicilio para animarlo a hacer ciertas cosas, que Paul, antes del accidente no habría hecho, forzándolo a actúar, a moverse, a decidir, a echar mano de otra actitud, que sería la encarnación de esa prótesis a la cual Paul se niega a usar. Una Costello que resulta desquiciante, pero que funciona bien como recurso narrativo, ya que nos permite a los lectores, saber más cosas sobre Paul, porque la Costello no sabe estar callada, y le gusta estar todo el día hocicando en comederos ajenos.
Me ha gustado la forma que tiene Coetzee de narrar, su sentido del humor, lo descarnado de su prosa, las interesantes reflexiones presentes en libro sobre la soledad, sobre el inexorable hecho de aprender a envejecer, acerca de tratar de dar sentido a una vida haciendo algo por los otros, aunque no sea un acto del todo desinteresado, sobre el papel de los extranjeros como Marijana y su familia y su incardinamiento en un país nuevo como Australia, sobre los roces entre los jóvenes y los ancianos (a través de la fotografía), etc.
Un accidente que le permitirá a Paul perder una pierna y ganar otras muchas cosas. Sí, porque la realidad está ahí fuera, o le que viene a ser lo mismo, dentro de esta novela.
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