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Los años borrosos (José María Pérez Álvarez)

Los años borrosos (José María Pérez Álvarez)

Los tres relatos que conforman Los años borrosos (Trea, 2021) de José María Pérez Álvarez tienen como nexo común un cura, piensen en un pájaro del plumaje de El pájaro espino, el jesuita Ángel Aguirre Iturralde. Aquellos años borrosos son los del franquismo. Años desleídos hoy por la amnesia inducida y evocados y leídos merced a estos tres relatos: «La caja de castaño», «Bonjour, tristesse» y «La confesión«.

En aquellos años estaban de moda las radionovelas. Si nos vamos más adelante en el tiempo y pensamos en una telenovela, creo que por la temática de los relatos esta sería «Los ricos también lloran«.

Los protagonistas son familias de clase bien, profesionales: doctores, notarios o eclesiásticos. Ellas sortean el tedio matrimonial practicando el adulterio; ellos yendo de putas. En estas familias cargadas de hijos el mal fario los ha bendecido con la enfermedad o la muerte, poco sirve ahí el parné.

En La caja de castaño, el primer relato, una niña que iba a celebrar su comunión ha muerto sin haber consumado dicho rito. Marcado por la unidad de tiempo y espacio el autor logra una pieza de cámara de ambiente enrarecido, y toque kafkiano; aquí la niña no se transforma en insecto, pero uno de estos, produce una de las escenas que más nos pueden horripilar; ver el cuerpo infantil yacente y níveo, mancillado por el avance de un insecto, preludio de los gusanos que vendrán a descomponer aquella inocencia a la que el tiempo venció a deshoras y contranatura.

En Bonjour, tristesse se dan la mano las ansias pederastas del jesuita Aguirre y la necesidad incumplida de plegarse a su naturaleza de un joven, Gonzalo Ruano, al que el hecho de que el cura disponga su mano en su entrepierna, lejos de asquearlo lo enciende; fuegos carnales no permitidos aquellos años de censura y represión, condena y cilicio, hipocresía y mendacidad, en los que el joven habrá de domeñar su deseo de tráfico carnal homosexual, esconderlo, domesticarlo, erradicarlo, principiar incluso un conato de huida, pero sin tener una Ítaca a la que volver, un Chueca a la que arribar.

Al leer el tercer relato, La confesión, recuerdo las palabras de mi padre cuando los curas en confesión, siendo él adolescente, querían obtener información acerca de si se tocaba, y dónde, y cuándo y cuánto y pensando en quién. No sabemos si todas estas confesiones no serían el medio propicio para que bajo el hábito y tras la celosía de madera, aquellos enviados de Cristo alcanzaran el séptimo cielo tomándole el pulso a una carne tan erigida y levantisca como rebosante e inútil. Aquí tenemos a un niño enfermo, encamado, tifoideo, pero la narración en lugar de cebarse con el destino del chiquillo, va más encaminado a retratar el fresco -podrido- de un ambiente marcado por la falsedad, donde a pesar de su desahogada posición, los personajes son prisioneros de sus apetencias, pues todos sabemos lo complicado que resulta poner a régimen, dictaduras aparte, las pasiones.

Resulta inconfundible el estilo del autor (relatos creo más próximos, al menos temporalmente, a El arte del puzle, que a otras novelas como Un montón de años tristes o La soledad de las vocales), el humor (esa pareja de infieles que algo se traen entre piernas), la ironía, el toque sarcástico, los guiños a alguna de sus obras (al menos en cuanto al título: Un montón de años tristes), la descripciones descarnadas, el lenguaje profuso, dúctil, arrollador, prosa despojada de cualquier gazmoñería; las referencias librescas a Cunqueiro, La Regenta, a Madame Bovary, el jesuita como un trasunto de El Magistral.

Me quedo, tras la lectura, a deseo de más, como si estos tres estupendos relatos, con una mayor extensión y en mayor número, como las cuentas de un rosario (de cuentas infelices), hubieran alumbrado una novela que no fue.

José María Pérez Alvárez en Devaneos

Tela de araña
Examen final
Nembrot
Predicciones catastróficas
La soledad de las vocales
Un montón de años tristes
El arte del puzle

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Mira que eres (Luis Rodríguez)

Cada libro de Luis Rodríguez es un acontecimiento. Al menos para mí. He leído todo lo que ha publicado. Mira que eres, su última novela publicada en Candaya, como las anteriores es un libro extraño y por ende (no siempre se cumple) fascinante.

