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Volverás a Región (Juan Benet)

Juan Benet (1927-1993) en sus tiempos de estudiante universitario ya barruntaba la idea de una novela. Luego en 1962, trabajando ya como ingeniero, en la construcción de la presa del Río Porma en León, con más tiempo libre, durante dos años materializará ese anhelo libresco de juventud que culminará en 1964, con la escritura de Volverás a Región: topografía imaginaria a la que Benet volverá luego en un buen número de ocasiones, pues según él se convirtió en una fuente inagotable de ideas, abundando en aquellas latitudes, y lasitudes (a la inversa). Para Benet, que vivía en Madrid y veraneaba en San Sebastián y Barcelona, aquel paisaje leonés, campestre, virgen, indómito, le resultaría muy sugerente, tanto que la primera parte de la novela es un descripción exhaustiva (geológica, climatológica, muy prolija en detalles de fauna y flora) del terreno que Benet hollaría en su largas caminatas, transubstanciando la topografía real que contemplaba y escudriñaba a diario por otra a la que llamó Región: los montes de Mantua, el Monje, San Pedro, el Torres, el Acatón, el collado de los Muertos, el río Torce, su afluente Tarrentino, etc. En ese terreno imaginario inserta Benet la guerra civil española, y buena parte de la novela es una descripción detallada de los movimientos de tropas y contiendas bélicas entre los republicanos y nacionales que acontecieron en Región. Otra parte de la novela se despliega en largos monólogos, auxiliados con alguna escasa pregunta de su interlocutor, en la que una yerma mujer, Marré Gamallo (hija de un coronel) y el Doctor Sebastián (al cuidado de un menor), abren las esclusas de la memoria para referirnos parte de sus biografías, (a)negadas por la hiel guerracivilina. Decía Benet que lo difícil era escribir una novela sin argumento. Aquí el argumento como tal es mínimo, lo que convierte a la novela y a su paraje en insondable, en sus ramificaciones sociológicas, históricas y geológicas, pero si uno decide habitar durante un tiempo esta Región, entiende la lectura como una expedición, se ata los machos, no se amilana ante los primeros repechos, barrancos, o torrentes literarios, se pertrecha de un lapicero afilado (con ínfulas de escalpelo) y un diccionario (para desvelar términos como cúfica, carquesas, balma, rabona, paradoxal, devónica, olagas, salguero, loranto, argumeno, verradilla, manigua, eretismo, conscripción, edículo, raceilla, columbros…) y va y viene por los laberínticos párrafos sintácticos las veces que sea menester hasta aprehenderlos, decantarlos, e incluso desbaratarlos (porque en algunos momentos de zozobra leer a Benet es como leer algo en una lengua que no es la tuya) al tiempo que resiste las sacudidas de la potencia huracanada -avivada por lo legendario, alegórico, mundano, simbólico (la fuerte presencia de Numa (preservador del orden natural y la estabilidad social), la barquera, el Jugador…) y lo profundamente humano (¿hay algo más humano que el odio, el rencor, la venganza, el deseo de revancha, la falta de esperanza y de amor, como sustento de este alarido fúnebre, desleído y asordinado en un presente (un sobrante de la voluntad, un saldo) que no existe, porque nunca ha llegado a suceder y en un pasado y una memoria que levantan acta de lo que no fue?) que anida entre las páginas- de la prosa mineral benetiana, sancionado todo ello a la hora de leer por las sabias palabras de Machado (Todo lo que se ignora se desprecia) y Adolfo Suárez: La vida siempre te da dos opciones: la cómoda y la difícil. Cuando dudes, elige siempre la difícil, porque así siempre estarás seguro de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por ti, esto entonces sólo puede clausurarse con una pregunta a la gallega. ¿Volverás a Benet?
¿Por?

