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Zweig Friderike

Stefan Zweig Friderike Zweig Correspondencia (1912-1942)

Escribiendo con mi hi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.

Roberto Bolaño (Mi carrera literaria)

¿Cuál fue el infierno de Stefan Zweig?

Leer hoy un libro con 309 cartas (el primero que leo de estas características) me ha resultado tan anacrónico como fascinante. Cartas escritas entre 1912 y 1942 por Stefan Zweig y Friderike (publicado en Acantilado con traducción de Joan Fontcuberta), con la que Zweig se casó y luego se divorció, y con la cual seguiría carteándose después del divorcio y hasta su muerte. La última misiva de Zweig, fechada el 22 de febrero de 1942, la víspera de su suicidio junto a Lotte Altmann, va dirigida a Friderike. “Estas últimas líneas son para ti, en mis últimas horas. Recibe todo mi afecto y cariño, y levanta el ánimo sabiendo que ahora estoy tranquilo y feliz”.

El libro se principia con una carta de Friderike en 1912 en la que ella le hace partícipe a Zweig del interés hacia su persona. Después de leer su correspondencia creo que Friderike se enamoró del escritor más célebre en la década de los años 20 y 30 en Europa, y se desenamoró de la persona que había detrás del eximio escritor (que no escatimó ningún esfuerzo por publicitar y promover su obra literaria durante cuatro décadas). En Alemania se publicaron hasta 1933 más de 1.300.000 ejemplares de libros de Stefan Zweig, traducidos a doce lenguas. Escribo esta carta en el tren y a lápiz porque se me ha agotado la tinta de las plumas (tres) de tanto firmar libros, refiere Zweig en marzo de 1933. En Brasil, en Río de Janeiro, dicta una conferencia para la asociación de ayuda a los judíos a la que acuden 1.200 personas, y en la que firma a diario 500 libros y casi tengo calambres, añade Zweig.

No existía en la segunda década del siglo XX internet, ni correo electrónico, ni siquiera teléfono en las casas, así que las comunicaciones eran en papel (en septiembre de 1927 Stefan afirma: hoy lunes por la mañana han llegado 35 cartas al mismo tiempo), por correo, o llegado el caso vía telegrama. En el epílogo, Gert Kerschbaumer nos habla de que tuvieron que seleccionar entre 1.220 cartas. La correspondencia nos permite ir conociendo de primera mano el acercamiento de Friderike a Zweig, su cortejo, muy singular por otra parte, pues parece que desde el primer momento Friderike tiene claro que lo suyo no será un amor romántico llevado hasta sus últimas consecuencias. Zweig se debe (y no lo oculta en absoluto) a su trabajo, -su razón de ser- es un escritor exitoso que triunfa con sus obras teatrales (como Jeremías), biografías, novelas y traducciones; despacha miles de ejemplares de sus obras, más de 10.000 de Amok, y esto lo sabe muy bien Friderike, la cual en los albores de su relación está desdichadamente casada y tiene dos niñas pequeñas.

Friderike no quiere ir de amante absorbente, tampoco tener a Zweig a su lado a todas horas, sino que le deja su espacio, incluso tolera las infidelidades (no le seas demasiado infiel a tu diligente MUMU, le dice en una carta de 1921; Espero, mi niño querido, que hayas vuelto a encontrar una mujer-jirafa de pecho de ondina, le dice en otra de junio de 1923) y romances que este pueda tener por ahí -y los tiene, como acontece por ejemplo en París- pues Zweig está continuamente viajando por Europa, dando conferencias (sobre Rolland entre otros), estrenando sus obras teatrales, y los encuentros entre Zweig y Friderike son episódicos y tardan en llegar, pues durante los cuatro primeros años de relación esta va muy lenta, sin prisas, pero también sin demoras, con la idea Friderike de conseguir la nulidad matrimonial eclesiástica que le permita contraer nupcias con Zweig, con el que se acaba esposando.
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Montaigne (Stefan Zweig)

Hasta el momento había leído algunas novelas cortas de Zweig (Novela de ajedrez, Carta a una desconocida, Mendel el de los libros) así como una biografía muy interesante sobre su persona, Las tres vidas de Stefan Zweig de Matuschek, pero ninguna de sus múltiples biografías. Me he decantado por la que Zweig escribiera de Montaigne, con el cual creo que guarda bastantes similitudes. Para ambos, aunque Montaigne no se sintiera escritor (Lo soy todo menos un escritor de libros. Mi tarea consiste en dar forma a mi vida. Es mi único oficio, mi única vocación) la literatura era una labor absorbente, que dejaba fuera todo lo demás. Dice Zweig:

Lo que Montaigne busca es su yo interior, que no puede pertenecer al estado, a la familia, a la época, a las circunstancias, al dinero o a la hacienda: es el yo interior al que Goethe llamaba su ciudadela y en la que no permitía la entrada a nadie. Y Montaigne está decidido a sustraer ese único rincón a la comunidad conyugal, filial y civil.

