Archivo de la categoría: 2015

Abril: historia de amor

Abril: historia de un amor (Joseph Roth)

Joseph Roth
Acantilado
56 páginas
2015

Nuestro protagonista, viejo, cansado, marcado por la desidia y la indiferencia, no haría nada, ni por amor, ni me temo que por ninguna otra cosa, pues nada lo motiva, ni entusiasma, pues éste se halla según nos refiere, más allá del dolor, de la alegría, y ya ni ríe ni llora.

Sí, sé lo que estáis pensando. Este hombre es la «alegría de la huerta«. Sí, pero a la inversa.

A su lado surgen mujeres como flores, que enseguida se agostan ante su indolente mirada, porque él es inasible como el viento, siempre a la fuga, fugitivo de sí mismo, donde el compromiso para él es una palabra con forma y esencia de nube.

Así, de la misma manera que nuestro personaje llega en tren a la estación, así se irá de nuevo, no sabemos hacia dónde, al mismo tiempo que comprobará, cuando ya ruge sobre el andén el monstruo vaporoso, que sus devaneos mentales respecto a su amada ventanera eran todos ellos una sarta de mentiras.

Da igual, él está de paso.

Siete casas vacías

Siete casas vacías (Samanta Schweblin 2015)

Samanta Schweblin
2015
Editorial Páginas de espuma
123 páginas

Con respecto a su novela Distancia de rescate, estos relatos de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), con los que la argentina ganó el Premio internacional narrativa breve Ribera del Duero 2015, me han resultado mucho más flojos.

Busca y encuentra el golpe de efecto la autora en cada relato, con personajes que están más allá de un proceder convencional, en cierto modo, se sitúan estos fuera del redil, de su perímetro de confort, cuyas acciones generan sorpresa, extrañeza, temor o estupor.
Samanta saca lustre en sus relatos a aquello que a menudo incomoda al lector complaciente, a saber: el duelo por la pérdida de un hijo, la violencia, la enfermedad, lo arbitrario…

Y si en Distancia de rescate, en sus 124 páginas, la autora conseguía crear un climax asfixiante de principio a fin, aquí la prosa se me antoja funcional y rutinaria, en pos del golpe de efecto pretendido, así como escasamente atractiva y a ratos, lo que es imperdonable en relatos de corto aliento, tediosa.

Mención aparte para el relato «Un hombre sin suerte» que no formaba parte del manuscrito y que resultó ganador del Premio Internacional del Cuento Juan Rulfo 2012.
A menudo, sin darnos cuenta, reaccionamos de forma automática ante determinados estímulos, o aquí, conductas ajenas, como los perros de Pavlov, y si visualizamos a un desconocido acompañando a una niña sin bombacha, entonces nuestra mente completa todos los elementos lolitescos o pedofílicos. En este relato, Samanta juega muy hábilmente con todos esos elementos y una historia donde apenas pasa nada, más allá de algo que a la postre resultará ser trivial, inocuo e inconsecuente, deviene fruto de nuestras maquinaciones, en puro misterio e intriga, cuando a cada personaje le asignamos un rol que quizás nada tenga que ver con la realidad. Es en ese terreno donde la literatura, más que convertirse en una muestrario de personajes rarunos, reos de procederes extravagantes, obra la magia de la evocación, de hacer volar nuestra imaginación, siendo nosotros entonces como lectores, quienes reescribimos lo que leemos en nuestra mente.

Signor Hoffman

Signor Hoffman (Eduardo Halfon 2015)

Eduardo Halfon
Libros del Asteroide
2015
144 páginas

Signor Hoffman de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) lo conforman seis relatos.

En el último relato que cierra el libro y el más extenso, titulado «Oh gueto mi amor«, el protagonista se traslada a Łódź, a fin de conocer el pueblo y la casa en la que vivió su abuelo judío, antes de ser éste enviado a distintos campos de concentración, para salir vivo, y sin ninguna gana de volver a Polonia, ni a su pueblo, al considerar a los polacos unos traidores a los que no les tembló el pulso al confinar en el gueto de Łódź, a un tercio de la población judía, que sumaba más de 200.000 almas, cuando los alemanes comenzaron su exterminio y tomaron la ciudad en 1939, pasando a llamarse Litzmannstadt.

