Archivo de la categoría: 2021

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Los montes antiguos (Enrique Andrés Ruiz)

Enrique, que había publicado poesía y ensayos, asimismo crítico literario, debuta con esta novela que le ha costado diez años elaborarla. No es una novela autobiográfica, dado que la memoria es una reconstrucción. Novela que da cuenta de un mundo antiguo, abolido, sin asomo alguno de romanticismo. El texto fija unas voces, anécdotas, historias de las tierras de Soria y el monte Valonsadero. Transferencia de la oralidad a la página escrita. La voz del narrador es una voz despierta, aguda, reflexiva, indagadora. El mundo antiguo, el de esos montes, es también el del lenguaje (lenguaje fértil que desbroza y registra la fauna, la flora, la orografía, los usos y tradiciones locales, el tiempo abolido y en la literatura renacido), y lo que podría ser una pega (para otro lector) a mi se me antoja su gran virtud, pues nos sitúa en otro tiempo y espacio, porque esas voces reales o imaginarias dan cuenta de lo acaecido con sustancia y vivacidad, merced a un lenguaje preciso, sugerente, consistente, en el que brilla el poeta que Andrés es.

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Páradais (Fernanda Melchor)

Páradais de Fernanda Melchor es una novela que explícita muy bien aquello que se denominó la banalidad del mal. La manera en la que dos jóvenes, entre bromas y verás, pergeñan algo diabólico. Porque uno de ellos, Franco, de buena cuna y muy entrado en carnes, está encaprichado con una mujer que vive en su mismo fraccionamiento. La necesidad de someterla sexualmente lo vuelve loco, y lo torna capaz de maquinar un plan alocado. Una realidad que intenta amoldar a sus fantasías pornográficas. Ambos, Franco y Polo, su compinche, tienen la necesidad de que pase algo, sin ser capaces de calibrar la onda expansiva de sus acciones. La novela tiene mucho ritmo, un fraseo constante. Escrita como se habla. Un alarde de oralidad. Un tortazo en plena jeta.
Algo así es la lectura de Páradais.

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Cerezas en el escondite. Textos periodísticos 2011-2020 (Tomás Sánchez Santiago)

Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) es poeta, antologista, novelista, ensayista, articulista y profesor, ya jubilado. Nos deja en su adiós a la docencia un artículo esplendido, Hora de irse. En estos Devaneos ha aparecido cuando leí El murmullo del mundo, diarios que eran a su vez ensayos, narraciones, aforismos, poesías y crónicas de viajes, por poner etiquetas a todo aquel magma proteico.
Vuelvo de nuevo ahora a Tomás para leer una selección de sesenta y nueve artículos publicados en La sombra del ciprés, suplemento cultural de El norte de Castilla, entre 2011 y 2020, recogidos y editados por Menoslobos & Eolas, el año pasado.

Tomás honra la memoria de aquellos que se fueron, recobrados a la vida a través de sus palabras; escritores como Julio Verne, Julio Cortázar, la impronta que dejaron en él libros como El túnel de Ernesto Sábato, el sabor de las palabras en los libros de Ignacio Aldecoa o en las novelas Rafael Chirbes, del que echa en falta aquella capacidad de análisis que tenía aquel para desentrañar la realidad; poetas como Aníbal Núñez, cantantes y escritores como Leonard Cohen, cuyos textos de canciones le acompañaron durante un verano en su juventud.