Si La soledad del cometa o novienvre eran novelas al uso, que de usuales no tenían nada, en 8.38 la narración convergía con el ensayo. En esta tierra de nadie y por tanto de todos es en la que Luis libra ahora su particular batalla. La clave consiste en captar la atención del lector primero y mantenerla después. Cumple ambos propósitos, porque leer con desgana no es aquí una opción.

La novela consta de un preámbulo y tres partes. No sé si están interconectadas. Si el personaje de las historias es el mismo o no, porque las novelas de Luis es como entrar en un habitación a oscuras y tratar de hallar la salida. Llega un punto en que no sabes si subes o bajas, si avanzas o retrocedes. El cerebro buscando sus límites. Tú tratando de hacer pie. La excitación propiciada por la adrenalina.

El preámbulo es la biografía de alguien. Su vida narrada a través de una carta que escribe a alguien. No se sabe el género del narrador, creo. Dirigida a quién ¿Al lector?. La escritura además de una herida es también una sombra.

La primera parte son 60 fragmentos. Mezcla de sentencias, aforismos, relatos. Alguien dice: Aspiro a vivir en la duda. Duda que a la que te descuidas es angustia. El pasado siempre es una gesta, una historia en la que el que habla es el protagonista de la obra que reinterpreta, nunca un segundón, la ejecución de un guion que siempre le hace quedar bien, emerger, obtener notoriedad, ser visto, escuchado activamente. Es lo que queremos o buscamos todos, ¿no?

¿Elevar el silencio a partitura musical?. Son estas frases, y otras muchas de este pelo, las que te cogen de las solapas de la bata a cuadros de andar por casa y te impiden dedicarte a otros menesteres domésticos.

Leer es conversar. Leo y me parece mantener una conversación con Luis. Quizás sea porque el autor sigue unos derroteros en su leer que yo también he seguido en parte: Faulkner, DeLillo, Savinio, Cervantes, Flaubert, Séneca, Montaigne, Borges, Proust

Hablaba de ensayo en cuanto que la escritura se formula aquí continuamente preguntas, en cuanto a qué contar, a qué publico va dirigido, a cómo comenzar un relato, a la importancia -o no- de los comienzos, cuál es el efecto de la lectura en el lector, cómo definir un personaje, cómo salirse de los márgenes de la plantilla mental en la que encarcelamos las percepciones que tenemos de los demás.

Preguntarse para qué se escribe.

Escribo para mirar lo que no veo.

Aquí los personajes son sesudos. No pierden el tiempo en chorradas. Van al grano, a la almendra. Cerebros o magines encantados de los que brotan historias de todo tipo. Puede ser un robo o una historia bélica como el final de miles de polacos asesinados por los rusos y endilgados a los alemanes.

Tenemos a Antonio, el mesero, que lee a Hume y argumenta. Como colofón: Lo que no se puede decir termina por no pensarse. La cobardía, la pasividad invitan a no actuar, a no pensar, al repliegue, al silencio, a la presencia vacía. Así es.

No faltan las curiosidades científicas como la autotisis. Y el suicidio siempre rondando como una mosca cojonera. Novela abortada en la primera frase. Pero semilla ya implantada, como ese chip de los negacionistas, en el cerebro del lector.

En la segunda parte, alguien camina, suya es la vida lenta. Aquí tenemos una biografía lectora. Quizás la del autor. Aparecen nuevos personajes: Doval, Trigorin… La interpretación teatral es otra forma de alterar la personalidad, mudarla o transmutarla. Al menos en apariencia.
Más historias. Años atrás aquella educación a golpe de correa. El padre sacándose el cinturón del pantalón con gesto furibundo. Interpretar aquel papel. El que podía. Otros lloraban, impotentes. Esos años de correctivos y palizas.

No falta el punto absurdo. La vida con la cara lavada. Como este deseo o meta: Un negocio estúpido, sin clientes.

Gaspar no guarda ningún libro. Así acrecienta su interés en la lectura.

No es un mal proceder para deshacerme de mil y pico libros que tengo por ahí en cajas.

