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Albert Cossery
Pepitas de calabaza
Devaneos.com

Mendigos y orgullosos (Albert Cossery)

Albert Cossery
Pepitas de calabaza
2011
217 páginas

En contra de la ideología reinante que liga el progreso y la dicha a la acumulación de bienes materiales, esta estupenda novela de Albert Cossery (1913-2008), publicada por Pepitas de calabaza, con traducción de Mauricio Wacquez, viene a ser un «Elogio del despojamiento», tal que sus personajes buscan el retorno a una vida más primitiva, más sencilla, donde la ausencia de cualquier riqueza, implica que no haya nada que perder, ni por tanto nada que padecer, al dejar cualquier afán y ambición fuera de campo.

Así, Nur al Din, esbirro del poder, atormentado por una homosexualidad que no puede disfrutar y por el amor no correspondido por parte del joven Samir, ejemplifica ese camino hacia el despojamiento antes citado. En la investigación del asesinato de una joven prostituta, Nur al Din, comenzará a hacerse muchas preguntas, que permitirán su metamorfosis, ya que no se ve como una pieza más de ese sistema opresor y despiadado, que bajo el paraguas de la ley, permite a los hombres aniquilar a otros hombres.
En su contacto con Gohar, mendigo local, y asesino circunstancial, quien a pesar de su inteligencia y dominio de la dialéctica, vive en una magnífica miseria, Nur al Din, reconoce en la casa de Gohar aquello que siempre ha anhelado, ese vacío, esa austeridad que conlleva la paz que ambiciona, esa calma que lo sustraiga de los afanes, ambiciones y pulsiones que convierten su vida vil y abyecta y su moral viscosa en un tormento, en un porvenir desdichado. Gohar, no posee un saber enciclopédico, más bien es dueño de la sabiduría de la calle, de la miseria, del ser humano; aquel saber que Saramago atribuía a su padre, de quien decía que para él fue el hombre más sabio que conoció en toda su vida, aunque no sabía leer ni escribir.

Cossery en su ataque constante al concepto que tenemos del poder, se sirve de un humor despiadado, presentando personajes estrambóticos, como el hombretronco que Gohar tiene por vecino, quien a pesar de estar menoscabado, ve como su mujer le monta cada dos por tres escenas de celos, porque lo quiere para ella solita en el catre, algo que a Nur al Din le impele también a replantearse muchas cosas, que tienen no tanto que ver con la dignidad de la vida, pues Cossery replicaría ¿digna de qué?, dado que para él, con estar sobre la faz de la tierra ya basta, sino con el orgullo, ese alimento del espíritu, que convierte el derrotismo y el victimismo en palabras vacías de contenido.

El Gobierno, es una institución contra la que los mendigos y humillados no ambicionan luchar, porque para ellos es como si no existiera; ellos solo quieren que los dejen consumirse en paz en su miseria e indolencia, en esa especie de insumisión que supone para Gohar quedarse al margen, no querer formar parte de aquello que no le gusta, un posicionamiento moral tan sencillo como decir NO.

Albert Cossery en Devaneos | Una ambición en el desierto

Una ambición en el desierto

Una ambición en el desierto (Albert Cossery)

Albert Cossery
Pepitas de Calabaza
Traducción de Federico Corriente
208 páginas
2013

¿Cómo es posible que una historia con un argumento mínimo que transcurre en un paraje desértico, resulte tan apasionante de leer?.

Albert Cossery (1913-2008) sitúa la historia de esta novela editada por Pepitas de calabaza, con traducción de Federico Corriente, en el emirato de Dofa, un lugar donde (al contrario que en los Emiratos vecinos) no hay petróleo, lo que lo ha sustraído de la codicia externa e interna; tal que la pobreza y la indigencia son bienes de dominio público.

¿Cómo es posible que en un paraje que no tiene nada que ofrecer, alguien quiera emprender una revolución, sembrar el pánico, poner bombas?. Esto piensa Samantar dotado de una gran inteligencia y de una filosofía de vida que para un occidental, hijo del consumismo le resultará inexplicable.

¿Cómo es posible que en lugar de amorrarse a cualquier acción revolucionaria que trate de dar la voz a los desheredados, Samantar busque por todos los medios, hacer la paz, trabajar por ella, desactivar la revolución incipiente, por sus propios medios?. ¿Por qué Samantar no ve ninguna gloria en aquel que se inmola, en pos, según dicen del bien común, cuando a fin de cuentas es mayor la pulsión de morir que la de vivir, cuando volar por los aires con todos los que te rodean, no deja de ser otra cosa que un acto solitario y aristocrático, que no constituye sacrificio alguno?

La grandeza de esta estupenda novela es su capacidad para burlarse de todo e insuflar de humor corrosivo la narración para cuestionarse esos grandes dogmas revolucionarios, donde uno a menudo dice sí a todo, sin reflexionar sobre nada de aquello que está en juego, cuando a menudo lo que hay detrás de toda revolución es muerte, destrucción, la quiebra de la paz, y una riqueza que rara vez se sustrae al poderoso y revierte en el pueblo.

De entrada, Samantar echa pestes de las anacrónicas octavillas que manejan los revolucionarios a los que tilda de analfabetos, unas octavillas que la mitad de la población analfabeta despachará sin miramientos. Lo que hay en juego para Samantar es si su pueblo, pobre y mísero, saldría ganando algo con una revolución que aupara en el poder a alguna potencia extranjera, o a algún tirano ambicioso, cuya ideología mercantil atrofiara el alma de los pueblos, como el suyo, sometiéndolo a estructuras de vida más alienantes e inhumanas, mucho peor que la peor de las miserias.

Samantar es un contrarrevolucionario convencido de que el afán de atesorar bienes materiales, la codicia, la ambición desmedida, corroen el alma humana, tal que el ser humano deja de ser consciente de su paso por la tierra, así que lo que está en juego no es quién esté en el poder, sino la capacidad o no de tomar las riendas de sus míseras existencias materiales, y volcar su tiempo en el recreo, el solaz, el ocio, la conversación, el humor vivificante.

Cossery describe con maestría los parajes que pisan sus personajes, donde prima el calor en las tardes tórridas y sofocantes; los colores que brindan un desierto de aura mítica y el ponto vinoso donde se otean petroleros en la distancia; el sexo que vivifica y reduce la ambición de vivir a los confines de un catre.

Cossery maneja una prosa mórbida, fragante, luminosa, suntuosa, humorosa, en beneficio del lector, que no puede menos que verse arrastrado por esta tormenta de arena, donde todo resulta confuso, endiabladamente enrevesado, pero donde al final, todo resulta ser más sencillo de lo que parece, tan sencillo como querer llevar una vida digna y en paz. ¿Digna de qué, replicaría Cossery?. Con estar visto basta, diría.

Próxima parada: Mendigos y orgullosos.