Kurt Pahlen, autor de El maravilloso mundo de la música (con traducción de Ángel-Fernando Mayo Antoñanzas) y de otros muchos libros sobre música, además de director de orquesta, decide asumir el desafío que le plantean un día dos niños: Cristina y Juan, y que consiste en escribir un libro de música para niños.
De esta manera el texto que tengo entre manos no es un ensayo erudito, sino que lo que mueve a Kurt es hacer accesible a los niños, y a cualquier lector interesado en la materia, el maravilloso mundo de la música. Y después de haberlo leído, he de decir que Kurt ha cumplido con creces con el objetivo propuesto.
Recuerdo que en el colegio la asignatura de música nunca la disfruté, y creo que atendió a que nunca la entendí. Se me daba fatal el solfeo y además de conocimientos técnicos tampoco recuerdo que en su día se nos hiciera un recorrido por la historia de la música, los instrumentos musicales, las distintas épocas, los grandes compositores, como sí hace Kurt en este ameno ensayo.
El texto se va construyendo gradualmente. El autor se reúne con Cristina y Juan, pero poco a poco se corre la voz y acuden cada vez más niños a las clases magistrales que imparte Kurt. En ellas prima lo práctico. No se trata de que Kurt hable y los niños asientan, sino de que los niños pregunten, practiquen, expongan lo que piensan, expliciten esa curiosidad innata que atesoran.
Así Kurt, a través de unas piedra en un estanque y las ondas en el agua, les explica, por ejemplo, las ondas sonoras que hay en el aire y la pequeña parte de los sonidos que nuestros oídos escuchan; les enseña las propiedades de las doce notas que permiten crear la música; las diferencias entre los sonidos armónicos e inarmónicos; los lleva a un museo en el que los críos pueden ver distintos instrumentos musicales (flautas, arpas, violonchelos, órganos, violines, violas, contrabajos; así como las distintas maneras de tocarlos, ya sea rozándolos, pellizcándolos o golpeándolos, a fin de poner las cuerdas en vibración); les explica el porqué del pentagrama; les descubre el instrumento musical que todos portamos: la voz; lo acompañan a un concierto y ven in situ la disposición de los instrumentos de una gran orquesta (los instrumentos de cuerda, de viento, de percusión), visitan la ópera, descubren quienes han sido los grandes compositores (Bach, Mozart, Beethoven, Schubert, Haydn, Berlioz, Liszt, Chopin, Paganini y muchos más. El capítulo 17 dedicados a los grandes músicos ha sido mi preferido, pues Pahlen va desgranando anécdotas muy divertidas) sirviéndose del gramófono; visitan una emisora de radio (Pahlen dice que el inventor de la radio fue Hertz, no Marconi, en 1896, aunque parece referirse más a las ondas eléctricas capaces de saltar de un aparato a otro sin necesidad de cables, y que recibieron el nombre de su descubridor en 1894, de ahí las ondas Hertzianas), visitan también un estudio de televisión y un estudio de cine. El viaje resulte fascinante, para los niños y para el lector que irá aprendiendo a la par de los niños.
Comenta Kurt que la tecnología ha de ser un medio, porque lo que aporta valor a la música es el ser humano cuando este aplica al hacer música, el corazón y el sentimiento. Esa tecnología que en el libro (escrito en 1980) es incipiente, con el lanzamiento al mercado de los discos compactos, me ha permitido hoy tener acceso, no solo a los audios, sino también a los videos con las orquestas tocando muchas de las obras que en el libro comenta Kurt, como la Sinfonía Alpina de Strauss, La Traviata, La Sinfonía Inacabada de Schubert, Egmont de Beethoven u óperas como Turandot, Madame Butterfly o Tosca.
Ha sido, en resumen, una lectura que he disfrutado muchísimo, pues me he sentido un niño más lleno de ilusión y curiosidad, pleno de ganas de aprender y de divertirme y Pahlen ha sido durante estas tres semanas un muy buen maestro.