El mundo tangible y gustable le seducía más que los incompletos conocimientos de vida que se vislumbran en el fugaz resplandor de las ideas sacadas a la fuerza, chispas obtenidas en nuestro cerebro por la percusión de la voluntad, que es lo que constituye el estudio. Juanito acabó por declararse a sí mismo que más sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir, o sea aprendiendo en los libros y en las aulas. Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar. La lectura es vida artificial y prestada, el usufructo, mediante una función cerebral, de las ideas y sensaciones ajenas, la adquisición de los tesoros de la verdad humana por compra o por estafa, no por el trabajo.
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De vuelta de Italia (Benito Pérez Galdós)
Benito Pérez Galdós
Gadir Editorial
122 páginas
2013
Al igual que sucede con los diarios, las crónicas de viaje son otra manera de conocer a los escritores, más allá de su novelas de ficción. Benito Pérez Galdós recorrió Italia en 1888 y estas páginas dan testimonio de ese viaje. Benito es humilde, sabe que el camino que él recorre, ya lo han hollado otros muchos antes, otros que han escrito mucho sobre sus periplos, así que él a lo más que aspira es a dar su particular punto de vista sobre lo que ve.
Benito visita Roma, Verona, Venecia, Florencia, Padua, Bolonia, Nápoles y Pompeya. La erudición del autor, se plasma en sus reflexiones sobre el arte, ya sea pictórico o escultórico (y en este aspecto Italia es el paraíso del arte), y también sobre la literatura, con páginas impagables como sus reflexiones sobre esos personajes de ficción como Romeo y Julieta o Don Quijote que llegan a superar incluso a los reales, o lo expuesto por Benito sobre La Divina Comedia de Dante.
Antes de Tripadvisor, Booking y similares, los viajeros se desplazaban bien solos, o en los viajes organizados por Thomas Cook, siguiendo las recomendaciones recogidas en la guía Baedeker, de la que Benito, como hacía Julio Camba en sus Crónicas de Viaje, habla de maravillas, por su rigor, imparcialidad y buen hacer, al proporcionar información de gran utilidad al viajero.
Me hace gracia leer lo que dice Benito de Venecia, poco menos que un oásis de tranquilidad y sosiego, cuando pocos años después, a comienzos del siglo XX, Jean Lorrain aborrecía las multitudes que asolaban la laguna veneciana, en su novela Salvad Venecia.
Hay que contextualizar lo leído pues el Nápoles de 1888 no es el de ahora (al turista no le asaltan miles de personas ofreciéndoles todo tipo de servicios y no parece que más allá de la bondad del clima y de la feracidad del suelo y a pesar de que sus aspiraciones no vayan más allá del pan de cada día como afirma del autor, la pobreza no asome en las degradadas calles del Quartieri Spagnoli), ni tampoco la Italia actual se parece mucho a aquella recientemente unificada.
Esas páginas obran como un documento histórico de gran valor, merced a la sagaz mirada de Benito, que concilia su sabiduría con lo que sus ojos registran (muy potente es la narración de su visita al Vesubio), tal que sus escritos o cartas (publicadas en el diario argentino, La prensa), como las denomina, son amenas, sin caer en lo superficial, superan el tópico, y no abundan en los lugares comunes, lo cual nos permite viajar (gratis) sin movernos del sofá, y disfrutar al tiempo de un periplo corto, fugaz, pero provechoso.