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Últimas noticias de la escritura

Últimas noticias de la escritura (Sergio Chejfec 2015)

Sergio Chejfec
2015
115 páginas
Editorial Jekyll & Jill

A día de hoy los niños en los colegios se manejan con sus lapiceros y sus cuadernos interlineados, donde aprenden caligrafía, donde se les enseña ortografía. El cambio radical vendrá cuando los niños directamente tengan que escribir sobre un teclado físico o virtual, y la escritura manual pase a ser una reliquia.

La escritura manual, es todavía hoy en las aulas un paso obligado, el cual convive cada vez más temprano con otras formas de escritura, dado que el niño aprende a escribir a mano y al mismo tiempo, hace búsquedas en internet o escribe mensajes en teléfonos móviles.

La tendencia es que la literatura a mano cada vez sea menos necesaria, pasando a ser ya casi inexistente en muchos trabajos, donde lo máximo requerido es echar alguna firma que otra, y donde la escritura mecánica o digital ha ganado la batalla.

Creía que este libro de Chejfec se movería en este terreno, en esta disyuntiva entre lo analógico y lo digital pero no, no del todo, pero algo hay.

A medida que la escritura a mano desaparece lo hace también todo aquello asociado a la misma: los cuadernos, las libretas, las hojas donde el autor iba tomando notas, apuntando reflexiones, fijando pensamientos. Vemos, que a la par de la publicación de los libros, surgió también mucho material que tiene que ver con la génesis de esos libros, los manuscritos que el autor pergeñó, las anotaciones que hizo en el mismo, los subrayados sobre lecturas de otros autores, mostrando un paisaje hollado, surcado por el trabajo, y el esfuerzo, por la mano del escritor, que rotura el papel como el agricultor el campo.

Si todo este trabajo manual, se reemplaza por una hoja en blanco sita en la pantalla de un ordenador, donde el empuñar un lapicero, un bolígrafo, una pluma, se sustituye por el traqueteo digital sobre un teclado, todo lo anterior, en mayor o medida desaparece, y la literatura pasa a convertirse en algo más etéreo, más fungible, algo virtual, donde la fisicidad de la escritura muta a otras territorios.

Ciertos pasajes del ensayo me han resultado muy técnicos, en otros, no salgo de mi asombro ante lo que algunos artistas plásticos son capaces de hacer con ciertos textos, empleándolos para crear obras de arte de todo tipo, como escribir un libro entero sobre una única hoja o pergeñar literaturas sensoriales, que se ven y escuchan, casi tanto como se leen, etc.

Disfruto leyendo todo lo que tiene que ver con la relación que Chejfec establece con su escritura (surge este ensayo a raíz de la compra de la libreta verde que vemos en la portada del libro, convertida con el paso del tiempo en un talismán) transcribiendo en su mocedad las obras de Kafka, con la esperanza de que ese transcribir le aparejase a su vez, asumir como por ósmosis, algo del genio Kafkiano, o las reflexiones acerca del nuevo estatuto que asume la escritura digital con respecto a la manual o la mecánica, o lo que sucede en esas blogs donde algunos autores cuelgan sus textos (textos ultimados que aglutinan en su ser todo el proceso de creación y edición), que en el caso de ser imprimidos por algún usuario en cualquier parte del mundo, éste tendría entre sus manos, un ejemplar original (donde surge la reflexión acerca de lo que entendemos por copia y original) teniendo presente siempre que sobre un papel o sobre una pantalla, la escritura creo, siempre seguirá viva, porque en un formato u otro, el ser humano siempre saciará su sed de aprehender el mundo, de explicarlo, a través de la escritura, de esa “marcación sobre una superficie”.

A quienes gocen de la lectura, de la escritura, de una de las dos, o de ambas, este ensayo será sin duda de su interés.
La edición de este librito por parte de la editorial Jekyll&Jill es una maravilla (http://jekyllandjill.com/shop/ultimas-noticias-de-la-escritura/)

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La virtud de Checchina (Matilde Serao 2015)

Matilde Serao
92 páginas
Editorial Ardicia
Traducción: Pepa Linares
2015

Matilde Serao escribe esta pieza breve en 1883, casi 30 años después de la publicación de Madame Bovary por Flaubert, con la que guarda ciertas similitudes.

La protagonista, Checchina, vive en Roma junto a su marido, médico, del que desprecia su orondez, sus toscas maneras, su tacañería, su capacidad para dormitar en cualquier parte, los olores que éste se trae a casa, propios de su oficio como médico y del trato con personas de toda condición, etc.

