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La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana (Josep Maria Esquirol)

Ya fuera con El respirar de los días, posteriormente con La resistencia última, una filosofía de la proximidad y ahora con La penúltima bondad, Ensayo sobre la vida humana, Josep Maria Esquirol, va construyendo una obra muy significativa.

En su anterior ensayo, en aquella filosofía de la proximidad Esquirol mostraba muy claramente las acechanzas y amenazas a las que se ve expuesta la naturaleza humana; todas aquellas fuerzas centrífugas que operaban con la idea de desligarnos, de desnaturalizarnos, impidiéndonos vivir la experiencia de nuestro ser, un escenario nihilista ante una realidad que se mostraba homogénea, toda igual. En La penúltima bondad, Esquirol sigue un itinerario parecido, invitándonos a reflexionar sobre la vida y la muerte, acerca de aquello que hace nuestras vidas más intensas: pensar y amar, dos verbos que se conjugan juntos. Distingue conocimiento de pensamiento, bien de bondad y apela a esta última para hacer una vida mejor entre nosotros, porque vivir, es convivir (darse vida unos a otros), en una comunidad en la que toman todo su sentido conceptos como amparo, hospitalidad, donde la bondad (que lucha contra el mal y lo vence) se manifiesta de múltiples maneras, ya sea a través la escucha, del acogimiento, del amparo al otro, de no ceder a la insensibilidad a la indiferencia.

No hay aquí una felicidad como un artículo de consumo que pudiésemos conseguir en cualquier supermercado, no hay tampoco un paraíso alcanzable. Se advierte desde su comienzo. No hay paraíso en las afueras. La condición humana es la de las afueras del paraíso imposible. Aquí, en las afueras, no sólo vivimos, sino que somos capaces de vida, aquí en las afueras vivir es sentirse viviendo.
Recurre Esquirol en ocasiones a la etimología, a fin de esclarecer la definición exacta de las palabras que maneja, y que nosotros muchas veces también, sin ser conscientes de su sentido último. Así por ejemplo trabaja con términos como ingenuidad, considerar o desear. Ese afán por expoliar nuestra intimidad, por acabar con el misterio, convierte según Esquirol la «transparencia» en la enfermedad de nuestro tiempo.
Como en su ensayo anterior hay un ataque frontal contra el consumismo, que siempre degrada y degenera todo. Este ensayo apuesta por la regeneración en contra de la degeneración (por regenerar lo degenerado) por dar sentido a las cosas independientemente de que sean útiles o no, utilidad que siempre viene dada por el mercado. Ayudar al otro sin esperar nada a cambio, simplemente por el placer de hacerlo. Abundar en la generosidad, esa generosidad que parece renuncia y retirada y agradecer más, porque el desagradecido es egoísta por definición y en lugar de crear comunidad, la mina, porque la gratitud da sentido a la esperanza.

He echado en falta un par de cosas: un índice bibliográfico y un índice onomástico, por lo demás creo que Esquirol lleva hasta las últimas consecuencias la apuesta de su ensayo, la lucha contra la abstracción, tratando de concretar (es esta una filosofía, solo aparentemente, muy de andar por casa, que gana enteros y se encarece por su proximidad), de acercarnos sus ideas, reflexiones y recomendaciones en nosotros, sus lectores, en quienes avivar nuestro pensar y quizás también depositar la misión de desplazar medio palmo, como acción política.

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El arte de la ficción (James Salter)

Si no conoces a James Salter te recomiendo leer su Años luz porque es una maravilla. Novela que me recordaba a otra obra maestra, Herzog de Bellow, al que Salter hace mención una cuantas veces en estos ensayos, que son unas conferencias transcritas que Salter impartió frisando los noventa años, poco antes de su muerte.

Comenta Antonio Muñoz Molina, quien me puso en la pista de Salter con un artículo suyo que públicara en su día, que lo que engrandece a Salter es que al contrario que otros escritores que se vanaglorian con arrogancia de su cultura, Salter por el contrario se deleita aprendiendo con las lecturas que lleva a cabo. Estos ensayos transmiten bien el regocijo que supone el placer de la lectura.

