Archivo de la categoría: Ánjel María Fernández

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Javier Cámara: El hijo del Labrador (Ánjel María Fernández)

Javier Cámara: El hijo del Labrador es una singular biografía del actor Javier Cámara, en la que como si de una novela se tratara, un personaje, a la sazón actor, acepta el reto de interpretar a Javier Cámara.

No, el elegido no es el actor francés Gillaume Canet, de quien pongo una foto por si no les suena.

Guillaume-Canet

Cuando un actor debe interpretar a un personaje famoso, sea un escritor, un político, o un tenista, lo que viene al caso es leer su libros, escuchar sus discursos o ver sus partidos. Así nuestro actor decide visionar todo lo que tenga a mano de Javier Cámara, con la idea de mimetizarse con él, empezando por absorber su gestualidad. Me pregunto yo qué cómo se interpreta a un actor tan camaleónico como Javier Cámara y esa misma pregunta es la que se formula el protagonista de la novela. ¿Está en los ojos, en su mirada, la clave actoral de Javier?

Además de los visionados, otra forma de conocer a Javier es ir a las fuentes, o sea a Albelda de Iregua, pueblo de donde es oriundo Javier y una vez allí hablar con su madre y sus hermanas. Beber entonces de los recuerdos familiares y remembranzas de aquellos años en los que Javier ya supo que no gustaba del campo y que ser el hijo del labrador daría como mucho para el título de un libro futurible pergeñado por un escritor arnedano, porque su sitio no era el campo ni el tractor, sino el escenario y la interpretación.

Así lo veremos luego estudiando en La Laboral y en Logroño haciendo sus pinitos en una escuela de teatro que cerró, para luego ir a ganarse el pan a Madrid, currando como acomodador en un teatro e ingresando como alumno en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, la RESAD.

Más tarde, tras los años de formación, llega la recolección: junto a Pajares, hace tres décadas, lo vimos en ¡Ay señor, señor!, consagrarse en la serie Siete vidas al lado de Amparo Baró, adelgazar a lo bestia a las órdenes de Santiago Segura para verlo en Torrente, el brazo tonto de la ley, con gafas de culo de vaso. Caer bajo el paraguas mágico de Almodóvar y brillar en Hable con ella. Lo oímos hablar con acento colombiano en El olvido que seremos. Ser un profesor bonachón en Vivir es fácil con los ojos cerrados. Y luego en series estupendas como Viva Juan, dando vida a un crápula entrañable o en Rapa donde luce su mala baba y sus dotes investigadoras, dejando de lado la docencia que es su profesión. Otra cima para Javier supone haber rodado con Sorrentino en la serie The New Pope. Pero no se trata de hacer aquí un copia y pega de su filmografía.

A media que el protagonista de la novela ve más películas de Cámara más parece alejarse de él, porque copiar los gestos, o calcar el físico, ¿supone representar? No parece ser lo más importante, por eso más allá de lo epidérmico, de lo evidente, la búsqueda (como debe serlo también la escritura) luego irá dirigida al interior, para saber de qué está hecho Javier. El montante de respuestas tanto de familiares como de múltiples amigos con los que se entrevista, da como resultado una persona amable, afable, empática, humana, cariñosa, amiga de sus amigos, ajeno a las envidias, concienzudo, trabajador incansable, valiente encima de un escenario…

Hace unos meses pude ver en Logroño, en el Teatro Bretón, Vania x Vania. Mi interés consistía en ver a Cámara encima de un escenario. Además, el papel que interpretaba era el de un labriego y ahora leyendo el libro, mirando el título, pienso en Teodoro y en cuanto de ese mundo que Javier tan bien conoció pudo volcar (o rellenar) en su personaje.

Para acabar, apuntar que todo el texto lo recorre un viento cálido, algo parecido a la ternura, al cariño, a esa verdad tan esencial que Javier transmite en sus películas, series y obras de teatro y que Ánjel María atrapa y condensa, asimismo, en estas páginas.