El protagonista de este relato es el mismo que el de Monasterio y quizá el mismo autor de la novela, porque lo narrado parece autobiográfico. Lo tenemos de nuevo ataviado con un gabán de color rosa (a falta de nada mejor al haberse extraviado su maleta), visitando Auschwitz, avivando la memoria de su abuelo a través del recuerdo de este, como si visitando los mismos lugares en los que éste vivió, llegara a entenderlo algo mejor, y afianzar así mejor sus recuerdos, acompañado en su periplo por madame Maroszek, si bien una vez en la casa donde antaño moró su abuelo, no sabe bien verbalizar por qué motivo está allí. Nada extraño, porque a veces necesitamos sentir cosas que hurtamos a nuestro cerebro, o que no necesitamos procesar mediante la razón.

Los relatos me resultan todos ellos bastante tristes.

El protagonista, que es el mismo en todos los relatos, viaja mucho, aunque como afirma en un momento determinado, quizás todos los viajes no sean otra cosa que un único viaje.

Primero va a Italia, a Calabria, donde descubre que allí Mussolini, en Ferramonti di Tarsia, también creó durante la II Guerra Mundial campos de concentración donde confinaron a los judíos y donde le invitan para hablar de su abuelo judío, y al acontecer en esos días la muerte del actor Philip Seymour Hoffman y él apellidarse Halfon, acaba adoptando el nombre del primero y emborrachándose junto a la mujer que ejerce de cicerone, a base de ginebras, con las que quiere enturbiar el narrador su raciocinio y quitarse de encima esos billetes, para él sucios, que le han entregado a cambio de sus palabras, cuando piensa que esa réplica, esa reconstrucción, del campo de concentración que ha visto, no es otra cosa que un parque temático dedicado al sufrimiento humano, a lo que él, con sus palabras y en su empeño de honrar la memoria de su abuelo, no hace sino contribuir a ese teatro.

En otro relato coge su coche y en un par de horas se traslada desde la capital (en Guatemala) a una playa del Atlántico, donde constata que mientras él vive a cuerpo de rey, a otros les falta casi de todo, cercenado su futuro por múltiples limitaciones (física, mentales, sociales, culturales), como constata al ver a un joven encerrado, cual ave, entra las cuatro paredes de su jaula bambú.

En el siguiente relato la acción se traslada hasta una población sita en la frontera con México, donde una familia de cafeteros le demuestra con hechos que a través del trabajo duro, la adquisición de conocimientos y la formación necesaria, uno puede ser dueño de su presente y de su fortuna, sin que venga ningún europeo o norteamericano a mangonearlos, ni a robarles el fruto de su trabajo, mientras en el ambiente flotan las muertes violentas de todos aquellos jóvenes asesinados, que les fueron así arrebatados a sus padres, ya por siempre mutilados estos y ya perdidos para siempre en sus selvas interiores, donde no entra la luz.

Seguimos viajando. Nos vamos a Belice, frontera con Guatemala. El protagonista ve como sus planes se desbaratan, mientras perdido en un pueblo de mala muerte, espera que le reparen el coche, y pueda poner pies en polvorosa a todo meter, pues todo a su alrededor, fuera de su fortaleza de confort, se le antoja precario y peligroso.

Más tarde vuela a Harlem, a Nueva York y descubrimos cómo sobrevivir a esos domingos tediosos, gracias a los recitales de música que ofrece una mujer que ha perdido a su hijo.

En estos relatos no creo que Halfon llegue al nivel de Monasterio, pues la mayoría de ellas van poco más allá de su entidad anecdótica, no obstante, al menos un par de ellos muy buenos, el primero y el último, no carecen de interés.

Creo que para Halfon la literatura es enmascaramiento, adopción de otros roles, suplantación, un ejercicio de memoria, un punto de fuga, un alejamiento del ser, pues como afirma el autor en un momento de su narración, este aprovecha cualquier ocasión para distanciarse de su condición de Guatemalteco «tanto literal como literariamente”.

En Monasterio (reseña) sucedía algo parejo, pues ahí Halfon se cuestionaba valientemente y con mucho humor, qué implicaciones tenía para él ser judío y en qué medida renunciar, o distanciarse de una religión (entendida como un yugo), o no vivirla o sentirla como otros quieren imponernosla, a veces es la única manera de ser dueños de nuestras propias vidas.

Los insignes

Los insignes (David Pérez Vega 2015)

David Pérez Vega
Editorial Sloper
2015
190 páginas

David Pérez Vega despelleja en esta novela el mundillo poético que tan bien conoce, pues su trabajo le costaría (supongo) en su día, colocar y publicar sus dos poemarios y luego sus novelas. Los insignes es la tercera, tras Acantilados de Howth (reseña), y El hombre ajeno.