Un buen día un Marqués, es invitado a comer a casa de la pareja, y el marqués, sólo como está, y conquistador como parece, le tira los tejos a Checchina, animándola a tener con él una aventura.

Checchina, deslumbrada, descolocada por ser ella el objeto del deseo de un Marqués (entendido más como una condición social que como una singularidad especial), decide dar ese paso hacia el adulterio y cometer una infidelidad, pero la realidad no se le pondrá nada fácil.

Checchina, más que desesperarse por la grisura o monotonía de su existencia, cifra su desesperación cotidiana en cosas materiales, en todo aquello que su burguesía ramplona no le permite tener, a saber: abrigos de pieles, perfumes caros, prendas de vestir elegantes. Así, la opción de ir a visitar al Marqués se le antoja como una aventura, como un acto más pueril que adulto, pues da la sensación que podría ser una aventura con un Marqués, o un viaje al extranjero, o tomarse un café en un bulevar engalanada con las mejores pieles, aquello que a Checchina la haría feliz, más que el hecho de buscar el amor, o la felicidad, en el regazo ajeno.

Si Bovary llevaba su apasionamiento febril y su despecho delirante hasta el punto de poner fin a su existencia, Checchina va en sentido contrario, pues cualquier pormenor, ya sea la lluvia, o su falta de espíritu, arrojo o simpleza, será aquello que la conducirá finalmente de nuevo a la placenta del hogar, a la nada cotidiana de la que se fue y a la que regresará y que podemos entender como otro drama (que la autora reviste de un patetismo cómico), como un suicidio en vida, al sufrir Checchina la imposición de tener que vivir una vida con desgana, sin apasionamiento, sin horizonte, ni ilusiones, una vida más, en definitiva, doméstica, banal y trivial.

Recomiendo leer el posfacio de Natalia Ginzburg, que obra como reseña y da las claves de esta obra, no tan menor, como su extensión pudiera hacernos presuponer.

9788494365515

El cuaderno perdido (Evan Dara 2015)

Evan Dara
Editorial Pálido Fuego
2015
510 páginas
Traducción:José Luis Amores

Stefan Sweig en su libro “Momentos estelares de la humanidad”, en el capítulo dedicado a La marsellesa escribe “Pero a la larga, la energía innata de una obra no se puede ocultar ni desoír. Una obra de arte no puede olvidarse en el tiempo, puede ser prohibida y rechazada, pero lo esencial acaba siempre por arrebatar la victoria a lo efímero”.

El cuaderno perdido de Evan Dara se publicó en Estados Unidos en 1995, veinte años después, Pálido fuego decide traducirla (José Luis Amores) y publicarla.

Doy la razón a Sweig, El cuaderno perdido, es una obra de arte, que no debe quedar oculta ni ser desoída.

Mientras en occidente el capitalismo sea cada día más feroz y salvaje, la novela de Dara será a su vez más vigente y necesaria.

Sus más de 500 páginas, muchas de ellas, de ritmo salmódico e hipnotizante, aunque también proclives a inducir el sopor del lector, que no ponga en esta lectura lo mejor de sí mismo, muestra cómo el afán de riquezas, la avaricia desmedida, el ganar dinero a cualquier precio por parte de muchas empresas, supone el pretexto para llevar a cabo cualquier acción, por muy abominable que nos pueda parecer, pues el dinero es capaz de blanquear cualquier conciencia y rellenar cualquier bolsillo agradecido.

Una empresa será capaz de convertir una localidad americana en un vertedero tóxico, al introducir en la fabricación de sus productos, multitud de sustancias tóxicas y cancerígenas, e incluso almacenar productos de otras empresas, de otros países. Una prácticas por otra parte, opacas, escondidas tras reglamentaciones inexistentes o poco exigentes, o fácilmente moldeables, o bien luego enmarañadas con términos técnicos y luego justificadas en pos de que el progreso conlleva también pérdidas, de que si la empresa se viera abocada a cerrar, muchos se quedarían sin trabajo, sin futuro, de convencer a la población de que no hay que ser alarmista, que la clave está en la tolerancia al riesgo de cada cual.

Una miríada de voces, a lo largo de la novela, alucinadas, febriles, surrealistas, sesudas, que al final, con algo de perspectiva las vemos, todas ellas, sobre una gran tela de araña tóxica, donde la empresa, es la gran araña, que las ido matando, deformando, enfermando a todos ellos, como si este fuera su objeto, su fin, y su Gran Obra.