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Cien años de soledad (Gabriel García Márquez)

Oímos los truenos y esperamos el rayo. Y es tan dulce y tan arrullador el sonido de la lluvia, que nos olvidamos del rayo. Queremos que la lluvia siga, que siga diluviando y así beber de esta sopa de letras que alimenta y esponja el alma. Queremos vivir indefinidamente bajo esta lluvia orquestada de truenos. En este Macondo irreverente, delirante, grotesco, sorprendente y mágico, ubicado al borde de la pesadilla, de la alucinación, en una ciénaga, dónde los humanos sobreviven, se aparean, se atormentan, se vierten con furia en otros cuerpos y se pierden en el laberinto y oquedades de la carne ajena, entre caricias apremiantes, víctimas del ávido deseo húmedo y clamoroso, de las servidumbres de una estirpe que se resiste a ser esterilizada, donde se libran guerras absurdas e interminables, bajo la luz fúnebre de un letrero de guarismos sanguinolentos: 3408, tiempos convulsos y erizados por la áspera caricia de una aurora de dedos artrósicos, figuras centenarias apacentando la espera sin desesperación, libando la hiel de la soledad, donde la vida, siempre de parranda, resulta exultante, cálida, y se llega a una edad en la que se pasa de fabricar recuerdos a sacarles brillo, inermes ante los zarpazos del olvido. Macondo, alucinado y alucinante, inolvidable, es ya carne de nuestra carne, comején de nuestras certezas, alimento de nuestros sueños y quien sabe si también de la peste de nuestras pesadillas. Buendía el que me decidí a leer (buena parte de la misma en voz alta) esta novela. Gabo, allá donde te encuentres, gracias por depararme tantas horas Arcádicas de gozosa lectura. Más de medio millón de ratings de esta novela en GR. Cuando Gabo se cogió un año sabático, que fueron 18 meses y acabó endeudado, no sé si era consciente de que el correr de los años -y el éxito de crítica y público- la acabaría convirtiendo en una obra maestra.

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Lo que yo llamo olvido (Laurent Mauvignier 2013)

Laurent Mauvignier
Editorial Anagrama
2013
58 páginas

Después de lecturas como El plantador del tabaco, anhelaba solazarme con algo más ligero. Del color de la leche ha sido una muy buena elección. Lo que yo llamo el olvido es una novela corta o mínima. ¿Qué denominación recibe una novela de 58 páginas, que empieza en la número 7, que tiene 23 líneas por página y unas 7 palabras en cada una de ellas, arrojando un montante de 8.000 y pico palabras y que se lee en algo menos de una hora?

Laurent Mauvignier, según su editorial es uno de los grandes autores de la novela francesa actual. Yo lo he descubierto por casualidad. El libro se lee un un abrir y cerrar de ojos. Un hombre va a un supermercado coge una lata de cerveza y luego lo matan. ¿Beber mata?. Es evidente que en este caso concreto sí. Ahora bien, si en lugar de una lata de cerveza hubiera optado por una lata de pepsi, es de suponer que el resultado hubiera sido el mismo.

Al bebedor de cerveza, lo cogen los seguratas del supermercado, lo sacan del recinto y lo ahostian, hasta que sin darse cuenta, aquello, deja de moverse. Luego, ante el fiscal dirán que se les fue la olla (sí y las piernas, los brazos, los codazos,…). En esas pocas páginas el muerto se preguntá como ha llegado a serlo, y reflexiona sobre los momentos previos al hálito final.

Leyendo el libro de Mauvignier no se me iban de la mente las imágenes que pasaron hace poco por televisión de ocho mossos d´esquadra reduciendo a otro hombre. Una reducción que fue tal que la víctima acabó muerta. Luego lo de siempre: que si la víctima llevaba un arma o eso les parecía, que si se resistió, que si creían que vida su corría peligro, que era él o yo (o ellos porque eran 8 contra uno. Y la víctima de momento no tenía superpoderes), que todo pasó muy rápido, que son situaciones en las que sólo se puede actúar rapidamente, bla bla bla.
En resumen, que sólo los mozos que estuvieron allí esa noche, soltando brazos y piernas, saben de primera mano si mataron, remataron a la víctima o si esta cayó fulminada sin que la paliza que le dieron tuviera nada que ver.

Después de la muerte del hombre, los abogados, deben ponerse manos a la obra, de cara a limpiar el nombre de los agentes implicados, o al menos que les caiga la menor condena posible, para que puedan estar con sus familias, que les defienden y arropan, ya que al final siempre que uno lo desea mucho, resulta bastante fácil darle la vuelta a la tortilla y pasar de ser un verdugo a ser una víctima más del sistema, a fin de poder dormir por la noche tras liberar la mente de malos pensamientos, como el de un cuerpo agonizando.