Archivo de la categoría: Adolfo García Ortega

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kapital (Adolfo García Ortega)

Venía de la biblioteca leyendo por la calle un libro, Kapital, de poesía, qué importante son aquí las comas, y el relato de los hechos, en un ramalazo autobiográfico, es que sin venir a cuento, o mejor, viniendo, y a la altura de la Letanía de los retrógrados me empecé a reír, repitiendo una y otra vez entre bisbiseos Volved al pasado, captando así las miradas de la gente que al ver a un fulano andando por la calle, leyendo un libro a media voz y riéndose, generaba en su mirar una estampa no sé si aterradora pero cuando menos curiosa, y a medida que iba leyendo, jugándomela en cada paso de cebra, me extrañaba el aire de levedad de lo leído, el poco empeño por lo literario, de quien por las siglas de las siglas llamaremos A.G.O, como alguien que va camino de estar de vuelta de todo y pisotea las flores clamando La **** está sobrevalorada y cargando las tintas po(l)émicas contra los políticos, directivos televisivos, escritores infantilizados, la sociedad consumista, Trump, los reyes, la muchedumbre parlamentaria y un largo etcétera, sabiéndose a estas harturas de la película zorro viejo que no sabe nada o no sirve de nada saber, que todas las biografías las alienta el vacío, un vientecillo del más allá, en estos poemas que repiten las palabras como letanías, menos rimas que rimeros, que destierran los arabescos para arañar el papel con sacrilegios consensuados, con marbetes marca de la casa, destilando una bilis algodonosa si tal es concebible y cómo arranca el libro es la pregunta que toca en este final, pues con algo que cae por su propio peso y que todo aquel que haya manejado la biblia de la literatura sabe: En el principio fue Beckett. Pues eso.

Ya lo dijo Casimiro Parker. 2020. 80 páginas.

9788417088101

Fantasmas del escritor (Adolfo García Ortega)

No existía. Existía. Ya no existo. ¿Ha importado?

Epitafio

Fantasmas del escritor, de Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958), recoge un puñado de opiniones contundentes como él dice -según expresión de Nabokov-.

Supongo que los fantasmas del escritor serán el miedo a la página en blanco, a escribir siempre la misma historia, a no ser capaz de ir más allá de los límites que establecen el talento y la imaginación del escritor, a no tener ningún lector.

En los textos, además de cine (aparecen por ahí Gonzalo Suárez o Sorrentino entre otros. Comparto lo que dice sobre Toni Servillo, para mí también es un actor extraordinario, posiblemente el mejor actor vivo hoy en día), pintura (El Greco), o la política (centrada en las guerras que podrían venir a cuenta de las religiones, con el tema de la autocensura sobre la mesa a raíz de los crímenes de los empleados del semanario satírico francés Charlie Hebdo, o los nacionalismos: los nacionalismos reescribe el pasado con las palabras del presente, y deforman los hechos de ese pasado hasta que caben en el molde reducido de lo que llaman «la reivindicación justa de lo nuestro». Las banderas, cuando se vuelven demasiado «nuestras», arden como antorchas en el corazón de las personas cortas de miras. Lo mismo que hierven en su cabeza), la mayor parte de ellos tienen que ver con la literatura, con ese mapa de lecturas que Adolfo ha ido trazando durante estas seis décadas (en su web también ha dedicado su tiempo a este asunto ofreciéndonos un sinfín de posibles lecturas que podemos llevar a cabo, leyendo a autores como Flaubert, Cortázar, Borges, Pascal, Rimbaud, Benjamin, Wittgenstein, Barnes, Faulkner, Cervantes y un largo etcétera.

Algunos textos sirven para encarecer ciertas novelas, como Los ingenuos de Longares, Karoo de Tesich, Intemperie de Jesús Carrasco, El ángel esmeralda, de De Lillo, que sí que leído, y otros que no, como Cámara Gesell de Guillermo Saccomanno el Bolaño argentino según Adolfo), La bibliotecaria de Auschwitz de Antonio G. Iturbe, Días de Nevada de Bernardo Atxaga, L’usage de la photo de Annie Ernaux, Insumisión de Michel Houellebecq, Memorias de ultratumba de Chateaubriand (Un océano infinito), Lolita de Nabokov, El río del Edén de José María MerinoCanción de cuna de Julián Herbert, Enemigos. Una historia de amor de Isaac Bashevis Singer, El crimen del soldado de Erri de Luca, Una librería en Berlín de Françoise Frenkel o Los Diarios de Hélène Berr. En otros artículos Adolfo va en contra de autores para él ya obsoletos como Thomas Mann, y su Doktor Faustus por ejemplo, o La infancia de Jesús de Coetze, que según Adolfo no es novela, no es literatura, no es ficción, no es nada. Nada. Se habla de Günter Grass, su confesión y arrepentimiento, no muy creíble según Adolfo.

