Kakfa o Pessoa son esa clase de escritores dispuestos a sacrificar sus vidas en el altar de las letras. Su vida es escribir y todo lo demás les importa un carajo. Su linfa es la tinta de sus escritos, su aire, el viento que remueven las hojas al pasar. Sobre la figura, ya inmortal, de Pessoa, Miguel Barrero (Oviedo, 1980) perpetra un texto, que obra como guía de viaje, de la ciudad de Lisboa, manual de historia, de Portugal y lo alimenta con ribetes fantásticos, jugueteando con la figura de Pessoa, esa «persona» anodina y gris, que bien podría haber sido una construcción, una capitalización de tantos otros talentos ajenos, algo parecido a lo que se cuenta también de Homero, cuya voz se dice que pudo ser la voz aglutinada y sedimentada de tantos otros coetáneos. Adolece la narración de un personaje, un tal Eduardo Espinosa, profesor universitario especializado en las obras de Pessoa (es evidente que a la sombra de estos grandes autores universales hay un verdín parasitario de otros muchos estudiosos que viven a costa de las obras -y milagros si los hubiera- de los primeros) que es un sosainas, un tipo insulso y gris, que acude a Lisboa a verse con su mentor, un tal Gonçalves, otro especialista en Pessoa a quien le queda poca vida y el que ha de confesarle un secreto antes de diñarla. Antes de que se lleve a cabo el encuentro, hay mucho paseo y topografía lisboeta, demasiado circunloquio, un buen número de digresiones históricas que pasan a ser casi el eje central de la novela y un final que trata de justificar lo anterior, si es que hubiera que justificar algo, porque 198 páginas para tan magro desenlace, se me antojan demasiadas páginas.
Miguel Barrero en Devaneos | Camposanto en Collioure