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Mejor la ausencia (Edurne Portela)

Me parece muy complicado abordar algo tan complejo como lo que sucedió en el País Vasco desde mediados de los años setenta del pasado siglo, hasta la primera década del siglo XXI en una novela. Edurne Portela (Santurce, 1974) que había publicado anteriormente el ensayo El eco de los disparos: Cultura y memoria de la violencia) lo intenta con Mejor la ausencia, su primera novela publicada hace tres meses, con una historia contada en dos partes: una que va del 79 al 92 y la otra con el regreso de Amaia a su tierra en 2009. La historia comienza con su final, con el cadáver de un hombre en la cama de un hotel, que no deja nota de suicidio pero sí unas cuantas llamadas perdidas a su hija Amaia, la misma voz que narra desde su infancia hasta la mayoría de edad.

El mundo lo vemos a través de sus ojos, los cuales levantan acta de una realidad (emplazada en un pueblo de la margen izquierda del Nervión) hosca, violenta, exacerbada, de una cronología dramática cuyos nutrientes son: una madre alcohólica, un padre ausente o intermitente y maltratador (y un txakurra para la comunidad, un traidor de la causa) un hermano drogadicto -o camello, como rezan las pintadas que le tributan en las paredes del inmueble donde vive-, otro borroka, otro que se llama Andana y se pira a Madrid a estudiar filosofía. El hermano drogadicto muere, el padre que no se desprende de sus “prontos” pasará de pegar a la madre a pegar a la hija, el hermano borroka acabará en la trena, Amaia irá creciendo y agostándose sola, desamparada, y encontrará algo de consuelo en los libros, coqueteará con las drogas y con nefastos escarceos sexuales y tendrá un cara a cara con su progenitora de dramáticas consecuencias.

Pero todo esto es la máscara, aquellas etiquetas que nos permiten abordar la novela grosso modo, la punta del iceberg, bajo la cual fluye el magma de la historia, el latido vital que brota con unos diálogos muy logrados que demuestran que Edurne tiene muy buen oído y permiten que sintamos a flor de piel la violencia, no solo la mortal del atentado, sino la violencia del maltrato filial, del desempleo, de la droga, de la ideología criminal y regresar también a los noventa y a las canciones de entonces de grupos como La Polla, Eskorbuto, Extremo, Kortatu…

En El retorno de Amaia, hija pródiga de recuerdos que querrá aquilatar en su escritura, es donde la autora se extiende más y donde las frases más cortas dan paso a largas parrafadas y creo que ahí la historia pierde fuelle, la narración se resiente y se enmaraña en un querer explicar las acciones del comienzo con las circunstancias que en mayor o menor medida explicarían o justificarían ciertas conductas del padre y de la madre, validando aquello de Gasset de que soy yo y mi circunstancia, cierto, pero también que si no la salvo a ella, no me salvo yo. Y esa es la clave, en qué medida me salgo del papel, hago trizas mi rol, y hago no lo que se supone que tengo que hacer, sino hago aquello que decido que quiero hacer, salvando así mi circunstancia, dejando de ser un títere y en qué medida ese posicionamiento era posible entonces, en aquella sociedad, cuando ante cada asesinato etarra, cada palada de tierra llevaba aparejada otras tantas de silencio, miedo, rabia e impotencia.

Y una curiosidad, ¿el libro cuya lectura abandona Amaia, es Todas las almas?

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