Se habla mucho del oficio de escribir, y se da su importancia también al lector, así como a la crítica literaria, con la que Adolfo se despacha a gusto empleando para ello las sabias palabras de Diderot (más al detalle aquí), que hablan de la insignificancia tanto del escritor como aún más de la del crítico.

Oigamos a Sartre: un escritor es escritor porque eleva las nimiedades de la vida corriente a rango de grandes hechos vividos.

Adolfo reflexiona sobre su labor en estos términos:

Porque el escritor, digan lo que digan, siempre pretende ser otro, apropiarse como un Dios de su mundo inventándolo ex novo, ser parte de sus propios personajes, definirse mediante la alteridad. Y la plenitud de esa alteridad es fingir un yo ofrecido a los demás para ser leído.

El escritor busca y rebusca en un mundo propio que reproduce el mundo de otros hasta mitificar lo, para crear un sistema en el que incluso el mismo puede llegar a existir. Como decía Wittgenstein, la literatura es la proveedora de espacios por excelencia. Es más, la literatura es el espacio en que se funden recuerdo y realidad para dar origen a otra cosa que participa de ambas que se acerca el mito.

La lectura crea con los escritores un raro vínculo de proximidad o pertenencia.

Los libros siempre desvían: desvían del origen y del destino, proponen un camino diferente para llegar a un lugar inesperado.

Para mí, Modiano (la protagonista de su novela Dora Bruder, da nombre ahora a la calle de París en la que nació. Fue deportada y asesinada en Auschwitz a sus 15 años) es una especie de Balzac contemporáneo, el creador de un fresco parisino, privado y universal a la vez. Y también lo tengo por un escritor tan titánico como Victor Hugo, a la hora de crear personajes en claroscuros, oblicuos, de los que no deja de apiadarse o asombrarse con una sutileza inocente.

Los escritores ofrecemos lo que tenemos: una vida privada. Procuramos que el lector sienta . Solo así, mediante la emoción, mediante sentimiento, se puede comprender al otro.

Aparecen por ahí las Iluminaciones también de Walter Benjamin y su Libro de los pasajes.

El caso es que leyendo este libro uno va siguiendo huellas, por un camino que a pesar de ser ignoto resulta cada vez más conocido y sumamente fruitivo, pues sacia nuestra curiosidad (que no es más que vanidad si hacemos caso a Pascal. Se quiere saber más de algo para poder hablar de ello, dice), porque leer estas opiniones y reflexiones (como esta definición de escritor: Dícese también de una persona necesitada que pide ayuda y el mundo le da las gracias o esta otra: Los escritores somos necesarios mientras se sigan celebrando fiestas con uniformes y banderas) de Adolfo García Ortega, me hacen sentirme «como en casa«.

Adolfo García Ortega

Privado paraíso (Adolfo García Ortega)

Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) en estos textos -que forman parte del libro Verdaderas historias extraordinarias, que agrupa Privado Paraíso, La ruta de Waterloo y el inédito La mujer de Sorrento– sigue las huellas o realiza una suerte de biografías, de cantantes como Gardel, de filósofos como Bacon, de escritores, y nos aporta -o ficciona- datos interesantes sobre Cernuda, Savinio, Pavese, Larra (vemos que hay Dolores que matan o suicidan), Baudelaire o Flaubert

Los suicidios de Pavese y Larra me traen en mientes otro libro que me gustó, Fin de poema, de Tallón y me instan a querer leer los Suicidios ejemplares de Vila-Matas.

Es literatura sobre literatura y las páginas dedicadas a Flaubert, las que más me han gustado y donde parece inevitable no mentar a Barnes y al loro de Flaubert, lo exponen claramente: «Después de la escritura solo hay escritura. Detrás de una frase perfecta siempre existe otra que ha de ser escrita. El mal literario pervive en la insatisfacción constante que crea en quien lo sufre«. Como dijeron los Goncourt «De ahí que no valga la pena morir por ninguna causa, que no se pueda vivir bajo ningún gobierno, que no se pueda creer más que en el arte, y que la literatura sea el único credo«.

