Miguel de Unamuno (1864-1936) plantea en esta obra mínima, en cuanto a extensión, lo trágico implícito en el hecho de que una cura pierda la fe. Un descreimiento que nos será referido por una vecina de la localidad de Valverde de Lucerna, quien acopia datos sobre la vida y obra de Don Manuel, quien una vez difunto, va camino de ser beatificado, para reconvertirse ya para la posteridad en San Manuel Bueno, mártir.
Don Manuel participa, primero a la narradora, a Ángela, sus dudas. Luego lo hará con el hermano de esta, con Lázaro, que regresará del Nuevo Mundo, recelando del ámbito rural y de la religión católica, pero que tardará poco en dejarse seducir por la humanidad exultante de Don Manuel.
A ellos dos, Manuel les hace ver que ya no cree lo que dice en sus homilías. La única vida eterna en la que cree Don Manuel es la que tiene lugar sobre la faz de la tierra. Esa lucha interior que mantiene el párroco lo mina, lo socava, y es en la figura de Lázaro en quien consigue dar rienda suelta a sus pensamientos, a sus miedos, y en quien encuentra el perdón que necesita para poder seguir haciendo lo que hace, toda vez que entiende que para los pobres de espíritu, para los lugareños, hacerles ver otra realidad, hacerles partícipes de sus miedos, de su inseguridad, de su falta de fe, de su Verdad, lejos de ayudarles a elegir su camino, los sumiría en la zozobra, en la indecisión, ante lo cual Don Manuel decide mantener su secreto y seguir dando misa por compromiso con su pueblo, para seguir así viendo felices a sus vecinos que van a sus misas y reciben sus palabras con la misma fruición con la que acogen el cuerpo de Cristo durante la comunión.
Me ha resultado una muy interesante novela sobre el papel de la religión, en cuanto esta tiene de reconfortante para muchos, en su empeño en aliviar al ser humano del miedo a la muerte, ofreciéndoles la recompensa de una vida eterna, si bien la pregunta que subyace es en qué creer cuando uno deja de creer. O bien, si es ineludible tener que creer en algo o simplemente basta con vivir, sin el respaldo de la fe, sin el camino, surco, trinchera, de la religión, cuando como se dice en la novela, lo primordial son los hechos, y estos se valen por sí mismos, pues sabemos que las palabras (las homilías también) se las llevas el viento.
Esta novela de Unamuno y la figura de Don Manuel estaba presente en otra que leí de Mario Crespo, La 4ª, donde parte de la historia se desarrollaba en el Lago de Sanabria, que visitó Unamuno en 1930, y donde supo de la leyenda de Valverde de Lucerna, pueblo anegado por la (escasa) Gracia Divina, al no asistir apenas nadie a Jesús cuando éste estuvo por esos lares.