Digo que se parecen porque ambos parecen entender el matrimonio como lo contrario al amor, más una carga que una satisfacción, si atendemos por ejemplo a lo que dice Zweig de Montaigne tras regresar seis meses después de su huida pánica de la peste en este párrafo:

Parece que podrá disfrutar de sosiego después de haber vivido tantas cosas: la guerra y la paz, el mundo, la corte y la soledad, la pobreza y la riqueza, la actividad y el ocio, la salud y la enfermedad, el viaje y el hogar, la gloria y el anonimato, el amor y el matrimonio, la amistad y la soledad.

Para Zweig, su matrimonio también fue una carga, y la relación con las hijas de su mujer, nunca fue buena. Siempre fue consciente el austriaco de que no era un hombre familiar.

En la escritura de sus ensayos, que nacen en la intimidad, Montaigne trata de buscarse a sí mismo, de dilucidar su esencia. Cuando estos alcanzan reconocimiento y notoriedad, ya no se trata tanto de saber quién es Montaigne, sino de afirmarse y mostrarse a los demás.

Todo público es un espejo; todo hombre presenta otro rostro cuando se siente observado.

El éxito de Montaigne, el hecho de que hoy en día se le siga leyendo y valorando, creo que en buena medida atiende a su falta de dogmatismo, apelando siempre a que cada cual viva su vida, no la vida de los demás.

Lo que ha sido pensado en libertad nunca puede limitar la libertad de otro.
No se puede aleccionar a los hombres, solo guiarlos para que se busquen a sí mismos, para que se vean con sus propios ojos. Ni gafas ni píldoras.

Uno debe tomar tanto como le apetezca, pero no dejarse tomar por las cosas. Hay que comprobar sin descanso el valor de las cosas, no sobrevalorarlas, y acabar cuándo acaba el placer. No convertirse en esclavo, ser libre. Quién piensa libremente, respeta toda libertad sobre la tierra.

Montaigne siempre defendió su independencia, su propio juicio, el valor de su propia experiencia. Dice Zweig:

No se había adherido a ningún rey, a ningún partido, a ningún grupo, y no había elegido a sus amigos en función de las siglas de su partido ni de su religión, sino en función de sus méritos.

Montaigne no va en busca de un puesto en la Corte, y en contra de su voluntad acaba como alcalde de Burdeos. Montaigne deja la política como entró. Dice Zweig:

Sabe que ha conseguido lo que Platón considera como lo más difícil del mundo: abandonar la vida pública con las manos limpias.

Al final de sus días Montaigne, siente o experimenta la exaltación de una de sus lectoras hacia su obra (sus ensayos), la joven Marie de Gournay, a quien confiará lo lo más preciado de su herencia, la edición de sus Essais después de su muerte.

Sin duda es mucho mejor leer directamente los ensayos de Montaigne, pero como acercamiento o aproximación a la figura del padre de los Ensayos, esta sucinta biografía de Zweig resulta precisa, equilibrada, documentada, subyugante; puro músculo.

Lecturas periféricas | Un verano con Montaigne (Antoine Compagnon)

Escuchas periféricas | Precursores del ensayo y originalidad de Montaigne (Carlos Gual)

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Maupassant y «el otro» (Alberto Savinio)

En Impón tu suerte, Enrique Vila-Matas dedicaba cinco páginas a la figura de Alberto Savinio y decía. «Espero que algún día alguien entre nosotros decida reeditar este ensayo inmensamente imaginativo, Maupassant y «el otro», hoy descatalogado«. Pues bien, hace tres meses Acantilado reeditó el libro con una deliciosa traducción de José Ramón Monreal. Es cierto lo que dice Vila-Matas de este ensayo-divagación que califica como divertido, irreverente y agudísimo, de prosa vagabunda, que con sus 101 notas completan la vida y obra del conteur por excelencia. Si alguien aún hoy lo desconoce la editorial Páginas de espuma publicó en dos tomos los 301 cuentos (1472 páginas) de Maupassant.