El posicionamiento estético de Dara salta a la vista a medida que leemos, el moral también, pues valida la máxima de George Orwell «La literatura siempre es un acto político, pues implica un posicionamiento moral». No es casual que Chomsky se convierta en un personaje de la novela, que Chomsky, un brillante lingüista, haya devenido durante estas últimas décadas en un activista, en el azote de la derecha americana (y también de la izquierda), un azote ninguneado, que no recibe, dicho sea de paso, cobertura alguna en los medios audiovisuales, alguien empeñado en ofrecernos hebras de pensamiento del que tirar, al que aferrarnos, para salir así del maniqueísmo de lo bueno y lo malo, de lo blanco y de lo negro, ese terreno, esa bipolaridad, en el que el capitalismo siempre gana, cuando te da a elegir entre dos opciones siempre nefastas: entre una patada o un puñetazo, ese es el juego de nuestra sociedad moderna, el decir que las cosas son así porque no pueden ser de otra manera, hasta que comprobamos que todo es una gran mentira, cuando vemos hoy en día, que cuando los bancos decían hace muy poco “no, esto es imposible”, años después reconocen que “no, no era imposible, más bien, era no deseable, para ellos, para sus fines, para sus intereses y que no hicieron bien las cosas y que su conducta no fue la adecuada y blablabá”.

Que en la novela, una joven de 16 años decide suicidarse cuando se sabe enferma, porque no cree que pueda tener hijos, o en el caso de tenerlos, estos puedan venir con malformaciones, a consecuencia de nacer y haberse criado en ese vertedero tóxico, resume mejor que cualquier reseña, lo que unos pocos ganan y lo que otros muchos, muchísimos, siempre pierden.

Trieste

Trieste (Daša Drndić, 2015)

Daša Drndić
2015
Automática editorial
536 páginas
Traductora: Simona Škrabec
Ilustración de la portada: Natalia Zaratiegui

Acabo esta novela abatido, horripilado, espeluznado y nada consolado. Nada raro por otra parte, cuando la materia narrativa tiene que ver con las abominables acciones perpetradas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial contra los judíos, gitanos, partisanos, discapacitados, etc.

Si uno desea conocer de primera mano lo que es la maldad humana en estado puro, aquí encontrará unos cuantos testimonios capaz de llevarte al borde de la náusea, sin apenas esfuerzo. Cuando al ser humano lo despojan de tal condición, se convierte en un objeto, en una materia sin valor, en una «carga» que se manipula como cualquier otro producto, una carga que será procesada, y reducida a cenizas y que luego en sacos será arrojada al fondo del mar o enterrada, a fin de no dejar los nazis rastro de sus atrocidades.

Cuando la guerra acaba y los miembros de las SS y del tercer Reich son juzgados, ninguno de ellos reconoce sus crímenes, ni la maldad implícita en los mismos. Más allá de la obediencia debida, de alegar que estaban librando una guerra, que cumplían con su deber, ninguno de ellos se cuestiona, si degradar a seres humanos, darles tiros en la nuca al pie de las fosas comunes, matar a los prisioneros a golpes o dispararles como si fuesen conejos, mientras corren aterrorizados o vejarlos hasta reducirlos a un amasijo de carne arrumbada, lanzar bebés al aire y tirotearlos como si fuese una modalidad del tiro al plato, y finalmente gasearlos y matarlos haciéndoles creer que les van a dar una ducha reparadora, nada de todo esto es cuestionado por estos soldados, nada es puesto en entredicho, nada es simiente de remordimiento alguno, era el sistema decían, así eran las cosas se defendían.

Una vez finaliza el exterminio quienes no son llevados ante la justicia, vuelven a sus hogares, a sus roles de padres ejemplares, de maridos perfectos, mientras escuchan música clásica en sus gramófonos y podan sus rosales, y leen la prensa y llevan vidas tranquilas en sus oficios, residiendo en las ciudades que les vieron crecer, hasta que un buen día alguien (esos pocos que lograron sobrevivir a los campos de exterminio) los reconocen por las calles, y entonces son llevados hasta la justicia, y unos son condenados a cadena perpetua, y muchos otros son liberados a los pocos años por causas humanitarias, declarados enfermos y muchos ni siquiera van a la cárcel, pues se han borrado tantas huellas como se han podido y los jueces imponen sentencias irrisorias, donde la muerte de varios miles de personas se salda con unos pocos años de cárcel en el peor de los casos.

Y la reflexión que uno se hace es que la violencia siempre genera violencia y daño y malestar y no trae nunca nada bueno, y el que sobrevive y no se ciega con la venganza, a duras penas consigue sobrellevar el pasado, la tristeza, la amargura y muchas son las víctimas que tras dejar los campos deciden suicidarse.

