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La lluvia antes de caer (Jonathan Coe 2009)

La lluvia antes de caer Jonathan CoeJuan Goytisolo escribió: tu nacimiento fue un error: repáralo. Leyendo esta novela del Inglés Jonathan Coe, uno casi se ve obligado a dar la razón a Goytisolo, o a su máxima.
La lluvia antes de caer es un ejercicio de memoria. Algo que recientemente también ocurría en las últimas novelas aquí comentadas, Victus y Antigua Luz.
La protagonista de la novela es Rosamond, quien al morir deja unas cintas grabadas para que le sean entregadas a Imogen. Como ésta no aparece, finalmente es su sobrina Gill quien junto a sus hijas se encomiende a tal labor. Si en la última novela de Baricco, Mr Gywn, un escritor decidía escribir retratos, aquí Rosamond decide narrar su historia, su vida, y cómo no, la de la madre y la abuela de Imogen: Beatrix y Thea, sirviéndose de 21 fotografías.
El recurso empleado por Jonathan Coe para contarnos esta historia es solvente y la cosa funciona. De esta manera y dado que Imogen es invidente, las fotografías que Rosamond le cuente de viva voz (grabada en cintas) le permitirán saber cual es su historia, su origen y sino justificar nada de su pasado, al menos tener información de primera mano.
La historia se repite una y otra vez, los errores se suceden, se acumulan, y así las relaciones de Beatrix con su madre, son similares a las reproducidas entre Thea y su madre, relaciones tormentosas, basadas en el desamor, en el agravio, en la falta de cariño, ternura y amor.
Rosamond actúa como testigo de excepción de todo lo que se cuece en el seno familiar de Beatrix, con quien en su más tierna infancia alcanza la categoría de hermana de sangre, cuando como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, los niños son enviados a la zonas rurales y Rosamond va a parar a la granja de sus tías. Rosamond tratará de salvar las vidas ajenas, para darle así quizá un sentido a la suya propia y al final de su camino será capaz de reconocer su estulticia, sus vanos propósitos, su egoismo salvador, etc. Queda claro que ciertas cosas son inevitables. Solo podemos apostar sobre el cuándo o el cómo.
Coe describe con buena mano sus personajes realizando una notable labor de introspección, personajes a quienes de una manera intencionada Coe va calcando los rasgos que los caracterizan, así Thea repetirá los errores de su madre y Beatrix los de Ivy.
Al fresco familiar compuesto por un buen número de personajes contribuye el elemento de la búsqueda, lo que insufla la historia de cierto misterio y suspense hasta las páginas postreras, lo que anima a su lectura, galopando hasta cruzar la meta.

¿No es un auténtico milagro que consiguiera captar todo eso: captar el espíritu de alguien, exteriorizarlo, hacerlo permanente e inmutable, sin emplear nada más que una mezcla de pigmentos y aceite vegetal?. Me parece asombroso lo que pueden hacer los artistas. (pag 219)

Cambiemos pigmentos y aceite por celulosa y tinta, y llamemos al artista Jonathan Coe.

El golfo de los Poetas (Fernando Clemot 2009)

El Golfo de los Poetas

Fernando Clemot había publicado hasta la fecha cuentos y relatos. Con esta novela, El golfo de los Poetas, se inicia en las largas distancias. El resultado es muy satisfactorio.

Clemot no se anda con chorradas, nada menos que 286 páginas, sin espacios en blanco y escasamente seis capítulos, uno por día, de lunes a sábado para desgranar la historia de Leo Carver, un personaje de peso.

Leo Carver, ha sido, y es, a pesar de no escribir desde hace años un escritor famoso, que junto a su mujer, la amiga de esta, y su hija se va a pasar unos días a una casita alquilada en la localidad italiana de Marina, próxima a Carrara y Pisa.

Aquello no es un familia reconstituida, sino más bien una familiada prostituida, que hiede. En el aire se respiran reproches, velados o no, agresiones verbales, un mal rollo generalizado que Leo y los suyos no hacen nada por barrenar, sino que más bien siguen alimentando con sus palabras y acciones.

Leo está acabado. Su cuerpo es un vertedero. Un manantial seco que la bebida no regenera. Una miriada de veneros. Un cuerpo fofo y decrépito, incapaz de ajusticiarse, de ponerse fin. Toca pues vivir, remontar días, escalar los minutos, vivir bebiendo, vivir destruyéndose.

La figura de Leo me recuerda a la de Bukowski, el rol de un ser aparentemente despreciable, pero que merced a su pluma y las burradas, de contenido sexual casi todas, que plasma en sus libros, se gana el fervor de las masas, concretamente de chicas y chicos jóvenes para quienes compartir catre con el artista se convertirá en una experiencia única, que no irrepetible, porque luego repiten y reinciden y quedan prendadas de esa ruindad, de lo decrépito y marchito, de ese fracaso y vacío existencial cuyo eco lamerá las heridas de las entregadas amantes.

