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Consuelo de la filosofía (Boecio)

Más que Consuelo de la filosofía este tratado filosófico de Boecio (ejecutado a los 44 años; c. 480-524) bien se podría haber titulado Consuelo de Dios. Un reo en horas bajas, se lamenta de su infausta situación echando de menos la pérdida de sus riquezas, honores, prebendas… En su auxilio viene la filosofía, la cual a través de diálogos al estilo platónico que mantendrá con el reo intentará abrirle los ojos, para analizar cuáles son las fuentes de su presunta desdicha, y hacerle ver que el afán de riquezas, el rugiente afán de poseer, los reconocimientos, no son más que bienes falsos, un yugo que oprime, como la de esos que creen que el colmo de la felicidad es entregarse al deleite. Para Boecio Epicuro es un licencioso, uno más de aquellos esclavos de sus pasiones, para el cual el placer era el bien supremo. Si abundamos en la obra de Epicuro iremos mucho más allá de este enunciado tan simplón. La filosofía le hace ver que aunque las riquezas permiten paliar las necesidades, no pueden suprimirlas, que los deseos insatisfechos persisten siempre, así como la insaciable codicia. Le invita a no dejarse seducir por los cantos de sirena de la popularidad, pues según ella -la filosofía- el favor popular ni siquiera es digno de mención porque no procede del discernimiento y jamás es constante. En resumen, que las riquezas no dan la libertad de espíritu; ni los reinos, el poder; ni los honores, la respetabilidad; ni la fama, la gloria; ni los placeres, la felicidad.

Para Boecio Dios es el principio, el creador, el señor, el guía, el camino y la meta, es único, inmediato, inmortal, eterno (que Dios es eterno es lo que cree cualquiera que tenga uso de razón), y ya se encarga él de premiar a los buenos y castigar (azotar, dice) a los malvados. El hombre ha de ser virtuoso, porque se advierte que la salud del alma es la virtud y la enfermedad, el vicio. Aquí el alma es inmortal, el cuerpo una prisión, sometida a toda tipa de pasiones y prisones.

El libro dividido en cinco libros dedica el último de ellos a hablar de la Providencia, y el libre albedrío. Leo: Los hombres son libres para actuar bien o mal. La mirada de Dios, que lo contempla todo desde lo alto, identifica la naturaleza de los futuros actos y determina los premios a los buenos, así como los castigos a los malos […] Apartaos de los vicios, cultivad las virtudes, dad a vuestra alma esperanza y dirigid vuestras humildes plegarias a los cielos.

La mayor parte del libro me recuerda muchísimo a las palabras recogidas en el libro Cartas a Lucilio de Séneca. Y en cuanto a la semejanza con los diálogos platónicos prefiero ir a los diálogos de Platón. Boecio recurre a citar y sustanciar su pensamiento en los escritores que le han precedido: Cicerón, Aristóteles, Séneca, Ovidio, Platón, los mitos griegos y la sensación que tengo al leer es la del refrito, aunque sí me acojo a algo que he leído: la sabiduría consiste en llevar una vida bondadosa, digna y respetable.

Acantilado. 2020. 194 páginas. Traducción de Eduardo Gil de Bera.