No es este un texto hagiográfico, sino más bien todo lo contrario, porque Savinio usa a Maupassant para todo menos para encarecerlo. En sus notas leemos: Maupassant tiene una forma muy eficaz de escribir pero no es escritor. Escritor es todo aquel que da peso y consistencia eterna a cada período, a cada una de sus palabras. El período, la palabra de Maupassant, sirven al momento y a renglón seguido mueren. Sus cuentos se recuerdan por la anécdota narrativa, por los personajes que pone en acción, nunca por el alma que respiran; y a decir verdad, los contes de Maupassant no dejan huella. Llegar: es el único fin de los cuentos de Maupassant. ¿No habéis notado que los contes de Maupassant producen la misma impresión a cerrado, a no poder bajar, que producen los compartimentos de un tren?

De paso, Savinio aprovecha para loar la figura de otras escritores a quienes alaba, como Proust: Los libros de Proust merecen ser populares por su sustancia, sus temas, su nivel intelectual y, principalmente, por su carácter elegante, rebuscado, preciosista, exquisito; grandes atractivos todos ellos para el lector popular. Yerran los políticos y yerran los sociólogos al creer que para contentar al pueblo hay que darles cosas de carácter popular. El pueblo gusta, ambiciona, se siente atraído, aspira a lo que no es él, a lo que no es popular […] Si los libros de Proust no son populares es por culpa de su lentísima andadura. Estos libros premiosos están escritos para ser leídos en decúbito; como, por otra parte, fueron escritos.

Alberto Savinio (1891-1952) en este breve ensayo (95 páginas, de las cuales 20 son notas) que leído del tirón conduce a la felicidad libresca, no se sustrae, sino que más bien abunda en lo jocoso, lo patético, lo absurdo y entre bromas y veras nos permite hacernos una idea bien ajustada de la figura, no sólo física, sino también espiritual, de este cuentista francés, ya sea en la relación que mantendría con las mujeres, reducida al sumatorio de sucesivos actos sexuales a los que Savinio denomina dejándose llevar por la jerga taurina de «montas«, la relación enfermiza y totalitaria con su madre, la indiferencia hacia su padre, la mala pasada que le juega a su hermano menor y que muere antes que Guy, la relación especial que tuvo con Flaubert, su padre intelectual, y ya al final de sus días su desvarío, cuando debe convivir con el otro, que lo conduce a la locura (y le permite extraer de su interior otro tipo de literatura hasta ahora inédita en él: relatos como Sobre el agua (hay otro relato de viajes de Maupassant del mismo título), El Horla o ¿Quién sabe?, del que Savinio dice: la aventura más elevada de todas, una aventura que supera los cuentos extraordinarios de Poe), hasta su muerte, a la magra edad de 43 años, el 6 de julio de 1893.

Alberto Savinio en Devaneos | Capri

Guy de Maupassant en Devaneos | Sobre el agua, Los domingos de un burgués en París, El doctor Héraclius Gloss

José Ramón Monreal en Devaneos | Amor y vejez (Chateaubriand), La felicidad de los pececillos (Simon Leys), La muerte de Napoleón (Simon Leys)

Portal sobre Guy de Maupassant del I.E.S Xunqueira I

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De senectute politica. Carta sin respuesta a Cicerón (Pedro Olalla)

Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos a cambio de la calderilla de lo ‘actual’ por la centésima parte de su valor. Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.

Walter Benjamin (Experiencia y pobreza)

Nos lleva una vida morirnos. Antes y ahora. Aunque algún día nuestros descendientes quizás contemplen la muerte de la muerte, esto es, la inmortalidad, la cual, desde mi sexto climaterio, no se la deseo a nadie. El autor del ensayo, Pedro Olalla, e incluso héroes como Aquiles son de la misma opinión. En este texto, una carta sin respuesta a Marco Tulio Cicerón, que deviene en monólogo, Pedro Olalla (Oviedo 1966), helenista, confronta lo que recogían los textos de Cicerón, la Grecia de antes con la de ahora. No solo Grecia, sino también en España.

Olalla pone el acento en la vejez, en la senectud, reflexionando acerca de qué podemos esperar de la misma. Nos habló Séneca en sobre la brevedad de la vida, de aprovechar cada día, este presente continuo, de no ir sumando días sin más, porque entonces vivir muchos años no nos valdría de nada. En el mejor de los casos la madurez debería ir acompañada de un suma de experiencias vitales que nos conducirían hacia la virtud, hacia ese crecer haciéndome mejor con el que Olalla cierra su libro. Creo que podemos pensar en llegar a la madurez como la confluencia de dos caminos que convergen, a saber, lo epicúreo y lo estoico. Las ganas de aprovechar cada día más intensamente sin descuidar nuestro itinerario y crecimiento interior, alcanzando una vida bella, que sería alcanzar la virtud, lo ejemplar.

