En el libro Un nombre de guerrero la autora Laura Muñoz aborda un tema personal, la tesitura de llevar a cabo o no un aborto terapéutico, cuando el bebé en camino presenta un derrame pleural.
La narración avanza al ritmo vertiginoso propio de un thriller, pues tienen de tiempo hasta la semana 22, dado que en ese momento han de decidir si quieren seguir con el embarazo o abortar.
De nada sirven aquí las palabras ajenas, las muestras de comprensión, las palabras desatinadas…, pues el marrón lo tienen ella y su marido Javier. Ellos han de tomar una decisión y afrontar sus consecuencias. Reflexionar sobre la misma supone pisar un suelo quebradizo plagado de dudas e incertidumbres. Pues no existe un manual de instrucciones para ser padre/madre, como tampoco lo hay cuando viene un hijo en camino y surgen serías complicaciones.
La literatura no pretende aquí, creo, justificar la decisión adoptada, sino que Laura trata de poner encima de la mesa con su valiente y emotivo testimonio cuestiones interesantes y fundamentales, dado que somos nosotros los humanos quienes decidimos abortar o no, y definimos entonces qué es lo que entendemos por «vida digna», somos nosotros los que marcamos el «umbral del dolor tolerable» que nos permitirá interrumpir un embarazo, una vida. Somos nosotros también los que tratamos de acertar en la decisión pensando en nosotros y en el hijo en ciernes, aunque de igual manera que los hijos de crecidos te pueden soltar en el diario rifirrafe un «pues no haberme tenido«, también podrían recriminarnos «¿por qué no me diste la posibilidad de ser?»
En este tema se mezcla la legalidad con la moral, y el sentimiento de egoísmo, abnegación, culpa, el dolor, la pérdida, la ausencia, el infinito amor que crece en ese vacío y la duda de haber acertado ¿pero cómo saberlo? ¿a quién preguntar?