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Manuel Longares

Romanticismo (Manuel Longares 2001)

Manuel Longares
Cátedra
2008
516 páginas

Disfruté mucho leyendo Los ingenuos. Tenía que quitarme el mono de Longares leyendo algo suyo, Romanticismo por ejemplo, la gran novela de Manuel Longares hasta la fecha, por la que le otorgaron (merecidamente) en 2001 el Premio de la Crítica. Otro reto pendiente es acometer sus libros de relatos.

Si en Los ingenuos Longares despachaba tres décadas de la historia reciente de nuestro país (para los de aquí es obvio, pero para las tres visitas que vienen mensualmente de fuera de la UE, comentar que hablo de Spain) en poco más de 200 páginas, en esta novela se faja durante más de 500 páginas narrando los años comprendidos entre la muerte de Franco (en noviembre de 1975) y mediados de los noventa, cuando los socialistas tras llegar al poder en 1982 perdieron las elecciones, en 1996, asediados por la corrupción (¿corrupción?. Sí amigos: Luis Roldán, Juan Guerra, financiación de los GAL, prevaricación y cohecho en la Expo, etc. La Historia se repite) a manos de Aznar (sí, El Estadista).

Longares hace interactuar alrededor de cien personajes, labor nada fácil, a no ser que uno esté dotado para la escritura. Longares lo está.
De hecho va sobrado, tanto, que diría que Romanticismo es uno de los mejores libros que he leído nunca.

Dice Longares que para él leer a Pla es una terapia. Suscribo la máxima reemplazando Pla por Longares. De hecho yo no salgo ya a la calle sin algo de Longares en mi riñonera, o en mi móvil (google drive obra milagros digitales cada día), o con alguna página fototocopiada o impresa de alguno de sus textos, cual Manifiesto.

Argumento: (explicado por Basanta, miembro del jurado que premió la obra de Longares)

Es una novela larga con los tres elementos clásicos: presentación, nudo y desenlace. El libro comienza en 1975, y gira en torno a la burguesía franquista del madrileño barrio de Salamanca, temerosa de la muerte del dictador. En la segunda parte se desarrollan las peripecias de estos burgueses para mantener sus privilegios, y la tercera narra cómo con el paso del tiempo este grupo social ha cambiado algunas de sus costumbres, pero cómo siguen los mismos en el barrio, en el cogollito inexpugnable para quienes no son de allí’.

Leyendo el argumento no me parece que den muchas ganas de leer el libro, por eso me veo en la obligación de añadir algo más que fomente su lectura. Ahí va.

Longares aplica a estas páginas palpitantes, diría que exultantes de vitalidad, unas buenas dosis de sarcasmo, de ironía, de humor (humoradas, chascarrillos, bufonadas…), donde no falta lo grotesco, lo caricaturesco, lo desmitificador, así como el desgarro dramático, la pulsión lírica, lo voluptuoso en páginas carnales y espermáticas que conjuran la muerte, con personajes en conflicto, abismados al precipicio o enquistados en sus posiciones privilegiadas, circunscritos entre los límites de su barrio, un barrio reducido a fortaleza (fortaleza infernal añadiría, porque qué coñazo ser rico y no poder salir del Barrio de Salamanca, de ese cogollito donde se agostan las existencias de esa machita gente de bien), y está presente también la esperanza de la clase media que vive fuera del cogollito, en las vaguadas, en la periferia, con su ilusión de salir de la dictablanda setentera y respirar libertad, con ganas de prosperar, de llevar otras existencias menos grises que las vividas bajo el yugyo del caudillo, expectantes todos ellos ante el abismo del cambio, de la fragmentación de todo lo que era sólido, camino hacia una democracia a estrenar, sintiendo el miedo ante el golpe de Estado del 81, afortunadamente fracasado.

Todo esto y mucho más se da cita en estas páginas torrenciales y adictivas, a lo largo del año 1975 y sucesivos, donde todo estaba por hacer, para luego ser deshecho, dilapidado, corrompido hasta los cimientos, por unos y los otros. Esa es la herencia recibida.

Manuel Longares
Manuel Longares

Leer a Longares es un placer, un goce intelectual, merced a su prosa potente, a su maestría en los diálogos, a su manejo de múltiples voces de la calle, enjundiosas todas ellas.