Hay momentos mágicos. Como este. Quien relata hace partícipe al lector, le cuenta las palabras que visitó. Como si esos viajes al diccionario también fueran algo reseñable, biografiable. Pienso en esta novela, en su lectura, como si me hallara en un wunderkammer. Ahí la curiosidad, el asombro.

La tercera parte, solo es una frase. ¿El comienzo de otra novela?

Leo, en alguna parte del libro: Somos los que miramos.

Escribir es mirar con el lenguaje, pienso, sentado en el orejero del pensamiento, abundo.

Como en las anteriores novelas hay un tema recurrente: la identidad. Su supresión: el suicidio. Su dilución: ser otro; la identidad: un espejo en el que se mira el mundo.

¿Somos lo que proyectamos?

Mira que eres. Este es el punto de partida desde el título. Tomar conciencia de la mirada y del ser. Lo hemos oído seguramente de boca de nuestras madres alguna vez, Mira que eres, seguramente acompañado de un cabeceo, y no sabemos si ese ser así (al menos para los demás) será nuestra salvación o nuestra condena o la mezcla de ambas.

Leo: Esto no es una novela, es la contemplación de un rescoldo.

Residuo, pues, reutilizable hasta el infinito.

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Dedos de leñador (Días de 2019); José Ángel Cilleruelo

Dedos de leñador, de José Ángel Cilleruelo (escritor y crítico literario), recoge cien días seguidos, y algunos más, discontinuos, de 2019. Proyectándose hacia el futuro, leo: No es que el 20 traiga malos augurios. No parece que Cilleruelo tenga el don de la videncia, tampoco se le ha de exigir a un escritor, ni a un dietario.

Es curioso comprobar cómo el diario, a la que uno se despista, se convierte en libro de memorias […] La memoria se parece más a la fotografía que a la realidad.

Porque parece inevitable no hallar la memoria a nada que uno tire del cabo del presente. Así cuando Cilleruelo transita por los Encantes, se ve como un flâneur por su propio pasado. Los Encantes, una especie de rastro ¿de uno mismo?

En el diario el autor toma el pulso a la realidad y los males que la aquejan.

La velocidad es el mal encriptado. Cuanto más lentitud, mayor espíritu revolucionario.

El autor recorre ahora el último tramo, aquel que sigue a la jubilación. Y echando la vista atrás obtenemos valiosas observaciones sobre su labor como docente en un instituto. Docencia como factor de intervención.

Una vez recorrido el arduo o liviano camino del conocimiento, el curso -como piedra que se despeñara desde lo alto una vez alzada- vuelve a empezar de cero su ascenso. De cero en todo, desvanecido para siempre, con la marcha del alumnado, cuanto se había conseguido. Ese volver a subir la piedra despeñada, que es el oficio de profesor, también debería serlo de cuantos intervienen en la organización social.

El autor en su último libro El ausente. Cien autorretratos, mostraba una conciencia proteica. Aquí vemos cuáles son los asuntos que ocupan y preocupan al autor.

Una lengua que evoluciona gracias a la pérdida de su naturaleza polisémica.

el rechazo de los autores contemporáneos hace los autores clásicos: los leen y no entienden nada. Porque de hecho no hay nada que entender, todo es comprensión.

No hay que olvidar qué es aquello que nos conformó, aquellas lecciones valiosas incorporadas a nuestro yo.

Que lo decisivo nunca dependa de lo circunstancial.

El esfuerzo por el conocimiento más exclusivo y el esfuerzo por la más humilde de las enseñanzas.

La inutilidad de todo cuanto haga ha sido el único aliciente que he tenido para escribir. También para trabajar. Y para vivir.

La vida de Cilleruelo si la entendemos (que no parece ser el caso) como una vida consagrada solo a la escritura se plasma en 36 libros inéditos. No lo son, están publicados y seguro que muchos de ellos se encuentran a la venta. Y sobre la escritura hay valiosas reflexiones:

Un escritor no puede escribir sintiéndose mirado. Un escritor ha de buscar el vacío para escribir. El silencio como destinatario. Un escritor le escribe al tiempo.

Creo que la literatura nace de la vivencia cotidiana, pero es el resultado de su trascendencia, no de su relato.

Escribir es una actividad autónoma del vivir. Secreta. Perdería todo el sentido que tiene la literatura si fuera mi oficio.

La escritura no es más que la proyección sobre las palabras del hueco que ha de quedar en los lugares a los que hemos pertenecido y nos conforman.