A David le sigo desde hace unos cuantos años a través de su blog Desde la ciudad sin cines.
El protagonista de la novela, Ernesto Sánchez, también tiene un blog, de poesía. Poco a poco se ha ido haciendo un nombre, aumentando el número de visitantes, e incluso un buen día recibe la visita del señor de la portada, de Kim Jon-un, el Jefe de Estado de Corea del Norte, quien ha escrito un poemario titulado Mi padre, el amado Líder Supremo, y al tiempo que mediante Skype se comunica en castellano con Ernesto, mejorando así el conocimiento de nuestra lengua, le pide a éste, como entendido en la materia que es, que valore su libro. Lo cual sucede al final de la novela. Ernesto además de poeta y bloguero es funcionario de carrera de grupo A, y trabaja como Inspector de Hacienda. Esto es relevante, porque llegado el caso, Ernesto podrá echar mano de su dinero, para financiarse la edición de su libro, y cumplir así su sueño de tener algo publicado.
Así son los escritores, amigos.

Esta novela me ha enganchado porque como bloguero me puedo identificar en mayor o menor medida con Ernesto y sus devaneos globosféricos. En lo tocante al despellejamiento del mundo poético, no sé si los nombres que por ahí salen, son el trasunto de personajes reales o no, pero que ese mundo editorial que nos pinta David huele a podrido es un hecho.

David se explaya sobre los suplementos culturales como por ejemplo Babelia, donde las críticas siempre son favorables, donde se es muy blando con los libros malos, donde las críticas las hacen amigos de los autores, o amigos de los editores, o autores que quieren publicar sus libros en esas editoriales que alaban, etc, donde al final son los intereses crematísticos los que priman, más que el enjuiciamiento crítico de una obra de arte. La cultura como tal se transforma entonces en algo abstracto y esos insignes, que dan título a la novela, son personajes de carne y hueso, que dirigen las editoriales, y que David nos presenta como gente ignorante, con un escaso conocimiento de la literatura en general, circunscrito su saber a conocer los libros que integran sus colecciones.

Ernesto se nos presenta como un Quijote bajo el aspecto de Rompetechos: bajito, calvo, con gafas de aumento, que va denunciando todo aquello que le enerva, ya sea el éxito de cantantes de rock, aclamados también como poetas (como Iniesta, el Rey de Extremadura), a pesar de sus letras sonrojantes, con poetas que hacen del apalizamiento personal una lanzadera al éxito editorial, poetisas que combinando lo bizarro y lo dramático consiguen el beneplácito de todos cuantos las adulan, poetas de melenitas sedosas, que esperan la llegada de las musas, subvencionadas por el Estado, disfrutando de alguna beca otorgada para la «creación literaria», etc.

A quienes todos estos devaneos propios del mundo editorial le traigan sin cuidado, no sé hasta que punto esta novela puede serles interesante. Al menos a priori. El hecho es que una vez que empiezas a leerla, te ves conminado, al menos en mi caso, a leerla del tirón.

Respecto a Acantilados de Howth la prosa de David ha mejorado, resulta más fresca, más suelta, ha cogido el tono, un tono que se sostiene casi toda la novela. Hay algún bajón también y las páginas donde surge la figura de García Ayuso o donde se detalla hasta la extenuación el empeño de Ernesto por ver publicados sus poemarios, se convierte en algo obsesivo que me recuerda lo peor de Acantilados.
Sin embargo, cuando David se desmelena y se aferra al humor, a la sátira pura y dura, ahí el libro ofrece momentazos como el de la meada catártica, la transcripción de esos poemas que tantos parabienes reciben y se mueven entre lo soez y lo cursi, casi siempre, la poeta perrofláutica que no sabía quien era Catulo, y esos mandobles que el autor va soltando a Izquierda y Derecha.

Tengo la impresión de que David, donde en su blog hace sesudas y valiosas reseñas, como las que también hace Ernesto, parece lamentarse, y mucho, de la medianía en que nos movemos, donde ni siquiera quienes están al frente de editoriales son gente culta, muchos menos, eruditos, convertida la cultura en un bien más, un bien perecedero y fungible, que deja escaso poso, donde comprobamos que quienes se acercan, si es el caso (poco probable) a la poesía, deciden leer antes a Marwan que a Rilke, a Bukowski que a Gamoneda.