La obra de una vida
Béla Hamvas
Ediciones del Subsuelo
Año de publicación: 2022
236 páginas
Selección y traducción Adán Kovacsics
Si recientemente comentaba con fervor La melancolía de las obras tardías del húngaro Béla Hamvas, se publica ahora otra obra suya, La obra de una vida, también en Ediciones del subsuelo, como la anterior. El responsable de la selección y traducción es Adam Kovacsics.
Son quince ensayos de moderada extensión comprendidos entre 1933 y 1966. Los temas en los que se ocupa Béla tienen que ver con lo musical, lo espiritual, lo filosófico, la naturaleza o lo literario.
En el ensayo que cierra el libro, La obra de una vida, Béla adopta un posicionamiento estoico que me recuerda a Séneca. La idea consiste en que la vida es una obra que hay que desmontar. Hacer esto, en sí mismo es una obra. De esta manera conseguimos desmontar esa acumulación de destinos, inclinaciones, deseos insatisfechos, anhelos, aspiraciones, apegos, odios, envidias, ambiciones. La sed de vivir, de querer alargar la vida hasta el infinito.
En El huerto, Béla hace una loa a las hortalizas. El poso de las Geórgicas.
En Días dorados, sostiene que la vida solitaria es más rica en acontecimientos que la pública. Nos habla del agon. Para el mundo griego solo tenía significado aquello que ocurría en el espacio público. Dice (y no le falta razón, viendo la imperiosa necesidad que tiene la mayoría de la gente de exhibirse) que lo que le falta a nuestra vida es la intimidad de la vida privada. Una vez que el estalinismo lo condujo al anonimato experimentó un anonimato de renombre.
Uno de los ensayos más largos es el dedicado a la figura de Orfeo, al cual se le denominaba el redentor, o anax. Actitud fundamental del orfismo es un saber suprahumano que ya no se relaciona con nada más […] es arrobo de eternidad, cuya presencia permite reconocer de inmediato cualquier tradición.
Reflexiona acerca de la entidad del número (para Béla la filosofía se reduce a lo enunciado por Heráclito, a saber: todo es uno) y dice que el número es cantidad y calidad y ritmo, forma y contenido y movimiento, o sea mathesis y geometría y danza. El número es el centro de todo el mundo.
Existe la fe en que desde cierto punto de vista esencial la obra (creación) es más que la vida. Primero la obra, luego viene el hombre.
Ojo con esto:
La obra se convirtió en la medida de la vida humana.
En Bartók me resulta interesante cuando habla de que sin teoría los artistas son ciegos, no saben lo que hacen ni lo que han hecho. Sin la debida teoría, el artista no se orienta. Parece ser que es lo que le sucedía a Bartók.
A Liszt le da un buen repaso. Lo considera el héroe trágico burlado al que todo le sale bien. El suyo es un pathos fabricado. Sostiene que Liszt consiguió algo en el arte porque allí se puede engañar a todo el mundo con suma facilidad. No le quedaba más remedio que ir a algún sitio en busca de la invención; y él iba, a la literatura, o a la pintura, o al arte popular, o a la música religiosa, o a los problemas religiosos. Compuso de todo, pero le faltó una cosa: música.
Y esto que dice de Liszt sirve para cualquier artista: escritor, pintor, músico, etcétera. Leamos:
Lo cierto es que una fama como la suya ha llegado a tal punto que ni siquiera se podría destruir si se llegará a la conclusión de que no poseía ningún talento.
En El platonismo de la escritura, por boca de Wyndham defiende que la forma perfecta de la escritura es la sátira, porque:
…es allí donde la escritura no es más que eso, escritura, risa que mira desde arriba la naturaleza y a lo natural, donde ataca la vida en sus raíces más profundas.
Él quiere regresar a lo mejor que ha habido nunca: el mundo griego.
Y alega:
El griego encontró la única posibilidad de detenerse en el mundo que se desintegraba, de vivir incluso en la decadencia, de enriquecerse incluso en la destrucción.
En Jazmín y olivo, el autor establece la dicotomía entre ánimo e instinto. El instinto solo busca el mañana y por lo tanto lo urgente: comer, beber, matar, etcétera; El ánimo pretende descansar, contemplar, observar, disfrutar del momento, del instante.
En otros ensayos vindica la figura del arlequín o Montaigne y de qué manera lo hace. Ensayos que cifran lo mejor de su agudo pensamiento, de la ductilidad de su prosa, del alcance de la misma.
En La cama, me quedo con esta reflexión:
Vivimos sin intimidad, la vivienda es alojamiento, sentirse en casa es sentimentalismo. Existencias de camarote, estamos de camino, pero nadie sabe adónde, y no hay viaje, sólo transporte.
Y qué decir del ensayo sobre Schumann. Otra maravilla, otro hallazgo, otro ramalazo de ingenio. Schumann nunca interpretó sus obras, nunca sintió la alegría olímpica. Decidió amoldarse a la enfermedad, al delirio, darse al abismo de un romanticismo cuyo olimpo era lo maltrecho.
Como ven, lo aquí reunido es una colección de fragmentos de los ensayos, cuyo único propósito veríase cumplido si animo (siempre el ánimo al instinto) a algún alma noble a descubrir y leer a Hamvas.
Si para algo sirve este blog, que no sirve para nada, y ahí radica toda su fuerza y energía (ahora lo sé), quizá sea para esto, solo para esto.