Y todo esto lo afirmo y defiendo tras haber tenido el gusto de leer páginas y párrafos como estos:

Diez millones de votantes de la España socialista se querían como nadie lo hizo hasta la fecha ni volvería a tentarlo siquiera, estos diez millones de españoles se querían un huevo, se querían más que Calisto y Melibea o los amantes de Teruel, en cualquier circunstancia se atrevían a declararlo sin rubor, y desde que el agraciado recibía esa investidura afable que abarcaba a su familia natural y política, le crecían los encanados aunque sólo lo hubieran visto de lejos o supieran de él por habladurías, lo cierto es que ese anodino y borroso personaje de nombre inédito y hasta maltratado por la transmisión oral, una vez catapultado por la popularidad del afecto pasaba a ser querido incluso por quienes en su momento lo repudiaron y que ahora ocultaban su verdadero sentir para no desviar su imadversión del que debía absorberla en exclusiva —ese truhán del palacio de El Pardo que enderezaba a los díscolos con la rigidez de los muertos—, y de este modo ese cariño empastado en el odio a quien involuntariamente les enseñó a quererse mucho y mostrarse solidarios frente a su crueldad impasible se enlazaba a otros amores erigidos con idénticos mimbres al norte, sur, este y oeste de la península y las islas y protectorados añejos que el Caudillo regía con la mano tonta, y así este grumo afectivo desbordaba a sus destinatarios por una elemental regla de tres que
sólo admite como excepción el camarote de los Hermanos Marx, superaba también a sus familias y abarcaba a sus concubinas fijas o eventuales, sus clientes, sus acreedores y los abonados telefónicos asiduos, y tras extender su entusiasmo a esta legión de indiferentes y a los inmuebles donde anidaban, desde bares y apartamentos a transportes propios o comunales, cruzaba las fronteras de la piel de toro, buceaba en pozos y océanos y ascendía a los cielos en busca de prosélitos porque su vehemencia no tenía coto, y prueba de ello es que este celo caritativo y pringoso no cejaba en ampliar su agenda de contactos hasta que se sentaba como bienaventurado electo a la derecha del Padre, momento en que, gratificado por las indulgencias del engranaje celestial y seguramente tocado por la gracia de Dios, le sobrevenía el éxtasis que desencadenaba un descomunal orgasmo por tierra, mar y aire y su interminable eyaculación encalaba el firmamento, el fondo de las aguas y la arena de los desiertos, rociaba pájaros, reptiles, semovientes y aves de corral, plateaba todo género de árboles y plantas y derramaba su melaza otoñal por chabolas y segundas residencias, alquileres, pensionados, cenobios, lupanares, granjas, caballerizas y otros nidos de confraternización terrestre (página 452-453)

Tienen la razón del dinero y del poder y nos utilizan para su grandeza. Pero somos también su debilidad y en un momento de romanticismo se pierden. Se pierden por nosotros, por todo lo que no es como ellos. Se trata de un arrebato, de un capricho, enseguida se dan cuenta de su error y nos olvidan. Pero en ese instante de su vida en que se hacen humanos porque nos buscan, también aspiran a ser sublimes (página 516).

Leo que Longares dice en una entrevista que en España sólo hay 5.000 lectores. Me alegro de ser uno de esos «elegidos«, aunque esto lo decía Longares en 2002. Ahora que hay alrededor dos millones de blogs como la mía hablando de libros, que se supone hemos leído, creo que ese número debería ir al alza.

Y para concluir, apuntar que el libro que he leído es el publicado en Cátedra, que viene a ser como el 2×1 de Carrefour, porque si el libro de Longares ya «de serie» es un buen tocho , enriquecido con las 330 valiosas anotaciones a pie de página, lo convierten casi en una Broma Infinita.

Nieve (Maxence Fermine 2001)

Nieve Maxence Fermine

Al libro Nieve del francés Maxence Fermine llegué virgen, algo premeditado, pues nada cuesta hoy en día echar un vistazo a internet y leer mil reseñas de un libro antes de leerlo. En ese caso, a menudo, uno más que leer va confirmando o no expectativas y creo que este no es el camino. A Maxence le ha dado unas cuentas oportunidades, así tras Nieve leí El violín negro, El apicultor, y Opio, todos ellos muy parecidos.

El libro es pequeñito y te lo ventilas en un santiamén. El protagonista es Yuko que sólo quiere escribir Haikus (poemas de tres versos y 17 sílabas. Al carro del Haiku se subió también el riojano Andrés Pascual en su libro: El Haiku de las palabras pérdidas) sobre la nieve.. Para él todo es blanco y toda la belleza la aglutina en esa agua blanca. Está ambientado a finales del siglo XIX en Japón, y Yuko desoyendo los consejos paternos, no quiere ser ni guerrero, ni sacerdote, él lo que quiere ser es poeta, pero como sus poemas son muy blancos, y es preciso si quiere devenir en poeta del Emperador, dadas sus buenas artes como poeta, colorearlos, por lo que le recomiendan que vaya a ver al maestro Soseki (que en su día fue Samurai, completando así todos los lugares comunes cuando hablamos de Japón), que a pesar de estar ciego, tiene toda la paleta de colores en su corazón.

