A estas alturas creo que todo lo que uno pueda decir, incluso pensar, sobre Rayuela ya lo han dicho o pensado otros. Dicho lo anterior, decir que la novela me ha gustado, mucho.
Nada había leído de Cortázar hasta la fecha y esta novela es un artefacto narrativo deslumbrante y subyugante por muchos motivos.
Lo he leído siguiendo el tablero de dirección, leyendo todos los capítulos, con la edición de Cátedra, donde el prólogo de casi 100 páginas resulta muy interesante y provechoso, y donde las abundantes notas al pie de página que hay luego en el texto, proporcionan datos de sobra sobre la infinidad de músicos, cantantes, pintores, escritores, etc, que aparecen en la novela. Aunque pienso que como sucede con los chistes, que pierden la gracia si te los explican, con los juegos de referencias y de palabras, o los coge uno al vuelo o luego, a toro pasado, tienen escaso mordiente.
Me ha gustado mucho el personaje de la Maga, su sencillez, su honestidad, su ansia de saber, de conocer, su forma de entender y vivir la vida. Contrasta su personaje con el de Horacio, su amante en París, el presunto intelectual que junto a sus amigotes hace de menos a Maga, ridiculizándola, poniendo en evidencia su falta de “cultura”. Una relación amorosa con niño de por medio, el inolvidable Rocamadour, donde Cortázar narrará la muerte del niño de una manera inolvidable, donde se cifra la habilidad de Cortázar para abundar en lo trágico sin hacer concesiones a lo sentimentaloide. Una relación la de la Maga y Horacio a su vez inolvidable, en ese arañar y desentrañar el alma humana y las contradicciones que nos constituyen, la pugna que mantenemos con el Doppelgänger, ese otro que nos posee y nos reemplaza, porque si Rayuela es muchos libros, los humanos también somos muchos humanos, mucho más que la (a menudo única) máscara con la que nos presentamos a diario, porque como dice Horacio “yo en realidad no tengo nada que ver conmigo mismo”. La vida entendida como búsqueda, como desencuentro, como incertidumbre, Horacio siempre buscando el centro, ¿el centro de qué?.
Me gustan las reflexiones de Morelli, que habla por boca de Cortázar para reflexionar sobre el acto de escribir, sobre el papel de la literatura, sobre la posibilidad de acabar con la novela desde dentro.
Rayuela es un artefacto narrativo, que rompe las reglas de la novela al uso, la narración lineal, ese FIN que tanto consuela. Rayuela es un paréntesis, un jirón, un desgarro, un juego, un cosmos jibarizado y durante algo más de una semana, mi pasatiempo favorito.
…le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra…
Rayuela es el universo en una dimensión, el encuentro entre el cielo y la tierra, y nosotros arrieritos, que moviendo el tejo, moviendo la piedra, nuestra cruz, tratamos de dar el salto definitivo al más allá, al cielo, o al limbo, o quizás a la nada de la que vinimos.
Las páginas están llenas de música, de canciones de jazz, que suenan en vivo, o que nos asaltan desde un vinilo. Una música, un swing, que Cortázar también dice buscar en sus relatos, y que también está contenido en las páginas de esta novela, que puede resultar a ratos más o menos inteligible pero siempre fluida.
Una novela que se da el lujo de meter de rondón las palabras de Ceferino, y su nuevo orden mundial, una ida de olla literaria memorable, donde Cortázar dotado por el don de la oportunidad y la ocasión, como su Horacio, coge cosas que encuentra por ahí y las recicla, las embute en el texto, que este devora.
Más que abundar en la reseña (donde podía estar hasta mañana a estas horas, transcribiendo los múltiples párrafos que he subrayado), sirvan estas letras para animaros a leer Rayuela, a perderle el miedo a la novela, a disfrutar de Cortázar, de su inteligencia, de su humor, de su imaginación, de su sensibilidad, de la pulpa de su prosa; ese espejo donde reconocernos, espejo roto, sí, pero espejo.
Una prosa imantada capaz de aglutinar limaduras de realidad, capaz de enhebrar el universo.
Pienso en el escritor como aquel socorrista que practicando el boca a boca, salva una vida. Cortázar hace algo parecido, coge un texto, un alud de palabras, y las vivifica, y entonces el lector tiene la sensación de estar leyendo con la misma ilusión de la vez primera.
En el libro Fin de Poema, de Juan Tallón, tenemos a Pizarnik encargada de pasar a máquina Rayuela de Cortázar, ensimismada de tal manera con la lectura de la novela, al punto de hacer dejación de sus funciones de mecanógrafa y finalmente desapareciendo (temporalmente) el manuscrito en su casa, para desesperación del escritor.
Dijo Cortázar: “Bueno, hay un libro, esto es prosa, que yo salvaría, y es el Ulises. Yo pienso que el Ulises en alguna medida resume toda la literatura universal”.
Próxima parada: Dublín.