Hay espacio a su vez para hablar de escritores con querencia a la bebida -que junto a los escritores que se suicidan van poblando Los Santos Lugares Comunes– algunos conocidos como Lowry, para quien «Nuestro ideal de vida contiene una taberna«, Hemingway, Dylan Thomas, Poe y otros cuya afición etílica no es tan notoria como Joyce o Rubén Darío.

La literatura trae por el camino de la amargura al taxidermista que protagoniza un relato, lector de Stendhal en bucle, al comprobar éste cómo merma su biblioteca y así su existencia, con cada libro que huye de la estantería para su desesperación y abandono. Un mal que espero no sea contagioso, porque llevo dos semanas buscando el último libro de Baricco por mi biblioteca sin éxito. Se trata de La esposa joven. Ahora en (mi) busca y captura.

Adolfo García Ortega en Devaneos | El evangelista

Adolfo García Ortega

El evangelista (Adolfo García Ortega)

Nada había leído de Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) hasta la fecha; error que pienso reparar poco a poco. Lectura a lectura. Libro a libro.

Si leemos la contraportada, nos refiere que los cabecillas de una rebelión llevaba a cabo en Jerusalén y Galilea, fueron crucificados en tiempos del emperador Tiberio. Lo cual no es aplicable a Iskariot Yehudá que según nos cuentan se quitó la vida tirándose desde una muralla.

La novela aborda la vida de Jesús, El Mesías, aquí bajo el nombre de Yeshuah, más conocido como El Visionario.

Lo que leemos nos viene referido por un escriba fariseo que casualmente está en el sitio justo en el momento preciso, de tal manera que sin creer a pies juntillas en lo que dice Yeshuah, capta no obstante su interés como para decidirse a seguir sus andanzas. Por otra parte Yeshuah quiere tener cerca a alguien que dé testimonio de lo que sucede.

Sobre este marco histórico de sobra conocido, en donde hallamos a Poncio Pilato, Herodes, César Tiberio y demás autoridades romanas que se encargarán de ajusticiar a Yeshuah y de sofocar la revuelta, ayudados los romanos, por los jueces locales como Shimeon y Kaifás, el autor cuenta los hechos por boca del escriba de otra manera -y esta es la sustancia y la razón de ser de la novela- tal que los milagros no son tales, y todos esos elementos fantásticos que aureolan a Jesús, son fruto más de la receptividad del destinatario que quiere sanar y sana aunque sea temporalmente, que de las capacidades milagreras de El Visionario; así que cuando una niña vuelve de un sueño profundo, aquello tiene ya, por ejemplo, para sus seguidores, el estatuto de resurrección.

Adolfo resulta preciso, certero; lo narrado (que como si de una investigación policial se tratara se articula como una suma de testimonios: de cartas enviadas y no enviadas por el escriba, de testimonios de personajes primordiales, cartas escritas por Poncio Pilato, a lo que sumamos lo que el ubicuo escriba conoce en primera persona y otras tantas acciones que le refieren) resulta fluido, apasionante y muy godible, con elementos dramáticos, suspensivos, misteriosos, en ese periplo profuso en aventuras donde todo es un continuo moverse, hacia un final esperado por Yeshuah y por el lector, que nos permite acercarnos a la muy humana vida y obra de Jesús con otros ojos.

Una figura, la de Yeshuah que a pesar de su parquedad y de sus silencios, trasmite algo poderoso en sus alocuciones, merced a una personalidad que, como le sucede al escriba, creo que también seducirá e interesará al lector, quizás por su determinación, por su firmeza, no exenta esta de belicosidad, pues como Jeshuah afirma «él había arrojado fuego, espada y guerra contra el mundo, que había hecho tambalear el viejo Reino…».

Yeshuah es una (re)creación, de Adolfo García Ortega, muy potente, así como la de Iskariot, que le va a la zaga.

Una historia, la referida, que serviría de base, posteriormente a la religión cristiana, propalada y recogida en la Biblia: una antigua e imaginativa sucesión de desgracias, según el autor.

Galaxia Gutenberg. 2016. 269 páginas.