Comienza Salter hablando de la lectura de cómo unas pocas páginas son capaces de sumirnos con toda nitidez en el escenario de la novela leída, y cita El amante de Marguerite Dumas. Habla de la búsqueda de la perfección por parte de Flaubert, siempre buscando la palabra justa, exacta, su relación con su alumno Maupassant, que le daría a leer su relato Bola de Sebo (inexcusable no leer este ensayo de Jaime Fernández). Una escritura cuyo éxito se dirime en los detalles pues como he oído decir a Juan Villoro en un entrevista «una coma puede tener un valor ético, un valor que cambie el sentido de la narrativa».

Siempre ahí la zozobra al dar el escritor en ciernes algo de leer al que puede ser nuestro primer lector, como le sucedió a Conrad.

Salter se pregunta por qué escribir (pregunta recurrente entre escritores). Él dice que pude ser quizás buscando el reconocimiento, el halago del lector, pero que al final se escribe por el placer de escribir llevando a las últimas consecuencias lo que dijera Paul Léautaud.

«No escribo para los lectores. Escribo para mí

Salter recomienda seguir el consejo de Paul, que decía que había que seleccionar muy bien nuestras lecturas. Sus Diarios a Salter le interesaban porque ahí el francés se entregaba a los chismorreos sexuales. Salter leer a Faulkner, a Bellow, se pregunta hasta qué punto un escritor sabe que está escribiendo una obra maestra. No cree que El guardián entre el centeno (Salinger) o Matar a un ruiseñor, nacieran con esa pretensión, al contrario, por ejemplo, que La montaña mágica.

Habla Salter de su oficio, del tesón que le supone escribir, día a día, y sobre todo la necesidad de reescribir mucho, hasta que lo escrito no resulte insulso, sino vibrante, intenso. Habla Salter del estilo, el cual va aflorando según él a medida que uno se va despojando del estilo que se copia de otro escritores al comenzar a escribir. Un estilo que hace que un escritor sea reconocible leyendo unas pocas páginas. Encarece Salter a Nabokov a Isaak Emanuílovich Bábel. En estos casos da igual el argumento de las obras, pues prevalece el estilo, el arte de narrar, o el arte de la ficción que da título al libro.

Aquí quedan expuestas unas pinceladas del libro, pero lo interesante es hacerse con un ejemplar y leerlo y disfrutarlo como se merece, pues creo que tanto el escritor como el lector encontrará aquí un buen número de reflexiones sustanciosas sobre preguntas que seguro todos nos hemos formulado alguna vez en un rol u otro.

Jon Bilbao

El silencio y los crujidos. Tríptico de la soledad (Jon Bilbao)

La soledad pura es la muerte, el resto son sucedáneos. El silencio y los crujidos, este tríptico de la soledad de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) tiene como hilo conductor la soledad que anhelan tres hombres en distintas épocas, los tres bajo el mismo nombre: Juan.

Soledad en toda su pureza es lo que anhelan estos Juanes, pero como vemos no alcanza a ser tal, porque allá donde haya un estilita habrá una miríada de suplicantes, de implorantes, demandando una cura, una mejoría a su salud, un milagro, lo que hará imposible su plena soledad, al tiempo que les permitirá sobrevivir, a Juan y a otro viejo estilita frente al que sitúa su Columna, satisfaciendo estos con sus visitas el sustento que en el caso de no de darse conduciría a los estilitas a la inanición y a una muerte segura.

Soledad que busca un biólogo, para quien su isla desierta será la cima de un Tepuy, al que se accede por el aire, en donde su soledad no será total, al verse acompañado por una anaconda o esa Una, que como Juan también aparece proteicamente en todos los relatos.

Soledad que espera obtener un emprendedor con el dinero que le proporcionaría un negocio que tiene entre manos, quien dará el bombazo con una aplicación informática que nos situará ante un futuro próximo y que lo convertirá en millonario y en acreedor de la ira y odio de mucha gente: los mismos que manosean con deleite su creación a diario.

