Este año se cumplen 200 años del nacimiento de Henry David Thoreau. A lo largo de este año me he acercado bastante a su figura y a su fondo, o eso quiero pensar.
Hasta la fecha solo había leído su ensayo manzanil titulado Las manzanas silvestres. Un ensayo que no me había dejado ninguna huella.
Toni Montesinos
Con la excusa del bicentenario he leído, para mí bien, tres estupendas biografías, la de Toni Montesinos, titulada
El principio de los principios. Como vivir con Thoreau, la de Robert Richardson titulada
Thoreau. Biografía de un pensador salvaje.
Robert Richardson
y finalmente la de
Antonio Casado da Rocha, que fue el que escribió en castellano la primera biografía, esencial, de Thoreau.
Leyendo estas tres biografías creo que nos podemos hacer una idea aproximada de la vida y pensamiento de Thoreau. Los títulos de las biografías ya ponen el acento en conceptos importantes. Montesinos habla de principios y lo interesante sería como extrapolar
el hacer de Thoreau a nuestros días, cómo mantener esos principios suyos, su austeridad, su vida sencilla, que no simple, ese recogimiento interior, su capacidad de análisis y su aguda mirada capaz de escrutar y sacar juego a cuanto le rodeaba, en especial la naturaleza, de la que se confesaba devoto.
La biografía de Robertson hace hincapié en la figura de Henry David Thoreau como pensador.
A mí me sorprendió descubrir a un Thoreau lector empedernido, investigador, erudito, políglota, traductor al inglés de obras clásicas griegas, en suma, un coloso del saber, cuyos conocimientos obtenidos con sus infinitas lecturas volcaría al escribir su
Walden, donde plasmó su experiencia en su cabaña, enriquecida con todo lo leído. Un libro que me gustó menos que las tres biografías leídas, porque a pesar de la fama de Walden, libro que seguramente muchos conozcan, al menos de oídas, no me parece un libro totalizador, representativo de Thoreau, pues se me antoja parcial, porque Thoreau es mucho más que Walden.
Thoreau ya advertía, para que nadie se llevara a engaño, que lo suyo en la cabaña era un experimento, un medirse consigo mismo, el ser capaz de materializar una idea, de ejecutar un propósito que muchos no entendían, un experimento que cualquiera podría realizar, porque la cabaña no era otra cosa que la metáfora de un empeño, la de hacer tu propio surco y no seguir el trillado camino de los padres, tener un propósito firme e ir con tesón tras él.
Leyendo estas tres muy recomendables biografías constataremos que Thoreau hasta el día en que murió se mantuvo fiel a sus ideales, a su vida recogida, austera, entregada al estudio, al conocimiento, trabajando lo justo para mantenerse ya fuera en sus labores como agrimensor o en la fábrica de lapiceros de su padre, donde su saber se convirtieron en mejoras importantes, como innovaciones, en la elaboración de las puntas de grafito, sin ambicionar nada, tratando eso sí ya al final de sus días de colocar sus escritos, a fin de que su madre y su hermana obtuvieran algún rédito del colosal trabajo de Thoreau en el mundo de las letras, del cual siempre estuvo desterrado, obteniendo muy escaso reconocimiento en vida, al contrario, por ejemplo que Emerson, que en sus inicios obró como mentor y padre espiritual. Reconocimiento que le ha llegado a Thoreau unas cuantas décadas después de su temprana muerte, porque creo que dos siglos después hoy sus pensamientos, su actitud, sus ideas, su compromiso (fue un declarado abolicionista) nos interesan, nos motivan, nos seducen y nos sirven (y servirán) como faro en esta noche oscura.