Al igual que con Modiano o Bernhard, a Peter Handke (Griffen, 1942) me costó entrarle, pero después de leer las piezas recogidas en Una vez más para Tucídides, editado por Tresmolins con traducción de Cecilia Dreymüller (cuyo nombre se hace constar en la portada), la idea es leer más cosas suyas.
En el prefacio Cecilia nos informa de que a Handke la lectura de los clásicos le salvó, en aquellos años de su juventud, en los cerriles internados católicos austríacos. Hete ahí el título y la doctrina del historiador griego: sobre la base del conocimiento del pasado dirigir el pensamiento hacia el futuro.
Son dieciséis piezas, miniaturas dice Cecilia, que acontecen entre 1987 y 1990 en Pazin, Krk, Split, Dubrovnik, Skopie, Patras, Aomori, La Coruña, entre Cormòns y Brazzano, Llivia, Linares, Leopoldskron, Hotel Terminus, Múnich, la montaña Sainte-Victoire. Momentos nada estelares de la humanidad, como aquellos que engrosaban los ensayos de Stefan Zweig. Handke trabaja con algo mucho más prosaico que me lleva hasta Henry David Thoreau, quien decía que con prestar atención a lo que sucedía en un metro cuadrado de tierra tenía uno entretenimiento más que suficiente, lo cual exigía en todo caso una mirada muy activa, la misma capacidad de observación que lleva aquí a cabo Handke, para sacar brillo a momentos triviales, en apariencia, de los que cualquier testigo podrá sacar algo provechoso y convertir en experiencia si se toma la molestia de ser filtrado por la realidad, su aquí y ahora.
Este afán cristaliza muy bien, paradójicamente, en Una vez más una historia del deshielo, donde el autor comenta que semejantes momentos de plenitud -o las cosas verdaderas- que experimenta el 17 de febrero de 1989 en Llivia, si hubiera tenido que explicárselos a alguien no habría tenido nada que decirle. No sucede así, porque Handke, creo que cuenta (y transmite) aquí mucho y bien.
Editorial Tresmolins. Prefacio y traducción de Cecilia Dreymüller. 2017. 119 páginas.