Antonio Báez
Talentura
2016
180 páginas
La magia de los días, el último libro publicado por Antonio Báez, lo conforman cinco relatos cortos y uno más largo, una novela corta o algo más que un «librito«.
Comienza el libro con El magnetofón, una historia familiar donde el narrador rebusca en el pasado, rememora sus años de mocedad junto a sus padres, su hermano, y una vecina del inmueble que se afanaba en amargarles la existencia, y un final donde el niño deja de serlo, con algo tan simple con un apretón de manos de su progenitor. Recuerdos que no alimentan, ni consuelan, cuando la intemperie, esa que socava de verdad, es la interior, la misma que sufre el narrador.
En Insomnio tenemos a una pareja que viaja a París allá por 1997. Son años de mucho follar en pareja, de lozanía, de ir a restaurantes, de hacer todo el recorrido turístico, donde no falta la nota social en el personaje de una prostituta inmigrante irregular, y esos encuentros que nunca sabemos si van a ser los últimos.
En Hospital, volvemos al pasado, y la literatura opera como un homenaje a ese hermano que pasó por un hospital del que ya no saldría nunca más.
En el relato Cumpleaños el narrador vuelve a sus años como estudiante universitario, desbordado por la melancolía previa a cumplir años, propiciada ésta por la lectura de un libro de Kajii Motojirô. Un narrador que fabula, que miente, que ficciona todo lo que le sucede, porque quizás esa sea la única manera de dar algo de fulgor a esos días, monótonos, grises, clónicos.
En Ven, Capitán Trueno se aborda la adolescencia, los primeros besos con lengua, el aburrimiento, la desesperación, la marginalidad, las pajas, las drogas, las canciones de Asfalto, las ganas de salir del barrio, de ensanchar el mundo, un relato que funciona como la autopsia de ese miedo adolescente, dulcificada la narración por el humor que la alimenta.
En La magia de los días descubrimos la historia de Adán, y la magia consiste en vadear cada día, en no dejarse atrapar por el nihilismo, porque a pesar de que esa va a ser la deriva a la que verá abocado por las circunstancias el inquieto Adán, lo suyo, su proceder creo que dista mucho del nihilismo, de ese ne-hilum, ese no-hilo, esa «ninguna cosa», porque no parece que los acontecimientos que sufre Adán: la pérdida de dos falanges, su padre ausente, el buscarse la vida cuando su madre se va con otro hombre, el ir encontrando refugio en distintas mujeres, no creo que todo esto digo, sea nihilismo, no creo que esto suponga perder el hilo, perder el enlace, perder la relación, porque Adán es un superviviente, un luchador, un culo inquieto que recorrerá por ejemplo toda Italia, pasando por Génova precisamente cuando acontece la muerte de Carlo Giuliani, activista que luchaba en 2001 contra el G8 y a quien Guccini dedicó la preciosa canción Piazza Alimonda.
Adán viaja, cambia de escenario, se enamorará de mujeres cuyos nombres empiezan por T, se enamora por ejemplo de Teresa, hasta que ésta descubre que está enamorada de otra mujer de la compañía teatral.
«Es Piedad la que en un primer momento lleva la iniciativa. Baja a la fuente por la que Teresa mana y bebe de ella hasta saciarse, hasta que Teresa suplica que por favor pare y luego que más. Después encienden un cigarrillo, se asoman a la ventana, oyen el mar, charlan, beben de una botella de vino…»
Hay momentos inclasificables y absurdos como ese personaje, un tal Paco Tierra, quien sufre hidrocefalia y que al borde de la desesperación entrará en internet buscando foros sobre «tengo la cabeza un poco grande, ¿cómo la puedo disimular?. O esos jóvenes profesores que emplean el método socrático en sus clases particulares, si bien más que preguntar, lo suyo es un dejar hacer o no hacer nada.
Al final, llega un momento en el que Adán decide dejar Málaga e ir al centro de la península, a Madrid, al kilómetro cero. Lo hará andando y en su recorrido es esto lo que ve:
«Cubre los primeros kilómetros, duerme al raso, come bocadillos. Se cruza con perros que no son Perro, con mujeres que le sacan la lengua desde los automóviles. Hay en su camino casas abandonadas, viejos puticlubs decadentes, prósperas gasolineras, talleres mecánicos, ventas donde ponen raciones de queso y jamón […] encuentra urbanizaciones abandonadas y penetra en ellas a través de sus calles apocalípticas, hay piscinas que nunca han contenido agua, donde no se ha arrojado nadie que no fuese un suicida»
El presente que vive Adán -ya con el aspecto de un perroflauta – es simultáneo a los movimientos del 15M.
«Se le puede pegar un martillazo a una escultura renacentista esculpida en mármol de Carrara y se le puede pegar con una porra a un hermoso cuerpo desnudo y desarmado. Se puede. Claro que se puede».
La magia de los días consiste en que a pesar de todas las desgracias, de todos los problemas, de todas las penurias, aún tiene Adán en el depósito esperanza de sobra, y unas cuantas sonrisas con las que seguir desafiando a la autoridad.
Un libro optimista, en definitiva, que da voz a los que a menudo no la tienen, aquellos que aunque no fueron el germen de nada y pasarán sin pena ni gloria (como casi todos los demás), atesoran una Historia hecha de sangre, sudor y lágrimas y también de aventuras, experiencias y sueños.