Ando leyendo el libro de Stig Sæt[…]ken y me está gustando. Sacadas fuera de contexto, las frases boquean y mueren como los peces fuera del agua. No obstante, ahí va un fragmento.
Una pareja de jóvenes había ocupado los dos asientos delante de mí, la chica apoyaba la cabeza sobre el hombro del chico, mientra que este, de vez en cuando, se echaba hacia adelante para mirarla a la cara. Noté lo mucho que los envidiaba, a ambos. Había en ellos algo bendito y apacible, una despreocupación respecto a un entorno que aún no era lo bastante fuerte como para sacudir los cimientos de su felicidad y su enamoramiento. A estos dos, pensé, el mundo no tiene nada que decirles. Nada puede alterarlos. Está en equilibrio. El amor y el deseo están repartidos por igual, todavía no se cuestionan quién de los dos echa más de menos al otro. Al salir, me di la vuelta y les dije: !Acordaros de este momento!. El chico dio un respingo, parecía aterrado y, cuando el autobús volvió a arrancar, los vi un instante al otro lado del cristal: me miraban como si hubiera intentado hacerles algo, aunque no comprendieran exactamente qué.