Leo ha perdido la memoria reciente tras un accidente el año pasado. Va escribiendo desde ese día notas en unas agendas que irá almacenando sin dedicarle apenas tiempo. Tiene Leo deudas pendientes con el pasado y en ese viaje trata de saber lo que paso con Val, su amada poeta, la mujer total, esa Diosa de la que se enamoró, quien le correspondió (cuando lo podía haber despreciado) y a quien perdió. Pero los pensamientos bisagras, al tiempo que nos llevan a una cosa, nos llevan a otra, y así como si de una noria se tratara, algo se va removiendo, hasta que toque actúar y tratar de desvelar finalmente qué paso, coger el toro por los cuernos, y poder afrontar el dolor: la única manera de superarlo o mitigarlo.

Clemot se faja de lo lindo durante casi 300 páginas. El suyo es un ejercicio de estilo. Podía el catalán haber despachado el libro yéndose por otras sendas más trilladas, más cómodas, y seguro que mucho más comerciales y complacientes, pero no, Clemot no es de esos, por eso el autor se faja página a página, y va destilando palabra a palabra, párrafo a párrafo, página a página, con mano de órfebre, con buen pulso, con un lenguaje rico y oportuno, dando cuerpo a una obra que coge forma enseguida y a la que Clemot va dotando luego de consistencia, con matices, variaciones, averiguaciones, impregnado todas ello de lirismo, de poesía (aunque sea para describir la inmundicia humana, su derrumbe, su socavamiento), incluso concediéndose un golpe de efecto postrero y un final que no me esperaba.

Si Clemot vuelve a publicar algo más. Tendrá un lector (deseo que sean miles) esperándole.

De momento mataremos la espera con Safaris inolvidables, y El libro de las maravillas.

El club de los estrellados (Joaquín Berges 2009)

El club de los estrellados Joaquín BergesDespués de haber leído Vive como puedas y Un estado del malestar era menester ir al origen, a las fuentes, y leer la primera obra de Joaquín Berges, titulada El club de los estrellados. Como es marca de la casa a Berges le gusta crear situaciones surrealistas pero verosímiles, ejecutadas por personajes de carne y hueso, personajes con chicha, lo cual va más allá de reducir el perfil psicológico de un individuo a la descripción de su vestuario diario o de unos gustos o aficiones, no, Berges va mucho más allá, y sus personajes son complejos. En este libro el autor dice haber querido aunar dos de sus aficiones la astronomía y la música de Bach y el híbrido funciona a la perfección. Me gustan los libros de personajes. Este es uno de ellos.

El protagonismo se lo reparten el barman narrador de la historia y Francho un funcionario de correos dispuesto a todo por cumplir una misión. El barman y Francho son casi como hermanos, ambos pertenecen al Club de los Estrellados, un grupo de hombres que se reúnen para disfrutar lo que el firmamento tiene que ofrecerles.

Como hace Berges en Un estado del malestar con su jerga informática, en El Club de los Estrellados, la jerga es astronómica, astral, o algo parecido. Berges, de rondón, nos mete de lleno en una aventura de intriga y suspense, donde Francho se convertirá poco menos que en un superhéroe, cuando logra convertirse en lo que siempre ha querido ser, y llevar a cabo sus fantasías (quizá en eso consista vivir) y en pos de su amada, hacer gala de su inteligencia para lograr sus propósitos. A la par que seguimos las pesquisas y avances de Francho, paralelamente vemos como el Barman logra entrar en la órbita de ese cometa inalcanzable que es Hortensia, compañera de trabajo de Francho, quien nadando en su soledad, ira a parar a las orillas tranquilas de su inopinado cuidador, a quien una situación dolorosa: una enfermedad, arrimará bajo un mismo techo, y donde nuestro camarero sufrirá toda suerte de estados emocionales, lo normal cuando uno está enamorado y el corazón parece una lavadora puesta permanentemente en el programa de centrifugado y cuesta mucho que la sangre deje el corazón para pasar un momento por el cerebro y hacer entonces algo coherente (quizá la vida sea eso, vivir con el corazón y no con la cabeza o como decía la Tamaro en ese libro que permitió a Kleneex cotizar en bolsa ir Donde el corazón te lleve. Hortensia de eso sabe un rato), mientras acontencen las metamorfosis, ya sea superando una enfermedad o buceando en busca de uno mismo con bragas y a lo loco.

Si en la dos novelas que sucedieron a esta el humor estaba presente casi en cada página, en esta primera novela, el autor abunda más en la introspección psicológica, convertido en un entómologo que disecciona a los humanos con su bisturí para ver de qué estan hechos, que hay más allá de esos fluidos y humores, qué se esconde allá en el alma, donde se cuecen los sentimientos que nos definen y marcan nuestras acciones u omisiones. En ese cometido Berges está espléndido, de ahí que sus personajes sean entrañables, más que nada porque son humanos y por tanto patéticos y ruines y débiles y valientes y alocados e irreflexivos, espléndidos como soles, fugaces como estrellas…

Escribo esto mientras por la ventana de mi cuarto veo la noche cerrada, un manto negro, sin brillo, sin estrellas y no puedo escuchar a Bach porque no tengo nada suyo, pero al igual que los cometas, el ánimo y los gustos humanos también siguen excéntricas trayectorias: no digo más.