No escribas lo que piensas, asevera el yo sabio, deja que sea la escritura la que piense por sí misma.

La condición de escritor inédito y (relativamente) oculto quizás le sustrae al autor de ciertas amenazas a las que otros autores sí se ven expuestos.

Vivir de los libros que uno publica no le debería alejar a nadie de nada, pero con frecuencia es lo que ocurre.

Cilleruelo practica el aforismo. Consulten su cuenta en twitter.

Escribir a diario un aforismo es escribirle a alguien una carta.

Algunos fragmentos del libro los leo como tales aforismos: El cine enseña a no saber vivir.

Cilleruelo practica y reflexiona acerca de la poesía:

La poesía proporciona conocimientos incomprensibles. Porque solo lo que carece de sentido tiene capacidad de albergar lo que seduzca: lo que se sabe en esta época ya carece de valor.

El poema existe para decir del sujeto lo que acaso no sea capaz de expresar quien lo escribe.

Escribir e ir tocando todos los palos, el del dietario también.

El dietario convencional es la posibilidad de abrir una puerta desconocida en la escritura a ver qué hay detrás. Una de las pocas que quedan, creo, a mi alcance.

Cilleruelo toma fotografías. Lo hace bien, basta ver sus bitácoras y fotografías en la red.

Fotos: pequeños poemas en imágenes para casi nadie.

La vida como proceso y aprendizaje, en el control de las pasiones.

Aprender a vivir conmigo mismo, cara a cara con el magma de la sexualidad y sin permitir que pasara por encima de mis sentimientos ni una única vez. Fue el regalo que me entregó Lisboa.

A los sesenta llega la hora de hacer balance.

Nunca perder me ha producido una alegría tan íntima: habré perdido, pero voy con los valiosos.

El autor camina, observa y reflexiona sobre la ciudad que holla.

La ciudad un espacio generador de universos verbales y plásticos […] La vivencia de la luz sobre la materia.

El autor se siente un hombre del siglo XX: de teléfono fijo. Todos estos artilugios y cacharritos que manejamos hoy, toda esta vanguardia tecnológica no parece que le apasionen ni hayan operado sobre su persona efecto significativo alguno.

Un mundo que globaliza superficialidades.

No he sentido que hayan cambiado nada sustancial en mi comprensión de la vida.

Hay dos novedades que sí considera reseñables: la Democracia y Europa.

Hay momentos descacharrantes como la odisea que supone hoy poner un libro al correo (algo que yo también he experimentado), con la compra de los sellos en estancos, cada vez más inexistentes, los sellos, lo difícil que resulta que los sellos se fijen al sobre con una cola que es de pichiglás, y luego que estos libros lleguen finalmente a su destino.

No obstante, no perdamos la fe en los libros.

Los libros son como las plantas: invitan al optimismo.

¿De qué sirve leer una novela fácil? Se pregunta Cilleruelo. El año que viene leeré a Maria Gabriela Llansol.

Cilleruelo se mueve en las distancias cortas. Un terreno que maneja con mucha solvencia. Echa de menos tiempos pasados.

Entonces la brevedad no era reductiva, sino capaz de ampliarse hacia el infinito.

Aquí lo autobiográfico, la concesión al yo, a lo personal se ciñe a la presencia de su hijo o de su madre, los paseos con ella y esa sensación o certeza que oigo a menudo y que no sé si se trata de una realidad o de una leyenda urbana, a saber: Entonces no pasaban tantas cosas malas en el mundo como ahora.

Interesante reflexión sobre los jóvenes y el uso de internet, cuando surgen los conflictos adolescentes en jóvenes que emulan situaciones de adultos, como asaltar a dos compañeras de curso para desnudarlas y tocarlas.

Ahora la mayoría lleva en el bolsillo un móvil conectado a Internet que convierte cualquier instante de soledad en una experiencia adulta. No sé si somos conscientes de ello.

Una certeza:

Cada vez un libro significa menos. Pasa más deprisa. Desexiste antes.

Sirvan estas palabras como ancla.

Acabo con una sentencia que parece senequiana.

Cualquier cosa que hagamos tiene importancia para alguien, aunque resulta siempre imprevisible.

Que hable el autor:

He pasado inadvertido, mi estado predilecto. Bien por ti, José Antonio.