Tomás cabalga a lomos del humor y la ironía en artículos como Teoría del bostezo o La graduación, nos ofrece un tratado sobre la delicadeza (impagable la anécdota de Kafka), resume bien el espíritu de una época pasada, oscurantista y gris, una sociedad obediente y nada alegre, acuñada por la moral y el orden en una sola palabra: bocamangas; o cifra la pérdida, no solo de personas, sino también de un mundo, el de las palabras, que pierden carnosidad y consistencia para ir a caer en manos de la inanidad, o la pasamanería verbal en la que se desenvuelve cierta poesía vanguardista. Se lamenta de que la palabra “emoji” sea la palabra del año, algo que es prueba inequívoca de la pérdida de peso de la palabra, asimismo de su presencia y consistencia, en favor de la imagen, en esta sociedad del espectáculo. Es testigo el autor del cierre de los comercios, como aquellos locales que dieron vida a la Calle Feria, calle convertida en microcosmos o réplica del mundo real en su juventud. Reivindica Tomás a fotógrafas como Encarna Mozas, pensadores como Emilio Lledó y a otros escritores que no comparecen en las mesas de novedades editoriales, entre otros, José Antonio Abella (El hombre pez), Ángel Fernández Benéitez (Perdulario. Antología poética (1978-2013)), Bruno Marcos (Últimos pasajes a la diferencia), Gaspar Moisés Gómez (Quieto espacio. Fugacidad del tiempo).

El escritor aquí no es alguien ensimismado en un quehacer solipsista, al contrario, necesita estar al cabo de la calle, acudir a un club de lectura, precisa de las conversaciones ajenas, la barra del bar, las canciones de una anciana, la presencia inamovible de un hombre en un parque a la intemperie, para nutrir de palabras su escritura y escribir como se habla, no para orillar la imaginación, sino para alentarla, tal que la realidad ficcionada (lean Lo cierto y lo posible) resulte verosímil.

Leer a Tomás me resulta reconfortante porque es recuperar la dicha del sosiego, los dones de la morosidad, la imperiosa necesidad de la reflexión y el juicio crítico, la apertura de las puertas ante el empuje suave de la palabra creadora y amparadora, el solaz de la memoria, en un diálogo amistoso y humilde (lean Carne de solapa), para nada aleccionador, en el que la sabiduría del autor, mediante su pensamiento hecho carne y cálido aliento es el oxígeno que el lector respira y así revive.

Lectores como yo que solo deseamos que Tomás siga remando en el aire, escondiendo cerezas brillantes para nosotros.

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Horda (Ricardo Menéndez Salmón)

En su novela El silencio, Don DeLillo planteaba la situación de un apagón digital. Una imagen del silencio, en el que nos veríamos sumidos. Un silencio que quizás, me pregunto, no nos sería liberador. En Horda, Ricardo Menéndez Salmón, nos presenta un horizonte distópico, limado, vaciado por el silencio humano. Si Lluís Duch acuñó la feliz expresión «empalabrar el mundo«, aquí tenemos un mundo sin palabras, sin risa, sin recuerdos. Pregunto ¿Podemos seguir hablando de humanidad?
Si el orgullo humano en la construcción de la Torre de Babel fue castigado con el caos de las lenguas, aquí otra clase de presunción (el abaratamiento del lenguaje; aquel del que nos hablaba Javier Marías en este artículo) es castigada con el silencio, la sustracción del lenguaje y los recuerdos. El humano así vaciado cuenta con un mono como mascota. Al frente los niños. El que ponga un pie fuera del tiesto será eliminado. El ojo panóptico es Magma es Tesauro. El humano un ser vaciado, convertido en un cascarón de carne y hueso.
El protagonista es Él, arquetipo de la resistencia y la esperanza. Y sin nada que perder decide huir, buscar el norte. A su vera un bonobo. Dos criaturas bajo un cielo vaciado de dioses.
En una esfera, cuanto más te alejas, más cerca estás de regresar al origen.
Si la evolución condujo hasta el homo sapiens, como nos pasa en el juego de la Oca, a veces hemos volver al punto de partida. Avanzar ya no sería sólo una cuestión de suerte, sino de hacer las cosas de otra manera.

Leer bien significa arriesgarse a mucho, dijo Steiner. Arriesguémonos, y de paso disfrutemos de la prosa de Ricardo y su sintaxis, hontanar en el que abrevar para apagar, aunque sea momentáneamente, la sed.

Ricardo Menéndez Salmón en Devaneos

Gritar
Los caballos azules
La ofensa
La luz es más antigua que el amor
La noche feroz
Niños en el tiempo

El Sistema
Homo Lubitz
No entres dócilmente en esa noche inquieta