Archivo de la categoría: 2021

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El viaje de invierno & sus continuaciones (Georges Perec & Oulipo)

Leí en su día el relato El viaje de invierno de Georges Perec. En el mismo se nos contaba la historia de un profesor de literatura que descubría un libro subyugante titulado El viaje de invierno, de un autor desconocido, un tal Hugo Vernier. Lo curioso es que en ese libro se contenían poemas que luego emplearían otros: todos ellos unos plagiarios; Baudelaire, Rimbaud, Laforgue, Mallarmé

Como el relato tenía miga, varios miembros del Oulipo decidieron darle continuidad. Dando lugar a relatos, veintiuno en total, como El viaje de ayer, El viaje de Hitler, Hinterreise, El viaje de Hoover, El viaje de Arvers, Un viaje divergente, El viaje del gusano, El viaje del verso, El viaje de los vasos, etcétera.

Hablamos por tanto de una novela colectiva. Cada autor que escribe un relato ha leído a los anteriores. Aunque esto puede suponer un condicionamiento excesivo, se demuestra que no es tal coma cuando los autores manejan una imaginación portentosa, tanto como multitud de recursos literarios.

La novela así leída, cronológicamente resulta muy interesante, divertida, hilarante a ratos. La traducción corre a cargo de Eduardo Berti, también oulipiano. El que no aparece es nuestro oulipiano patrio, Pablo Martín Sánchez.

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Los abismos (Pilar Quintana)

Había precipicios interiores en La perra, la anterior novela de Pilar Quintana (Cali, 1972). En Los abismos, el foco se amplía o se adensa. La narradora rememora cuando tenía ocho años. Los abismos son una madre depresiva con querencia por la bebida capaz de cometer una locura, un padre que tiene el bicho de los celos dentro, una muñeca que se suicida, una ausencia que flota como una fantasma hasta que el cuerpo aparece. Aquí también la selva, como una frondosidad amenazante, la oscuridad y bruma, que circunda la quinta y vela el desfiladero, el precipicio, el abismo.

Mujeres conectadas por la fatalidad. Los vericuetos por los que la existencia se extravía y reconduce.

Los abismos es una novela pero se me antoja más un relato y bastante menos desasosegante que La perra.

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Hormigón (Anselm Jappe)

No confundir, al compartir el mismo título, la novela de Bernhard con el ensayo de Anselm Jappe, publicado por Pepitas con traducción de Diego Luis Sanromán.

El hormigón es el enemigo público número uno para Jappe, a pesar de lo cual mantiene muy buena prensa, como se ve. La cruzada está hoy en contra de los plásticos.

Hace tres años un viaducto se vino abajo en Génova. El 15 de agosto de 2018. Murieron 43 personas. Había sido construido en 1967. El conocido como puente Morandi, era un puente de hormigón armado. El hormigón tiene fecha de caducidad, pero el derrumbe del puente genovés puede entenderse y explicarse, a lomos del optimismo, como una anomalía. Para Jappe este acontecimiento es el cordel del que tirar para hilar sus pensamientos acerca del urbanismo y la construcción. En el centro sitúa el hormigón, elemento constructivo que se ha hecho universal en un contexto capitalista e inscrito en la lógica del valor.

El valor capitalista ha abolido todas las particularidades locales, todas las tradiciones, y se impone como la única ley hasta en los últimos rincones del planeta, en los que anteriormente la vida social respondía a leyes muy diferentes dependiendo de las regiones; del mismo modo, el hormigón ha extendido su monótono reino por el mundo entero, homogeneizando todos los lugares con su presencia junto la gelatina del trabajo abstracto está hecha de piedra caliza y escombros.

La construcción no precisaba antes de arquitectos, sino de artesanos. Construcción local que echaba mano de los recursos naturales presentes en el lugar. De esta manera las construcciones eran un espejo, una señal de identidad. El hormigón permite construir barato, sin que nadie se pregunte sobre el coste ecológico del uso y abuso del hormigón a nivel planetario, el impacto que su uso tiene en cuanto a la detraccion de recursos (ríos dragados), contaminación atmosférica, respuesta frente a las inundaciones. El hormigón lima las diferencias, franquicia el paisaje. Si a eso le sumamos el empeño en el empleo del cristal, las largas avenidas, las calles sin balcones, ni trazados sinuosos, los sueños totalitarios se ven así cumplidos. La transparencia permite el control total del ciudadano (me viene en mientes la lectura de Rendición de Ray Loriga) que no tiene ya dónde esconderse, tampoco dónde reunirse, cuando uno se deja llevar por los proyectos de Le Corbusier o Haussmann.