La ofensa (Ricardo Menéndez Salmón)

La ofensa (Ricardo Menéndez Salmón)

Al escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón lo descubrí hace años en el programa Página 2 (un programa en televisión donde hablan de libros: vacas sagradas la mayoría, pero mejor eso que nada) donde hablaba de su libro, pero con modestia, no como Umbral (el cual, de no haber sido por aquella memorable salida de tono, creo que sería hoy un pefecto desconocido para muchos jóvenes, a pesar de sus libros y sus columnas periodísticas).

Me pasé por la biblioteca (a uno le gustaría comprar más libros, pero si compro todo lo que leo necesitaría el sueldo de un Senador o de un proxeneta y no es el caso), lo cogí y me lo ventilé del tirón. Son 142 páginas, si bien comienza en la número 13 y la letra es de buen tamaño, lo cual hace que su lectura resulte muy ajustada para estos tiempos modernos, donde uno llega a la noche desgüazado y al menos yo no me puedo ir a mi catafalco con lo último de PaKete Morton, Ken Follete o Mo-ye(tin) (quien desde que ha recibido El Nobel ha debido vender un millar de libros, o más, según me ha contado un pajarito, o un pajarraco, no lo sé), más que nada porque no tendría ni fuerzas para sujetar semejantes mamotretos.

Hay un poco de todo en el libro, sí, como en botica. Está ambientado durante La Segunda Guerra Mundial, así que no falta el Ejército Alemán y por supuesto los demoniacos nazis. El autor da unos apuntes históricos de fechas y lugares que ahondan en el avance llevado a cabo por el ejército alemán en su conquista de Europa, con el mayéstico Hitler a la cabeza. El protagonista es un sastre llamado a filas, el cual ante un hecho dantesco por parte de otros soldados pierde la sensibilidad física y espiritual. Esto es, no siente calor ni frío, ni es capaz de emocionarse ante la tragedia o felicidad propia o ajena. Se queda ataráxico perdido.

Hay también una historia de amor por medio, con una enfermera, una forma de evitar la parca muy peliculera y una vuelta de tuerca con la que saldar cuentas con el pasado.
Cada capítulo son unas cuatro o cinco páginas, lo que imprime un ritmo a la lectura que no da tregua. Ante un libro como este, uno se plantea si nos encontramos ante un libro histórico, ante una arrebatada historia de amor, ante una tragedia personal sin igual o ante la suma de todo ello.

La idea de que alguien pierda la sensibilidad ante un hecho atroz es interesante, pero el autor una vez esbozado el problema que aqueja a Kurt (el protagonista) no ahonda mucho en el tema. La historia nos la cuenta el autor, no Kurt, así que las apreciaciones personales sobre, por ejemplo, el armisticio vergonzante que firmaron los franceses ante los alemanes, las hace el autor de la novela, no Kurt su personaje, creando así dos mundos paralelos, que no se tocan, uno en el que se mueve o en el que el autor sitúa a su protagonista y otro el de las apreciaciones que sobre esos hechos históricos hace el autor de la novela.

El autor cincela su prosa con mano de orfebre (un empeño del que otros como Robe Iniesta han desistido: !Que no me da la gana pasar media vida buscando esa frase que tal vez no exista!, nos berrea en su temazo Puta), empleando palabras poco trilladas, con las que barnizar su obra con una pintura elitista, que actúa como repelente para masas o lector-medio. Para el recuerdo nos deja el autor frases como:

«gozaban de la plasticidad de un derviche giróvago»….

Sí, han leído bien, derviche giróvago. Métanle mano a la María Moliner, no se corten, no pasa nada. Aprendemos y desaprendemos cada día.

No obstante lo anterior Ricardo ofrece un libro de amena y sedosa lectura (sí, creo que Alessandro Baricco con Seda, dio pie a un sinfín de imitadores conceptuales que se montaron en el carro de la novelita corta, sedosa y aterciopelada, de escaso recorrido (no todas por supuesto, porque la literatura a granel no supone buena literatura. Ahí tenemos El extranjero de Camus, La lluvia amarilla de Llamazares, Dos hermanos de Atxaga, El Estatus de Olmos, y tantas otras buenas novelas cortas), que dio muchos parabienes a un buen número de escritores que se han forjado un nombre en las distancias medias, muy agusto en esas medias maratones de cientoypicopáginas), con una aventura que en mi caso no me ha subyugado lo más mínimo, dado que su personaje quizá haya transmitido de modo inconsciente, no ya su insensibilidad al lector, sino una apatía, en donde las piezas, sí, encajan, pero donde la emoción no existe y eso para un lector equivale a echar mano de un prospecto y aburrirte mirando las contraindicaciones del medicamento-libro.