Cuando leí el libro hace un par de meses, me bajé al Parque del Ebro pero antes pasé por la frutería del barrio. Lo que más llamó mi atención fueron las cerezas. Las había de Quel y de otros pueblos riojanos de cuyo nombre no logro acordarme, pero el frutero que de lo suyo sabe, me dijo que me llevase esas de Albelda (relucían como canicones) que no había otras mejores.

Acerté tanto con las cerezas como con la lectura de esta singular biografía de Javier Cámara.

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Los amigos (Ánjel María Fernández)

Un espíritu nada taurófilo como el mío se ve leyendo Los amigos (editado por Pepitas de calabaza o por Los aciertos ediciones, no me queda muy claro) de Ánjel María Fernández (Arnedo, 1972), libro escrito a la mayor gloria del torero arnedano Diego Urdiales, amigo del autor.

Ahora que las plazas de toros pierden gente entre sus gradas, que hay algunas comunidades autónomas en las que incluso están prohibidas las corridas, que la denominada Fiesta Nacional está en entredicho y que los animalistas entienden el sacrificio de los toros como una aberración, el libro de Ánjel es una vindicación de Urdiales, el urdialismo es un humanismo, en el que trata de trazar puentes y conceptos que parecen irreconciliables, leo: Y porque entiendo que ser taurófilo no solo demanda sino que exige ser animalista, estoy seguro de que todo el animalismo ha de ser taurófilo más pronto que tarde; no me cabe duda […] la tauromaquia devendrá en ejemplo a seguir, se constituirá en el horizonte y allanará la senda que marcará nuestra relación como especie humana con el resto de especies.

El propósito de Ánjel es seguir en 2016, a Urdiales un año por los ruedos, pero como este objetivo se malogra, se conforma con seguir las corridas por televisión, otras de forma presencial y echando mano también de grabaciones antiguas, para trazar una suerte de biografía que nos explique a Urdiales en particular y la tauromaquia en general. Ya sea con apuntes historicistas, apuntes y anécdotas en las que se manifiesta lo dificultoso que les supone a los diestros pisar un ruedo y poder ejercer de toreros. Incluso ya con cierto prestigio y reconocimiento, el traje de luces lo es también de sombras pues como se lee, sin toro no hay torero, y cuando los toros no son buenos (en el libro se habla acerca de los encastes) poco puede hacer el torero más allá de sumirse en la desesperación. Vemos años de sequía en los que es difícil ir teniendo continuidad en los ruedos para lo que se precisa una gran fortaleza. Leyendo a Ánjel escribir sobre Urdiales uno parece encontrarse ante algún héroe o Dios griego del que por muy humanos que se presenten, hay algo que los conforma y los hace, no distantes pero sí especiales. O al menos con estos ojos parece contemplar al diestro -como el que ve y se extasia ante un David de Miguel Ángel- el autor.

El toreo se sueña, el toreo se piensa, el toreo se entrena, pero exige después culminarse en plaza verdadera, ante público cierto y delante de animal para concluir lo nunca hecho, para materializar una novedad, para publicar lo inédito.

El texto también se puede entender como un anecdotario (sobre toreros paracaidistas o pánicos, por ejemplo), poblado el texto de una galería de personajes singulares y literarios que dan su juego, gracias al humor sostenido y chocarrero que destila Ánjel, que irá conociendo en ese ambiente taurino personas de lo más granado, como el Chisporrote: estrella mejicana del reguetón, Diana y su falotesis, Aldonza, la pareja del narrador, la señorita Flórez, que permite a la narración buscar los derroteros del suspense.

Sin que la tauromaquia me llame lo más mínimo, el libro de Ánjel me ha mantenido entretenido, y quizás en un futuro la novela, ya sin estar bajo los efectos de la dietilamida, puede abocar en otro texto, en un ensayo (el autor quiere romper con esa imagen que tiende a tildar a los taurófilos de paletos, ignorantes, salvajes, de derechas, etcétera), aquí ya esbozado, a cuenta de la integración de la tauromaquia en la modernidad y su nueva sensibilidad, si esto es posible y no nos hallamos ante un oxímoron.

Los aciertos Ediciones. 2020. 191 páginas