Estos tres fantásticos relatos o novelas cortas que nos brinda Jon Bilbao son los tres a cual mejor (es lo que más he disfrutado del autor de lo que he leído suyo hasta la fecha y veo difícil superarlo, soy consciente de que me estoy viniendo arriba, pero no quiero sustraerme al entusiasmo que he experimentado con esta lectura, sino todo lo contrario, quiero propalarlo -en el caso de que esta blog sea algo más que una columna en el desierto-) y creo que plantean muchos interrogantes, ya sean de índole religioso, filosófico o sociológico.

El deseo humano de soledad no se sabe bien si atiende al egoísmo, la cobardía o la valentía. El desaparecer del mapa, el desprenderse de tus seres queridos (como el biólogo de su mujer, el estilita de su madre a quien reprueba) aunque sea temporalmente, siempre genera una tensión entre el egoísmo (satisfacer nuestros deseos) y el compromiso, (satisfacer los deseos y esperanzas que los demás depositan en nosotros), una forma de comprometerse, de dar el callo, de estar ahí, que a veces se resuelve dándose a la fuga, en anteponer a todo lo demás un trabajo, una dedicación, una vocación, un estar contemplativo, que como en el caso del biólogo, o del estilita, encaramados encima del tepuy, o de una columna, nos puede parecer tan absurdo como estéril.

Torre, el último relato plantea un escenario futurista pero muy posible, ante la creación de un motor de búsqueda que haga un barrido por internet buscando vídeos porno cuyos actores guarden similitudes con los rostros de las fotos que el usuario suba a la red, lo cual les permitiría a estos usuarios explayarse seminalmente frente a la pantalla, fantaseando con que la chica o el chico que ven todas las mañanas en el metro son los mismos (no lo son, pero son casi iguales) a los que protagonizan esos vídeos porno donde la imaginación se despliega en todas las direcciones como un mar sin orillas. Los mismos que critican la aplicación y desean todo el mal del mundo a su creador, son los mismos que la usan a diario, los mismos que suben fotos de sus exnovias, novias, amigas, conocidas y quien sabe si también de sus abuelas, madres, hijas. Pura hipocresía.

El escenario que plantea el autor se abre a un sinfín de interpretaciones, preguntas y reflexiones, toda vez que es un hecho que internet ha cambiado nuestra realidad, la manera de aprehenderla, nuestra forma de comportarnos, ante la necesidad de no descuidar nuestra identidad digital y que aplicaciones como la que aquí se proponen, o similares, están ya a la vuelta de la esquina y me temo que habría ahí más amenazas que oportunidades, vista la combinación nefasta que tiene el uso y abuso del porno (y su cosificación de la mujer), con la cesión voluntaria de la intimidad en toda clase de redes sociales, y una violencia cada vez más explícita, necesitada para sus actores de su registro y viralización.

En un momento determinado a Nora, la protagonista del último relato, le preguntan si tiene enemigos. Si la pregunta fuera dirigida a nosotros ¿Lo sabemos? ¿Tenemos enemigos? ¿Podemos afirmarlo con seguridad? ¿Sabemos el número? ¿Podemos ponerles cara?. Las redes sociales nos proporcionan hoy datos sobre likes, retuiteos, números de seguidores, etc, pero desconocemos la otra cara, cuánto de lo que uno deja caer en estas redes sociales disgusta a los demás, si eso que decimos o expresamos nos granjea enemigos, ni en qué número, ni cuales podrían ser las consecuencias de esa enemistad sin forma ni rostro. Aspectos como este, que aparecen ahí de rondón, son los que hacen de este libro un brillante artefacto literario, escrito en estado de gracia y repleto de conquistas; un fascinante Tepuy el que pergeña Jon, que sitúa al lector por arte de magia ante literatura de alta altura.

Impedimenta. 2018. 240 páginas