Archivo de la categoría: Autoras riojanas

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Sashimi blues & Diafragma (Marta Alamañac)

Quizás sea porque comparto año, mes (un mes huérfano de paseos) y ciudad de nacimiento con la autora, Marta Alamañac, que sus dos poemarios leídos me resultan tan cercanos como la conversación mantenida con una amiga.

En el aire el olor a pimientos, las chuletadas veraniegas al sarmiento, los porrones de vino con casera, el Ebro (donde el agua se hace jota) como hilo conductor entre Logroño y Zaragoza, los chicles Cheiw, los petazetas, vinilos, el cariño de las tías, en suma, jirones de un pasado. Y el amor encontrado (en los poemas Somos dos, Dualidad, Soberbia; leo: tú eres mi jardín de invierno; De ti, sentido) y el desencuentro (Nos cruzamos, nos amamos, nos abandonamos; Los hijos no nacidos/ Años blancos, vacíos; No hay belleza en lo perdido); los viajes (Conseguí despegar/ Ver mundo, respirar): Tokyo, París, Nápoles, Pompeya… también la mirada atenta (Las uñas con mugre, manos que cuidan/ las uñas de porcelana, manos que mandan)

Poeta sin rima, maga sin trucos, soñadora anónima. La vida se desvive en el papel. Y en el mismo, hay mucho anhelo de volar, de libertad (Mi libertad/ intangible, incorruptible/ Mía), ante la conciencia del tempus fugit.

Recaya (Adriana Bañares)

Recaya (Adriana Bañares)

Adriana Bañares (Logroño, 1988)
Editorial Páramo
108 páginas
2019

¿Qué es Recaya? Quizás suma de palabras y fotografías instantáneas: ramajes, raíces, alambradas, suelos, troncos, terrones, firmes, firmamentos. La poeta solo tiene un arma: la poesía, varias balas: los poemas intitulados y la necesidad de contarse y conocerse.
El poema es confesión y concisión, precisión y cadencia, la música triste, en apariencia, la queja de la niña, hija de un Papá bebé, con una ausencia demasiado presente entre las manos vacías, y como la vida avanza y se apura, la hija recibe el amor, abriendo la tierra, llamándola hogar y será madre, y ahora el miedo será doble, porque al miedo que sentimos a que nos hagan daño, cargaremos también con el miedo a exponer a nuestros hijos a la crueldad de los niños, el miedo a no poder enfrentar la sensibilidad y la curiosidad de nuestros hijos, el miedo a no poder enseñarles a ser buenos, el miedo… y los pies se afincan ¿dónde? ¿Hay espacio fuera del círculo que se ha cerrado, cuando se es extraña en su propia tierra?

A veces, una presencia silenciosa es acogida en el papel, a Ella, que escribiría todas las noches, papel convertido en pájaro en un vuelo cargado de palabras, dejando al lector sumido en el silencio gozoso, contemplándolo con el mismo arrobo que mostraría hacia una estrella fugaz.

Muy bueno.

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Línea de penumbra (Elvira Valgañón)

Metamorfosear la nada y convertirla en algo: una melodía, una escultura, una pintura, un texto. Poblar el silencio, habitar el espacio, adensar la historia, un ejercicio creador capaz de todo esto. Y de mucho más. Hacer aflorar una pintura en una cueva prehistórica, como brotada de la piedra, pero de la mano del artista. No son Los Once personajes del cuadro de Michon, sino trece los cuadros con los que Elvira Valgañón pergeña esta delicada, absorbente y fascinante novela, una Línea de penumbra deslumbrante. Me pregunto si novelas como esta no deberían formar parte desde ya de los planes de estudios. Ya que la historia que se nos enseña hoy atiende a un memorizar-olvidar convertido en acto reflejo.
Me pregunto si un libro como este, además de azuzar nuestro interés y curiosidad por el pasado, no nos brinda a su vez la magnífica posibilidad de a(ho)ndar en la historia, desde la prehistoria y las pinturas rupestres, hasta mediados del siglo XX con el arte moderno, de la mano de autores como Bacon, pasando por Hopper, Juan de Flandes, Artemisia Gentileschi, Ghirlandaio, Caravaggio, El Bosco, José Arrúe… El punto de partida en cada relato es como preámbulo un cuadro. Cada cuadro tiene una historia delante y detrás. La mayoría son encargos, obras que explican la historia o la falsean; algunos permiten explicar la naturaleza casi idéntica entre la obra del artista y su vida como en el caso de Caravaggio, siempre al límite, como le sucede también a Bacon en su Retrato de George Dyer en el espejo. Cuadros que encierran un misterio como el Automat de Hopper, y también el nuevo signo de los tiempos; Podemos experimentar la rabia y la desolación del verdugo en Salomé con la cabeza del Bautista o la determinación del suicida en La tumba del nadador.
La vida entra y sale de los cuadros, y pasa al observador que la acomoda a su vida y a las hechuras de su existencia, y si el cuadro no nos dice nada por sí mismo o así estamos de sordos, entonces Elvira nos cuenta una historia, la del cuadro, la de su autor, la del retratado, la de su época, y aquí no hay fárrago, más bien precisión y detalle (algo que uno viene apreciando con agrado desde que en su día leyera Luna cornata y después Invierno), sutileza en el trazo, vida bullente en las bien seleccionadas palabras, misterio, arrullo y sugerencia: literatura alada, para entendernos.

Todo lo que cabe en un cuadro cabe también en un libro. Un espacio infinito, el que abre este libro.

Pepitas de calabaza. 2020. 158 páginas

www.devaneos.com

Invierno (Elvira Valgañón)

La nieve no quiere decir nada: Es sólo una pregunta que
deja caer millones de signos de interrogación sobre el
mundo.

José Emilio Pacheco

Elvira Valgañón (Logroño, 1977) valida con su novela Invierno aquello de menos es más y en apenas 136 páginas arma un potente y emocionante relato polifónico que va desde 1809 a 1965, donde se suceden las guerras -la napoleónica, la de filipinas y la guerra civil española- los amores consumados y consumidos por la ausencia, los exilios y los retornos, los funerales y los adioses, ante unos asustacuervos que principian y clausuran la novela y los cuales nos dirían muchas cosas -si hablasen- del paisaje y paisanaje de Cerveda, donde transcurren todos estos avatares, en parajes fríos y nevados que tanto añorará Lamperna, en sus lances bélicos por Filipinas, que junto a Benildo forman una pareja muy entrañable, que me trae en mientes otra, la formada por Manuel y Montenegro de la estupenda novela de Ernesto Pérez Zuñiga No cantaremos en tierra de extraños.

Elvira crea y sostiene a sus personajes con muy pocos trazos, ya sean Coloma, Fermín, Luis o Basilio, hace un muy buen uso de las elipsis, va encalando los intersticios de la historia de Cerveda, drenando con su prosa sucinta, estilosa y precisa el pasado, que como el deshielo primaveral irá anegando y afirmando el presente.

Conviene, si se puede, leer el libro del tirón. Buscar tres horas de paz y sosiego para disfrutar de la lectura tan intensamente como se merece, dado que esta breve novela de Elvira creo que logra deshacerte y deshojarte, por muy témpano y perenne que uno se piense.

Pepitas de calabaza. 2018. 136 páginas