Es curioso que un libro que a un escritor le ha costado escribirlo diez años, un lector, yo, lo devore casi de un tirón. Y eso que son 435 páginas del ala.
El libro en cuestión se titula Ánima del libanés Wajdi Mouawad. Wajdi es conocido sobre todo por su tetralogía La sangre de las promesas compuesta por: Bosques, Litoral, Incendios (reseña) y Cielos.
El argumento, de entrada, es bastante convencional. Una mujer aparece asesinada brutalmente en Canada, en Quebec. Su asesino le ha realizado un corte encima del vientre por donde la ha violado hasta matarla. La pareja de la víctima, Wahhch, quiere saber quién es el asesino. El Coroner encargado de la investigación le hace saber que la policía en este caso se llama andana, pues el asesino trabaja para la policía y es mejor dejarlo correr.
¿Decide cruzarse Wahhch de brazos?. No.
Tras el cruel asesinato empieza la acción, el movimiento incesante, un continuo deambular que no cesará hasta que acabe la novela, 400 páginas después. A lo largo de las cuales Wahhch recorrerá medio Canadá y otro medio Estados Unidos, primero como cazador y luego como presa. Esto es, Wahhch va siguiendo la pista del asesino hasta que lo encuentra y éste, el asesino, le da por culo, perdón, lo sodomiza, y luego Wahhch tiene que escapar porque el asesino tras sodomizarlo decide ir a por él con intención matarlo. Y entonces, cruz de navajas por una mujer…
Dicho así todo esto parece un poco coñazo. No lo es, o sí, y la lectura me ha dejado ofuscado y no veo las cosas con suficiente nitidez. Diré que leyendo el libro, durante un buen rato he tenido mis reservas (no de indios) precisamente, pero al final me he dejado llevar y la cosa ha mejorado ostensiblemente.
Si en otras novelas se lleva la polifonía de voces (Bulevar 20, Fin de Fiestas…), aquí se lleva la polifonía animal, es decir que nos enteramos de lo que pasa en esta historia porque en cada momento hay presente algún mamífero, ave, reptil, insecto, etcétera, presente, y es a través de sus ojos, la manera mediante la cual vemos el periplo, andanzas, correrías, devaneos sexuales, de Wahhch.
Esto de los que animales piensen tiene su gracia porque es bastante original (dejando de lado Rebelión en la granja) y además es un aliciente, porque resulta divertido leer las reflexiones de un caballo o de un cerdo antes de pasar a formar parte de la cadena alimentaria humana, de un perro antes de una pelea mortal con otro congénere, de una mosca antes de libar el sudor de su objetivo, de una paloma viendo el mundo desde el cielo, de un mono descojonándose de lo tontos que son los humanos mientras se lía un cigarrito, de un pez olvidándolo todo cada…, etcétera, así como ver cómo sienten los animales la tristeza, la alegría, el dolor, la excitación, de los humanos, identificando cada estado emocional de estos con un color diferente, o sus sentidos tan desarrollados para percibir cualquier aroma, olor, excrecencia, fluido o flujo corporal.
Y lo que empieza como algo parecido a una venganza, o al menos con la esperanza de Wahhch de poner cara al asesino (y saber así que no ha sido él), a medida que se van cometiendo más crímenes, todo comienza a ser cada vez más ensordecedor y más tenebroso y más negro y más visceral, cuando Wahhch vaya abriendo brecha en su memoria granítica y sus recuerdos comiencen a aflorar y el deseo de venganza deje paso a un deseo de saber quién es, anhelo de ir en busca de esas palabras que le permitan tener un nombre, una identidad, un pasado, porque Wahhch sabe que todos los finales son iguales: bajo tierra. Y su empeño, su cruzada existencial, será saber qué paso cuando a sus cuatro años estuvo enterrado bajo tierra y por qué su padre adoptivo le salvó la vida y ahí entra en escena un escenario bélico aterrador, la masacre de Sabra y Chatila, en 1982, cuando unos cristianos maronistas armados, sembraron el terror en un campo de refugiados palestinos ante la pasiva mirada de los Israelitas. Wahhch tendrá oportunidad de conocer de la boca de un amigo de su padre, qué es lo que sucedio realmente durante esas 72 horas dantescas. Ahí Wajdi se despacha a gusto y esas páginas inundadas de sangre e ignonimina lograrán erizar el bello de cualquier persona sensible.
Ráfagas de frases cortas dotan la lectura de un ritmo ágil, vertiginoso diría, a lo que ayuda que muchas páginas sean apenas dos párrafos y esta historia de Wahhch yendo en busca de su pasado olvidado, convertido su (sin)vivir en un continuo afán de ir hacia adelante sin parar de moverse, realizando un viaje exterior que es también al mismo tiempo interior, hacia el fondo de su ser, de su inconsciente, ha convertido esta lectura, en una lectura casi compulsiva, enfermiza, febril.
Wajdi construye poderosas imágenes visuales, sí, este libro se ve al tiempo que se lee, y el acierto de dar la voz a los animales permite como en una secuencia relatada por las aves, ser testigos de una estampida de caballos con colisión fatal en una autopista, donde la pluma sustituría a una cámara registrando una plano aéreo.
Ánima es esa clases de novelas que quieres acabar a toda costa para dejar de sufrir, para recuperar el pulso normal, para volver a congraciarte con la luz apacible de la nevera, del fulgor estelar sobre los tejados, sí, lejos, muy lejos, cuanto más lejos mejor, del infierno con el que nos deleita/tortura Wajdi con esta Ánima, que os animo a leer.