Archivo del Autor: Francisco H. González

César Aira

Varamo (César Aira)

Yo con César Aira (Coronel Pringles, 1949) alucino. Me pasó lo mismo cuando leí El mago y hace poco Prins, pues todas ellas son tan inclasificables como godibles. Varamo nos sitúa en Colón, ciudad Panameña, en 1923, donde un funcionario recibe como salario dos billetes falsos y poco después escribe en unas pocas horas (con nocturnidad y no sabemos si también con alevosía) El canto del niño virgen, obra maestra de la poesía centroamericana. Esto me trae en mientes la novela La literatura nazi en América de Bolaño. No digo más.

Las novelas de de Aira son heteróclitas y la narración va cambiando de tema sin darnos cuenta, pero llevándonos siempre donde el autor quiere, y al lector solo le resta dejarse llevar, muy posiblemente prendado por la inteligencia del autor, sus sagaces comentarios, el humor absurdo, situaciones peregrinas (Varamo como embalsamador, las conversaciones con su madre, la aparición de las Góngoras, el contrabando de palos de golf…), y unas cuantas reflexiones sobre la literatura y el arte de escribir que ya estaban presentes también en El mago y en Prins, donde se nos viene a decir de distintas maneras (aquí por boca de tres editores piratas) que escribir es fácil, que cualquiera puede hacerlo, que todo es ponerse, que las mejores obras son las primeras cuando no hay técnica alguna, que en pocas horas se puede escribir una obra maestra y que incluso dentro de esa literatura de entretenimiento y consumo había vanguardias, experimentaciones…. Los mitos son una construcción del lenguaje, se dice en la novela. Aquí Aira construye la realidad a base de ficción y de mucha imaginación.

Habida cuenta de que el autor es prolífico, me queda Aira para rato.

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El corazón y otros frutos amargos (Ignacio Aldecoa)

Está bien Wikipedia pero es aún es mejor recurrir a libros en papel y echar mano por ejemplo de Examen de ingenios de Caballero Bonald, y leer lo que este nos cuenta de Ignacio Aldecoa: Una persona radicalmente libre, que aquilató sabiamente su estilo y lo fue dotando de un neto vitalismo en la búsqueda de correspondencias entre sus andanzas humanas y sus experiencias literarias. Un experto en el arte de contar historias cuándo murió, narraciones donde Aldecoa da cuenta de su buen oído gramatical, de un airoso barroquismo en las descripciones de una excelente dinámica adjetivadora (esto referido a su novela Gran Sol, para Bonald la más atractiva de las novelas náuticas españolas), de su pericia lingüística.

Si leemos El corazón y otros frutos amargos, escrito por Aldecoa en 1959 (según la revista Quimera el mejor libro de relatos español del siglo XX), que recoge los siguientes relatos: En el kilómetro 400, La urraca cruza la carretera, Rol del ocaso, Young Sánchez, Un cuento de reyes, Al otro lado, Entre el cielo y el mar, Los hombres del amanecer, Esperando el otoño, Atrás de la última parada, El corazón y otros frutos amargos, se confirma lo enunciado por Bonald.

La mayoría de los relatos versan sobre personas que realizan distintos oficios, a los que toca dar el callo: camioneros, marineros, mesoneros, peones.., ya sea trabajando en fábricas, barcos o en cuadrillas. Personas para las cuales el porvenir siempre está por ver, luchando cada día por su jornal, auxiliándose entre ellos, asentados en la precariedad y/o en la miseria, dueños de un ocio inexistente, cuya esperanza se cifra en unos manos vacías.

Relatos siempre inconclusos, abiertos, aderezados con diálogos sucintos pero precisos, mostrando una realidad áspera, dura, erizada, fatigosa, muy vívida, resumida en párrafos como el siguiente:

La madre tenía las crenchas de un rubio sucio como del color del papel de estraza. La madre tenía la roña metida en los poros de la piel de las manos de tal manera, que aunque se lavase no se le iría. Era la porquería de la mujer que hace coladas para cuatro personas, que lava los suelos, que guisa, sube el carbón y trabaja, si le queda tiempo, de asistenta en una casa conocida. La porquería en los nudillos, en las yemas de los dedos, en las palmas de las manos, en las muñecas. La porquería como un tatuaje.

Este año se han reeditado los cuentos completos de Ignacio Aldecoa. Una muy buena noticia, que consumaré con la lectura de los mismos.

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fisiología del flâneur (Louis Huart)

Lo que dijo Pascal sobre el hombre, que no sabía estar solo en una habitación, lo que dijo Baudelaire en relación al tedio, ese gran problema del hombre moderno. ¿Cómo lidiar con el tedio, con ese eterno retorno?. Surge ahí un superviviente, el flâneur, aquel que no se aburre jamás, aquel que se basta a sí mismo y encuentra en todo lo que tiene delante algo con lo que alimentar su inteligencia.

En este ensayo de 1845 Louis Huart con humor y sagacidad, trata de definir las características del flâneur (en sus albores), aquello que lo diferencian del pasmarote, del mirón extranjero, del trotacalles, haciendo hincapié en aquello que denota al perfecto flâneur, así como sus alegrías y desgracias.

En las Iluminaciones de Walter Benjamin se hacía referencia al flâneur con anécdotas muy divertidas, como una en la que se decía que el flâneur salía a pasear o a ser paseado por una tortuga, que era la que marcaba su deambular por las calles de París.

Sin el flâneur, los pasajes no existirían, dice Huart, pasajes que son como las venas de la gran ciudad de París, pasajes a los que Walter Benjamin dedicó un libro ineludible, tratando éste de tomarle el pulso y captar la esencia de la ciudad parisina.

Deambular por este ensayo tan jocoso, portátil e irónico, entre risas y carcajadas me ha resultado sumamente placentero.

El hombre atareado mira sin ver, el ocioso ve sin mirar, el flâneur ve y mira. Y se ensimisma y divaga, pues como nada le aburre, cualquier trozo de tela le propone mil temas de reflexión, insospechados para un espectador cualquiera, y le proporciona la posibilidad de un largo viaje por el mundo imaginario, el mundo brillante, el mejor y sobre todo más bello de los mundos posibles.

Gallo Nero. 2018. Traducción de Delfín Gómez Marcos. 107 páginas.