El texto comienza hablando de los valores de la vejez, sustrayéndola a lo utilitario, a lo económico, a lo que sucede cuando uno se jubila y al dejar de trabajar es arrumbado, dejado al margen, apartado, como una rémora humana. Sobre esto de la utilidad de lo inutil vale la pena leer a Ordine.

Dos temas pone sobre la mesa Olalla. Uno es recuperar y dotar de contenido el concepto de la democracia como el poder del pueblo, reforzar el sentido de la comunidad (aquí me viene en mientes lo que nos contaba Javier Gomá con su Teoría de los estadios que todo ser humano debe experimentar de la forma secuencial. Un estadio estético-subjetivo, donde nos creemos divinidades, únicos, irrepetibles, donde prima la subjetividad y donde en definitiva sólo miramos por nosotros mismos sin ir más allá de nuestro ombligo y luego el estadio ético-objetivo, donde levantamos la vista y nos enamoramos, nos comprometemos, nos especializamos en el amor, fundando un hogar y en el trabajo, mediante la especialización laboral, con la división del trabajo. Ese paso, ese fundirnos en la masa, nos individualiza, y nos aliena, nos obliga a desprendernos de nuestro yo en pos de un colectivismo social, donde pasamos de ser universos individuales, a partes insignificantes de un todo) lo cual cada vez es más complicado cuando surgen organismos internacionales como la Unión Europea, el BCE, etc, a los que nuestros países ceden parten de nuestra soberanía, siendo estos organismos quienes toman las decisiones, de tal manera que los esta(fa)dos parecen ser poco más que marionetas en manos de los poderosos, países en donde la voluntad popular brilla por su ausencia y mecanismos como por ejemplo los referéndum son rara vez empleados. Organismos internacionales que emboscan a los países miembros en un escenario dialéctico donde solo se habla de deuda, recortes, crecimiento.

El otro tema que preocupa a Olalla es la desigualdad cada vez mayor, y toda vez que la riqueza mundial va cada día al alza, Olalla apela a una renta básica a la que tendrían acceso todas las personas, de tal manera, que así se repartiría mejor la riqueza y las personas sin el yugo de un trabajo a menudo esclavizante e insatisfactorio, dedicarían su tiempo disponible a su crecimiento interior, que espoleado por su sentimiento de solidaridad les llevaría a dedicar su tiempo a acciones no regidas por términos monetarios, que redundarían en una sociedad mejor. Respecto a la renta mínima Olalla dice que hay estudios económicos que la avalan y que es perfectamente posible. En las notas no hace mención a qué estudios se refiere.

Hay hoy miles de personas que entregan su tiempo voluntariamente sin un retorno económico, como sucede con el voluntariado que en España practican tres millones de personas mayores de catorce años. Es un dato sobre el que reflexionar, porque si el texto de Olalla parece derrotista, la sociedad, más allá de las decisiones que adopten los políticos, se organiza, y el que quiere dedicar su tiempo a los demás, encuentra múltiples opciones para hacerlo.

Como apunta Olalla, ¿qué sería de muchas familias sin el apoyo de los mayores, de esos abuelos que cuidan de su nietos, de esas experiencias, vivencias y recuerdos que les transmiten en los ratos que pasan juntos?. Olalla quiere dar a los mayores la importancia y el valor que estos tienen (o deberían de tener), porque es cierto, y creo que todos conocemos unos cuantos casos, que cuando se nos muere alguien próximo y mayor, tenemos la sensación física no solo del vacío que nos deja su ausencia, sino que esa muerte es algo parecido a la extinción de todo un mundo que se apaga ante nuestros ojos inermes.

Comienzo esta reseña con la cita de Walter Benjamin porque la pregunta que habría que hacerse es, si una vida toma sentido como la capitalización de todas las experiencias vividas, si esas experiencias como dice Benjamín cada vez son más pobres, en qué se convierte nuestra vejez, esto agravado por el principal problema que sufre el ser humano, a saber, el tedio enunciado por Badaulaire.

¿Qué pensaría Cicerón de celebraciones como la del Día de de los abuelos?.

Acantilado. 2018. 95 páginas