Del metro de Berlín hay que destacar algunas cosas. Lo primero es que a diferencia de otras ciudades, no hay tornos. Esto es, no hay barreras que se abren una vez metes el billete y se te valida. En Berlín debes comprar el billete y validarlo en una maquinita, al lado de la vía, pero nadie te controla si lo validas o no, así que cabe la picaresca.
En España seguro que sería inviable, porque funcionamos bajo represión (como queda claro con el carné por puntos), pero aquí parece que los alemanes van a otro rollo. Durante cuatro días nos movimos mañana y tarde en metro, tras haber comprado la tarjeta Berlin welcome card, así nos podíamos mover durante 72 horas en cualquier medio: bus, tranvía, tren en las tres zonas (lo que te permite si tienes la opción C ir al aeropuerto de Schönefeld en metro). Tuvimos dos controles, un hombre y otro día una pareja subieron mostraron sus carné y los allí presentes hubimos de presentar nuestros billetes. No pillaron a nadie, cero patatero, todo el mundo había validado su billete y había pagado el coste del servicio que se le ofrecía. Los revisores no iban vestidos de «ama de casa», ni de «punky» como he leído en alguna guía. Iban normalitos, sin llamar la atención
Otra cosa reseñable es que los vagones parecen sepulcros porque no se oye un sólo ruido, salvo que alguién oiga música por los auriculares, o algún joven esté jugando con la consola y se oiga el fragor de los dedos sobre el teclado.
En el metro también había gente buscándose la vida a su manera: rebuscando entre la basura o tocando canciones con la guitarra.
Dentro del metro, en cada estación hay un alud de negocios de comida rápida y demás servicios. Otro mundo bajo tierra.
Los metros además conectan con los trenes y a veces sales a la superficie y haces trayectos por el exterior.