Apela Jappe al sentido común, pero la inercia hoy es demasiado fuerte, una inercia convertida en bola de nieve que genera por parte de los administrados un uso indiscriminado del aire acondicionado, y la calefacción, aumentando así las emisiones y dañando el medio ambiente, que cada vez más deteriorado (y recalentado o gélido), hace todavía más necesario el uso de aires artificiales y calefactores. Un bucle, como se ve.

En cuanto al hormigón, a pesar de que se puede reciclar apenas se hace. Desgraciadamente los países que más usan el hormigón como China son los que menos reciclan, al contrario de Japón que llega a reciclar un 90% del hormigón. China recicla el 10% el hormigón y produce 2000 millones de toneladas de residuos de la construcción.

Uno de los aspectos más interesantes del ensayo son las palabras dedicadas a los arquitectos estrella, como por ejemplo Zara Hadid, responsable de la construcción de la estación de tren de alta velocidad de Afragola, en el barrio más desfavorecido de Nápoles. Comenta el autor que algunos de estos arquitectos tienen por principio no querer conocer el sitio en el que se implantará su construcción; esta debe existir como un objeto puro, independiente de todo contexto. No ha de extrañarnos luego que la obra no case con el lugar, que nos parezca algo ajeno, implantado, artificial, sobrante, y que para nada dé respuesta a las necesidades y deseos de los ciudadanos y usuarios.

Resulta estimulante leer a Jappe.

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Era una rosa (Emilio Gavilanes)

Era una rosa es un libro de poemas de Emilio Gavilanes, editado por Comares. Algunos poemas siguen la métrica del haiku. Otros son de métrica libre, pero siempre son tres versos. Se principia así, de esta manera tan bella:

Este desorden
de pétalos caídos
era una rosa
.

Otros poemas me traen ecos de haikus recogidos en El gran silencio:

Ermita en ruinas.
Un minúsculo insecto
se come al santo.

En Era una rosa:

Convento en ruinas.
En el dedo del Creador
Cagó un pajarito.

A su vez hay una especie de continuidad.

En El gran silencio:

El viento sigue
agitando las ramas
sin una hoja
.

En Era una rosa:

Sopló un gran viento.
Las hojas que cayeron
Ya están muy lejos.

Los poemas, en la brevedad que aquí el lenguaje les concede, son fogonazos, hallazgos visuales, retratos a vuela pluma a cuanto nos rodea, asedia y libera.

Una mirada escrutadora enfocada hacia la naturaleza y sus elementos: el sol, la luna, el viento, los árboles, las ramas, las hojas, el arco iris, los relámpagos, las aves, el ciclo del agua –agua de lluvia convertida en un charco sucio-; la presencia humana y sus artefactos que deja animales muertos en las cunetas, eviscerados, aflorando sus vívidos colores (la sangre que no se nombra); momentos prosaicos, como ese vecino al que vemos colgar la ropa y parece seguir dentro de ella, ancianas que toman conciencia de que sus muñecas –a pesar de su eterna infancia- son de su quinta, abuelos que murieron con veinte años. Son las contradicciones, el quiebro mental, la bisagra entre la res nullius (todo aquello intacto, ajeno a la propiedad) y la res derelictae (como ese molino de agua en ruinas, y ya independiente del agua que sigue fluyendo) que estos poemas sugieren y evocan para provocar la sonrisa cómplice ante el minucioso e inadvertido detalle que la escritura de Gavilanes desvela al lector.

Un: ¡Mira! (mirada azuzada por la sedimentación de la experiencia) sutil, suave, delicado, como el arrullo y balanceo de unas palabras que buscan su espacio en el verso y caen sobre el papel con la cadencia de los copos de nieve en el nido terroso.