La carpa y otros cuentos agrupa once relatos: Felipe “El Marciano”, Mientras espero, La cansera, Hay que cerrar, Horacio, Mi asiento en el tranvía, Hora punta, El hombre que esperaba una llamada, Al fondo del pozo, Algún día nos tocará a nosotros, Último viaje en un tren nocturno, El día que subió y bajó la marea y dos novelas cortas: La carpa y Solo de moto. Relatos y novelas escritas por Daniel Sueiro entre 1958 y 1977, galardonado, entre otros premios, con el Premio Nacional de Literatura en 1959 por su libro de relatos Los conspiradores.
El libro editado por Libros de Itaca (editorial creada en 2014 por Javier Serrano) es un claro ejemplo de la satisfacción que me deparan unos textos que aúnan con éxito forma y fondo. La lectura de estos relatos y novelas me sirve como aproximación a los años en los que España vivía todavía bajo una dictadura, a finales de los cincuenta, los sesenta y mediados de los setenta, si bien el Régimen aunque no tenga aquí una presencia determinante (era menester sortear la censura), y cada cual se buscaba (y ganaba) la vida como buenamente podía, o le dejaban, se irá filtrando en cada relato, en cada actitud, gesto y disposición ante el porvenir, para los personajes aquí retratados a quienes la vida les resulta todo menos fácil.
Lo que en mi opinión hace que estos relatos leídos hoy no pierdan vigencia es que se tratan temas universales y atemporales, a saber, En Mientras espero la narración es mera contemplación, la de alguien que mira, registra y nos cuenta lo que ve bajo un leve zumbido que es el llamamiento a un tal Antonio; Hora punta también se basa en la contemplación, una mirada fragmentada desde distintos puntos de vista, donde uno de los observadores que se sueña escritor trata de filtrar lo que ve para cristalizarlo sobre el papel, mudando las personas que ve en personajes tras calarlos y mejorarlos, si es el caso, con la inventiva; en El hombre que esperaba una llamada, podemos cambiar un desierto tartárico por una llamada que espera con ansia un hombre en un bar, una llamada que cifra simplemente la esperanza de que algo suceda, espera que deviene un llamamiento a acabar consumido, devorado, perdiendo el norte. Otro tanto sucede con Hay que cerrar, Horacio, donde un quiosquero mantiene viva la ilusión merced a una pareja joven que va todos los días a su local a tomar algo y comerse unas papas fritas. La cruda realidad se manifiesta de forma violenta, aunque él no lo sepa, pero nosotros sí, y veremos qué es lo que motiva a los jóvenes a ir (durante una temporada) al quiosco horaciano y no a otro.
En la novela La carpa no me quitaba de la cabeza las imágenes de La Strada de Fellini. Aquí no es un circo, sino una suerte de compañía teatral ambulante, un puñado de artistas que van a la deriva, de pueblo en pueblo, hasta llegar a Valladolid, luchando contra un hambre que los quiere pulverizar, metidos en esto no para hacer negocio, sino como un medio de vida que van camino de perder.
En la otra novela, Solo de moto, tenemos un flujo de conciencia o de inconsciencia pues el protagonista deja el viernes a la tarde los madriles para irse en su Ducati 48, La Ponderosa, rumbo a la costa, a Torremolinos, en busca de las suecas. Su viaje es toda una Odisea, pues la moto no va más allá de los 70 kilómetros a la hora y las carreteras no son las de hoy. El viaje es un ir devorando kilómetros a paso de burra, acopiando recuerdos, donde aparecen los emigrados, los que se quedaron en el pueblo, como la madre del motero, al que no se digna a visitar al pasar al lado de su pueblo. Hay muertos en la carretera, siniestros de todo tipo, reencuentros con amigos en gasolineras donde el viajero bebe alcohol sin tasa, para perderse luego en la inmensidad de la carretera, sufriendo un pinchazo y comprobando que lo de las suecas es mera propaganda, que se le va el finde en la carretera, para como los niños en el patio del colegio, tocar la pared y regresar, así hará él cuando vea el mar a la altura de Málaga, después de día y medio conduciendo. Darse la vuelta sin haber tocado el mar, ni a las suecas quiméricas, para el lunes a las ocho de la mañana estar de vuelta en el taller y vuelta otra vez a la rueda. Otra vez a empezar, siempre la misma historia, cada día siempre igual…
El fatalismo se manifiesta desde su título en Último viaje en tren nocturno. Fatalidad mediada por la bravuconería, la trapacería y el alcohol. El día que subió y bajó la marea es uno de mis relatos favoritos por su halo fantástico (que cada vez lo es menos) y su mensaje. Vemos cada día que aprendemos muy poco de nuestros horrores. Despunta el humor gamberro en Mi asiento en el tranvía, ante un situación cotidiana, como la de ver cómo un joven no cede su asiento en su tranvía a nadie. Nada es lo que parece. O sí. O no. Magnífico relato.
La cansera es el agotamiento que siente un hombre vencido, quien tras cometer un crimen y llevarse por delante al capataz, y pasar toda la noche por ahí en la compañía de un amigo, viendo Madrid desde los desmontes, regresa a casa sin energías para huir, esperando lo que el destino le depare.
Lo literario, centrado en sus artífices se condensa en el relato Al fondo del pozo, donde unos cuantos literatos, intelectuales, gente de la cultura, se amontonan en un edificio para lidiar con la exasperante burocracia administrativa y sus múltiples colas y trámites, que al final les expedirá (tarde y mal) unos cheques por los servicios prestados. Dinero que como se ve, a algunos como el protagonista, les quema en las manos y lo pierden prontamente abrevando en la barra de cualquier bar. El pozo como metáfora de la ciénaga social en la que todos ellos menudeaban es muy acertada.
Para abundar más en la obra de Daniel Sueiro (1931-1986) recomiendo leer el prólogo, obra de Fernando Valls.