Nosotros somos ciertamente ciudadanos que estamos entregados al Estado, al que debemos obedecer en todo lo que nos mande (el Estado puede disponer de nuestras propiedades y de nuestra vida), sin embargo hay en nosotros un ultimo reducto. Es lo que Goethe llama en una carta la ciudadela que él defiende y en la que jamás debe entrar un extraño. Esa ciudadela es la conciencia moral, esa última instancia que acepta la obligación de odiar o de amar. Rolland se negaba a odiar, a cargar con un colectivo. Él considera un deber irrenunciable del hombre la voluntad de elegir a quien se odia y a quien se ama para no apartar de una patada a una nación entera, o a naciones enteras, donde hay amigos queridos.
Las tres vidas de Stefan Zweig (Oliver Matuschek). Traducción Christina Sánchez.