Es clara la ilación (o más bien plagio: no en un sentido literal pero al Francés se le ve el plumero de lejos) de esta historia con la de Seda de Alessandro Baricco. La historia es como un círculo que se cierra, con pocos personajes y todos interconectados. Las cifras son exactas, siete mil sílabas, siete años, siete polvos, el número siete. Los párrafos son cortos de textura nívea y sedosa, y Yuko está en continuo movimiento, de ahí que no nos de tregua, si bien ese cambio que experimenta por mucho que se revista de cultura zen no deja de ser superficial. La fuerza del amor hacia las mujeres, es la fuerza motriz y renovable que impele a los hombres del libro a llevar a cabos sus creaciones, a alcanzar la perfección en el arte de la escritura, para lo que es necesario a su vez, controlar la danza, el baile, la pintura y la caligrafía.

Nieve, reúne en su ser todos los tópicos para convertirse en un libro muy vendible, por su amena historia y liviana textura, por ser como ese osito de peluche que al frotarlo por las zonas erógenas, da placer, pero que no deja poso alguno, porque hay libros que como la Nieve se funden a las primeras de cambio y desaparecen en el mar confundidos con otros millones de gotas de agua (¿se puede ser más tierno?). Que una novela o un relato sean ligeros y etéreos no sé si es una bendición o una maldición. Para terminar y dado que el amor es caminar sobre el alambre, no podía faltar un personaje femenino funambulista.

La joven era funámbula y su vida seguía una sola línea. Recta.

Como colofón apuntar algo no sé si achacable al traductor o al autor

desnuda y rubia de raza europea. (pag. 41).

Pero ¿existe una raza europea?, o este término atiende a criterios geográficos administrativos, porque sino ahora mismo podríamos empezar a hablar de la raza Riojana.

No confundir este libro con el de Ohram Pamuk del mismo título. El de este último es todo menos ligero. De hecho lo tengo a medio fundir, pues la prosa de Pamuk es como el plomo y mis púpilas se retienen.

La hermana de Katia (Andrés Barba 2001)

La hermana de katia
La hermana de Katia es una historia minimalista; dos hermanas, una madre, una abuela y la pareja de la madre. En la sombra, una difunta, Nuria, que atormenta a la abuela cuando curiosamente ésta comienza a perder la memoria. La voz que narra es la de una joven de catorce años, que no acude al colegio y pasa el tiempo realizando tareas domésticas y viendo documentales de animales, que ve el mundo desde el taburete de sus catorce años. Ella, es la hermana de Katia quien a sus 19 años dejará la frutería en la que trabaja para dedicarse a hacer strip-tease en un local. Una relación tensa la que vive Katia con su madre que hace la calle. Un padre ausente y un hombre, un carnicero, que acompaña a su madre en sus ratos de asueto. Y ahí que Andrés Barba (Madrid, 1975 y finalista con esta novela en el Premio Herralde de novela en 2001) nos va desgranando las historias de Katia (con Giac), de su hermana (con John), de la madre (que busca huir de los apelativos), de la abuela (con sus soldados de plomo y sus amores juveniles), en ese piso, campo de batalla, de encuentros y desencuentros familiares, de algaradas sentimentales, de reconciliaciones y silencios, todo ello descrito con una prosa ágil, creando distintas secuencias que van engarzando, describiendo la «vida», con naturalidad, y avanzando como trenes en silencio que van hendiendo la oscuridad, con sus paradas y acelerones, alterado el silencio con los pitidos del revisor, ya saben, todo lo que implica vivir, que no es poco.
Una novela esta que tenemos entre manos meritoria para alguien que como Andrés cuando la escribió tenía tan solo 26 años (sí ya sé que Larra murió con 28, pero eran otros tiempos), quien no veía el mundo desde un taburete, pero que no tenía el recorrido que dan las noches en vela y los años bebidos. A Barba a pesar de su juventud, en cuanto a premios no le ha ido nada mal de momento (Premio de Novela Ramón J. Sender, Premio Torrente Ballester, Premio Juan March de novela breve, Premio Herralde de Novela), Premio Anagrama de Ensayo)

Andrés Barba | Las manos pequeñas (2008)