Sánchez

Sánchez (Esther García Llovet)

Van cuatro: Las crudas, Mamut, Cómo dejar de escribir y ahora Sánchez. Las dos últimas novelas parece ser que forman parte de una trilogía, la Trilogía instantánea de Madrid. He tenido que mirar lo que escribí sobre Cómo dejar de escribir para situarme, porque las novelas de Llovet no dejan ningún poso en mí, pero a la vez reincido.

Instantánea (se abre a derivas fílmicas o visuales) es un epíteto que le va muy bien, pues en esta novela y en la anterior todo es fugaz (esa es la verdadera naturaleza de las cosas), como las estrellas que campan a sus anchas en la bóveda celeste. Los de abajo: Nikki, Sánchez, Bertrán, Filardi, Cromwell (un galgo del que dudo que suyo sea el mañana) llevan en sus bolsillos un vocabulario existencial consistente en el: trapicheo, menudeo, hurto, trile, consumo; las apuestas, la ingesta, recorren el Madrid, del extrarradio, se arriman a Mercamadrid (ese botín producto del saqueo diario del arca de Noé), mientras trasiegan las horas muertas en los chinos que nunca cierran, van en busca de una italiana, una tal Filardi para darle gato por liebre y endiñarle un galgo empastillado.

Esa única noche consume la novela (con algún apunte del pasado como el tiempo que Nikki y Sánchez pasaron juntos, si bien pasar puede consistir en que Nikki fuera su novia invisible) y al lector, que habría de leerla, antes de los alfilerazos del rosicler, a las cinco de la mañana, esas horas que existen pero no las mire nadie […] esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez. Ese es el ánimo. Esa sería la sensación de cansancio, precariedad, aburrimiento, expectativa, capaz de propiciarlo todo, incluso la nada más absoluta y fosforescente, ya que a veces, esa y no otra es la auténtica naturaleza de una novela.

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