A su vez, los hijos bastardos que tuvieron los nazis, o aquellos fruto de las violaciones perpetradas en los territorios ocupados por los nazis, o los que fueron a parar a los Lebensborn de Himmler (que tras la guerra serían desmantelados) dejaron en el camino a miles de niños, más tarde adultos que nunca supieron quienes fueron sus padres, sus madres, su familiares. Niños que en esos orfanatos fueron víctimas de abusos de todo tipo, de maltratos, de múltiples vejaciones, pues sus agresores (bedeles, vigilantes, directores) veían en ellos la simiente del diablo, cuando hablamos de niños de muy corta edad. Otra barbarie más.

En 1935 el título de bebé ario más bello de Berlín lo obtuvo una niña de seis meses llamada Hessy Levinsons. ¿Se imaginan lo que sigue?. Sí, los padres de la niña eran cantantes de ópera, originarios de Lituania y judíos. La fotografía de la niña se utilizó para la edición de tarjetas postales de manera que Hessy recorrió todos los territorios de Alemania impresa en una postal de felicitación.

Niklas Frank, hijo de un criminal nazi, abominó de su padre, de su pasado, de todas las cosas horrendas que este hizo. Es de los pocos que lo ha hecho. Frank piensa que lo que habría que haber hecho es haber ejecutado a todos los nazis, sin juicio ninguno. Porque si no nos encontramos con lo que luego ha pasado, que todo aquello ha germinado, que los nazis supervivientes, fueron luego arropados, justificados, minimizando entre todos ellos y a la larga, todo aquello, porque «El silencio se ha convertido en una enorme losa de cemento armado».

«De la Alemania nazi nació una red de canales subterráneos y que ahora llaman el duelo, la tristeza y el olvido, y que son como los tres ríos míticos que nunca se secan: Aqueronte, Cocito y Lete».

Thomas Bernhard cree que al Partido nacionalsocialista le sucedió el Partido católico, y que «ambas son dos enfermedades contagiosas, enfermedades del espíritu». (que Haneke plasmó maravillosamente en su película La cinta blanca) Y respecto de Salzburgo dice esto: «el ser de esa ciudad es enfermizo, perverso y contaminado y que no difiere de otras muchas ciudades europeas católicas que estaban orgullosas de su nacionalsocialismo, o como fuera que se llamaran entonces».

La voz de la narración que articula todo el relato es la de Haya, una mujer que llegando al final de su vida, decide echar la vista atrás, y mirar el pasado no desde la complacencia, sino metiendo las manos en el fango, en la mierda, removiendo lo que haya que remover, pues quizás esa y no otra es la manera de recuperar la dignidad, de asumir las contradicciones, de dejar de mirar para otra parte y asumir que ella, como casi todos los demás, sí sabía, y no hizo nada, mientras a su vez su hijo, un hijo robado, a la par, va recuperando su identidad, a medida que va conociendo quien es él, quienes sus padres, quien su madre.

Cuando se organiza el traslado en trenes de quienes iban a ser exterminados en los campos de exterminio, la opinión de los que como Elvira Weiner lo veían desde fuera, en el territorio neutral suizo, (neutralidad convertida en pasividad y en cooperación), mientras los trenes abarrotados de gente aterrorizada, esperaban en las estaciones durante horas, antes de partir hacia una muerte segura, era esta:

Sabíamos que esas personas iban a Alemania, sabíamos que entre ellos había judíos, sabíamos que existían los campos de concentración. Pensábamos que nosotros ya les habíamos ayudado y que si ellos continuaban ululando en la noche era su problema, es lo que pensábamos. Les habíamos dado mantas y café y sopa. Y si ellos continuaban rebelándose, no nos parecía correcto. Pensábamos: esta gente monta tanto alboroto que no nos dejan dormir. Eso es lo que nuestros vecinos escribían en los diarios.

En estos tiempos tan líquidos y desmemoriados, esta monumental novela de Daša Drndić (con una trabajada traducción de Simona Škrabec), muy bien editada por Automática Editorial,(la bonita portada es obra de la ilustradora navarra Natalia Zariategui) es más necesaria que nunca, para que nadie olvide lo que sucedió en Europa hace apenas 70 años, ahora que las carreteras y los trenes de media Europa se pueblan de refugiados y los mares se llenan cada día de cadáveres de niños y adultos, y el horizonte se cubre de verjas, muros y concertinas, es momento de no olvidar que nuestra pasividad, nuestra inoperancia, el dejar abandonados a su suerte a miles de personas, es abocarlos a una muerte segura. Es momento de exigir a las instituciones que actúen, que no se inhiban, que se pongan el mono de trabajo y hagan de las leyes un instrumento útil, capaz de salvar vidas y no de quitarlas.