¿Es que todavía no saben que en estos pagos virtuales es verdadera devoción lo que hay por Julio Camba?
Y esto viene a que el libro de Belmonte (editado por Pepitas de Calabaza) bebe de Camba, de su ironía, de un humor constante y sonante (hasta la carcajada).
No recelen y lean:
Un moderno con bigote es Tom Selleck, es Burt Reynolds, es exactamente un bigote al cual se le ha pegado un moderno. Pero a un pobre tipo de Logroño no le brota un bigote, le brota un cabo gallego de la Guardia Civil, el recuerdo de un tío lejano que tuvo, un poco tísico y eterno opositor a notarías, le crece sobre el labio superior un fúnebre juez de línea de segunda B. Un señor de Logroño se deja bigote para recordarnos que este mundo es un valle de lágrimas y bromas las justas.
¿Por qué cuál es la naturaleza del hombre de provincias? ¿Es lo mismo ser de Logroño que de Soria, Burgos o Palencia? No lo sé. Si sé que leer a Belmonte es un regreso a mi pasado (frente a los Almacenes Simeón, a los Textiles de La Ideal o las Galerías Londres). A pesar de que Belmonte sea un par de años mayor que quien esto escribe.
Me llevé al libro a una terraza al lado de la concatedral y leía, reía, alzaba la mirada y veía pasar hordas de turistas.
Y seguía ensimismado en la lectura:
Con el cambio de siglo a los españoles se nos subió el euro a la cabeza y despertamos un día banales, cosmopolitas y posmodernos.
Es lo que tiene el progreso, que a uno le preocupa más la moda que viene para el próximo otoño que la cuestión social del jornalero andaluz.
Un pasado que recorrer y al que quitarle el polvo. Una mirada, la del autor, teñida con el humor de la melancolía.
De hecho somos el huérfano de un adolescente que se nos ha muerto de formalidad y buenos alimentos.
El miedo a que el futuro no sea lo que esperamos, el miedo a que el pasado no haya sido lo que pensábamos.
Esos recuerdos comunes nos conducen a la Superpop, al bañador rojo de Pamela Anderson, a David Hasselhoff, a los phoskitos, al Domund y a Kunta Kinte; al hoy señor de Logroño que daría heroicamente la vida por la santísima trinidad que conforman el «Café, Copa y Puro».
Bruno, que además de hombre florero es docente (yo a mis traumas les he sacado título de funcionario del Estado, los he institucionalizado y puesto en nómina), propone soluciones interesantes para mejorar los malos resultados académicos:
Mandemos a nuestros alumnos a Helsinki y llenemos las aulas de finlandeses.
Y aunque el autor convoque un referéndum para declararse independiente en la república de la sosería, el mutismo y la inexpresividad, estos artículos quedan muy lejos de ser sosos, hablan por sí solos y resultan la mar de expresivos y expansivos: que lo mismo estamos en el Espolón que por las calles de Madrid o por cualquier villorrio de gira con P.
Apartado señalado, el dedicado al fútbol, el Logroñés, Las Gaunas, el Tato Abadía y sus bicicletas.
El añorado Las Gaunas daban la medida exacta de nuestros pequeños sueños razonables.
Habíamos visto regates para huir del hambre y la pobreza, sabíamos que un repentino caño bien tirado permite escapar de la favela, de un potrero pedregoso y suburbial, que la cola de vaca es el camino más recto entre la miseria y la más obscena opulencia, que se finta desde la rabia, que se dribla con el orgullo herido y el cariño colectivo como meta, que se gambetea una y otra vez para burlarse del destino y recordarle a la vida que es muy perra y que a veces se equivoca. Lo que no sabíamos es que hay también otra clase de regates de andar por casa y que sirven para salir de Binéfar. Son regates asonantados para eludir la alopecia, filigranas de arte menor con las que dejar atrás a las suegras draconianas y a los cuñados chanchulleros, modos de esquivar un futuro de madrugones, de infinitas comuniones de orondos sobrinos hiperactivos, de claustrofóbicos veraneos con toda la familia en el apartamentito de Salou. Las bicicletas de Abadía fueron una forma de decirnos a los de Logroño que también para nosotros había esperanza, que era lícito soñar y atreverse. El apocado corazoncito de la provincia guardaba su propia poesía, no por rústica y cautelosa menos seductora. Algo nos vinimos arriba.
Y si abría esta reseña mentando a Camba, díganme si este fino humor no es cambiano a tope:
Un señor que pasea con una barra de pan bajo el brazo y el periódico de la mañana en las manos es el triunfo de la la libertada y la cultura frente a la barbarie.
Hoy más que nunca toca hacerse esta pregunta.
¿Qué es España?
España son sus tardes futboleras de domingo.
Para mí el mejor artículo del libro es Fachas de mierda.
Demócratas de cuando la democracia era un sueño inalcanzable, demócratas de cuando alzar la voz llevaba a la tortura y la cárcel, con pocas bromas, por la vía rápida. Republicanos de los que intentaron construir una república y les dejaron más solos que la una, republicanos de los que perdieron la guerra, la guerra real de las escabechinas, la delación y el paseo hasta cualquier tapia agujereada, los fusilamientos, las prisiones masificadas de tifus y piojos, republicanos de los de treinta años de exilio en vano, a los que hoy nadie recuerda exactamente pero de los que todos quieren sacar provecho para su causa particular. Muertos de todas las ideologías a los que hay que seguir matando cada día, o desenterrando una y otra vez para sacarlos en procesión. Todos, sin excepción, fascistas.
Y acabo con un recuerdo de la niñez que Belmonte me pone en bandeja.
Nuestros Reyes Magos, supongo que por genial inspiración de la cabeza concibió semejante tremebunda mise-en-scène, bajaban de los cielos en helicópteros con toda la pinta de haber sido adquiridos en un desguace soviético.
Muy bueno.