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Los campos magnéticos (André Breton y Philippe Soupault)

He oído a escritores decir Yo no escribo, yo solo corrijo, también que Escribir es corregir la vida. En todo caso siempre hay ahí una voluntad en el magisterio de las palabras, en pos de conseguir ese fraseo, esa tensión, esa musicalidad que convierta nuestra lectura en una experiencia.

Nos vamos ahora al otro extremo. El libro de André Breton y Philippe Soupault, Los campos magnéticos, editada por WunderKammer, se erige como la piedra fundacional de lo que se conocerá como la escritura automática, la cual no requiere de remozamientos, ni correcciones, sino que se deja el texto tal cual sale, como si desde el mismo espíritu emergiese un torrente de palabras que bulle por salir, sin pasar por el cedazo de la razón ni el pensamiento. Esto podría acarrear toneladas de papel escrito, totalmente insignificante y sin valor alguno. Breton y Soupault son conscientes de esto, y quizás explicaría que el libro sea tan breve. Menos de cien páginas, entre prosas y poemas. Lo aquí alumbrado, ellos lo consideran extraído de sí mismos «en estado de gracia«. Algo que el lector habrá de juzgar por sí mismo.
Creo conveniente antes de acometer la lectura leer la introducción a cargo de Julio Monteverde responsable a su vez de la traducción.
Lo excitante del libro es encontrarse cuando leemos ante una escritura radical, y libérrima, precursora del surrealismo.
A menudo, cuando leemos es como visitar una ciudad a pie ¿Qué sucede cuando la vemos desde el aire o desde el mar? Sucede que la perspectiva es totalmente distinta, que siendo la misma ciudad nos parece otra. Leyendo Los campos magnéticos he tenido esa sensación, la de situarme como lector desde otro ángulo, capaz así de aprehender la realidad de otra manera, instintiva podemos decir. Una escritura que se nos ofrece sin pasar por el filtro de la razón y que la recibimos no obstante procesada, pues leer supone un desciframiento, la búsqueda del Santo grial del sentido, aunque creo que esta es una lectura que parece situarte ante una banda de música donde suenan varios instrumentos a la vez. Aquí, las palabras parecen flotar y soldarse para construir unas imágenes, más dirigidas al corazón que al cerebro, al sentimiento más que al pensamiento. Pero no me hagan mucho caso, que creo que sigo aún imantado.