2013
Seix Barral
256 páginas
A Antonio Muñoz Molina lo noto muy quemado con la clase política española. Esto lo veo muy claro leyendo su ensayo, Todo lo que era sólido, donde el escritor granadino nos da su opinión sobre un montón de cosas, y donde prevalece el poco aprecio que éste siente por los políticos corruptos, ignorantes, vanidosos, pretenciosos, que han agravado los efectos de la crisis que sufrimos desde hace años. Unos políticos que han saqueado las arcas, esquilmado los escasos recursos naturales y materiales y destrozado el litoral y muchos bellos pueblos del interior, todo eso que había sido preservado durante dos milenios, y que en manos de unos gobernantes rapaces y codiciosos ha sido demolido, borrado del mapa, sin que tenga mayores consecuencias.
Todo lo que era sólido entiendo que se refiere a esas costumbres, usos, modos, tradiciones nobles que nunca deben perderse, algo que quizá tenga que ver con el sentido común, con el buen gusto, con hacer esas cosas que nos dejan un buen regusto, más en el corazón que en el bolsillo.
Antonio Muñoz Molina es ambicioso, y trata de describir toda la realidad que lo circunda en 256 páginas, en las que deja muy claro que es todo aquello que no le gusta, que le desagrada y asquea (los políticos ahí se llevan la mayor parte, si bien hay lugar para mencionar la falta de respeto al prójimo ya sea en un macrobotellón, en una procesión religiosa de Semana Santa, o en cualquier otra manifestación ruidosa, donde el sentido de la fiesta, nubla cualquier entendimiento en quien debería poner orden), lo que es susceptible de mejora (la eficiencia de las Administraciones y una mayor independencia de estas del poder político, así cómo un mayor reconocimiento de las personas válidas y trabajadoras, emponderando el esfuerzo, la valía personal), el escaso interés que existe en nuestro país por la reflexión, por el debate, donde el Congreso y el Senado (que debiera desaparecer) sirven para cualquier cosa menos para intercambiar ideas, opiniones, ya que los de un partido políticos no tienen el menor interés en conocer lo que piensan sus contrarios, y Antonio nos brinda unas páginas que son muy gráficas sobre el «desembarco» de nuestros políticos (representando a España o cualquier otra autonomía) en Nueva York, a golpe de talonario, sin que aquello tuviera retorno alguno (cuando se invierte se espera obtener beneficios, más allá de llenar el estómago y viajar por la cara), pero sí muchos gastos, demasiados.
Antonio Muñoz Molina como hizo en su día Manuel Chaves Nogales en sus escritos críticos, reparte a diestro y siniestro, sin casarse con nadie, pues en eso entiendo que consiste ser independiente, en no rendir pleitesía a un partido político, a un grupo editorial, etc, y ser únicamente juez de uno mismo. La derecha ya sabemos de lo que es capaz, y la izquierda nunca dejará de sorprendernos metiendo la mano en la caja una y otra vez, ER(r)E que ER(r)E. Esto lo digo yo, no Antonio. Estos políticos que dicen dedicarse a esto por vocación, por su sentido de servicio público, nos demuestran cada día, cada vez que uno de ellos va a la cárcel, o es condenado por actos ilegales, que la política, sea cual sea su signo, hiede.
Molina que vive entre Madrid y Nueva York, donde dirigió el Instituto Cervantes entre 2004-2006, acusa más el contraste cuando vuelve a España, a Madrid, desde Nueva York, Alemania u Holanda y se las tiene que ver con los españolitos de a pie y sufre también ataques de romanticismo y cual cura en una homilía, nos conmina a entendernos, a llegar a acuerdos, a ceder, a ser menos nosotros y más ellos, al menos en parte, y todo esto está muy bien, porque las páginas de libro están cargadas de datos veraces, de evidencias, de razones, de buenos propósitos, de mucho sentido común, pero yo me pregunto si la gente que ha agravado esta crisis, si todos esos alcaldes, concejales, senadores, congresistas, presidentes autonómicos, presidentes de equipos de fútbol, empresarios, etc, que hoy están en las trenas, tendrán algún interés en leer este libro de Molina. Me temo que ninguno. No creo que Roca, Del Nido, Julián Muñoz, Jaume Matas y tantos otros, quieran saber la opinión de Molina, ni sus recomendaciones.
A mí es fácil convencerme de casi todas las cosas de las que habla Antonio, pues más que convencerme, me he limitado a asentir, a dar el visto bueno a lo leído, como un profesor corrigiendo un examen de un alumno que se ha aprendido al dedillo la lección.
Lo realmente transformador sería que este libro cayera en las manos adecuadas, en las manos de esos corruptos, prevaricadores, ambiciosos, ruines, mezquinos, ignorantes, zafios, que se descojonan de libros como este, porque escritores como Antonio les parecen unos peleles, que tienen que trabajar (sí majos, escribir es un trabajo) para ganar pasta (no mucha) y lo leyeran y entonces cayeran de los 150 caballos de su cochazo oficial o deportivos y vieran la luz y……
Esa actitud de prepotencia y chulería de toda esta chusma (la muestran cuando van a los juzgados, y luego cuando los condenan), esa, si que es SÓLIDA, a prueba de bombas y de armas de destrucción masiva.