Ich träumte von bunten Blumen/ so wie sie wohl blühen im Mai
Soñé con flores multicolores/ Tal como florecen en mayo;
Wilhelm Müller, Winterreise.
Escribo esto como si nadie fuese a leerlo, Robert Walser.
Son estas las dos citas que principian la novela. La de Walser, casa con el espíritu ascético de la novela.
Viaje de invierno (2009), junto a El refugio (2014) y La mano de nieve (2015) creo que conforman una suerte de trilogía, atendiendo a sus personajes, temática y espíritu.
En Viaje de invierno el protagonista es Paco. Paco huye del mundanal ruido, va en búsqueda de un lugar apartado, casi recóndito, en el que poder disponer a su antojo de todo el tiempo del mundo. Tiempo que irá destinado a pasear, pintar con sus acuarelas y descansar. A tal fin, alquila una casa para varios meses, a través de una inmobiliaria y un angelical agente; casa a la que se accede por una pista forestal.
Como en las otras dos novelas, el personaje es alguien solitario, excéntrico, hermético, sin apenas lazos filiales (padres, hermanos, hijos, parejas…), pues pasan las semanas, los meses, sin que nadie reclame su presencia.
En el deseo de vivir una aventura, una experiencia que pueda luego rememorar con gozo, su estancia en la casa la llevará al límite. Como apunta el título, se trata además de Un viaje de invierno. Las condiciones climatológicas serán una fuerza opuesta al bienestar, en tanto que el frío reinante exigirá butano o leña para tener caldeada la casa, el salón o la habitación en la que pernocte. Los días serán cortos de luz, las noches muy frías.
A través de treinta y dos capítulos cortos (si buscamos el símil con la pintura, podríamos calificarlos como “estampas”), y a modo de diario, Paco nos irá refiriendo su día a día, sus caminatas por la Sierra de Segura, buscando emplazamientos para pintar. Brilla ahí la buena mano de Manuel Fernández Labrada en las descripciones de los paisajes, muy vívidos, por ende, para el lector. Su pasado es un búnker: apenas deslizará Paco algún detalle sobre su padre, también aficionado a la pintura (los dibujos de Paco establecerán un imposible diálogo con su progenitor; recorrerá sus mismas huellas para pintar lo mismo que él pintara), o acerca de una pareja que tuvo, y con la que realizó una excursión nocturna, similar a la que acometerá Paco en solitario, y no exenta de riesgo, llevando la situación al límite. Llevará a cabo Paco alguna lectura, pero aquí leer se convierte en algo poco placentero, por mucho que el libro que maneje sea Viaje a Italia, de Goethe.
Un porvenir el de Paco prosaico, nada heroico. No pensemos en gestas extraordinarias. Sin embargo, la naturaleza, la vida al aire libre (donde el presunto silencio se ve hecho añicos por los aviones que surcan el cielo por encima de su cabeza y vomitan su ruido sobre él), al ser arrostrada puede convertirse en una lucha por la supervivencia, si falta el alimento, la bebida, cuando la leña está húmeda y no hay gas ni energía para salir de la inacción, y la nieve corta la comunicación con el mundo exterior y se carece para más inri de móvil, y la chica que Paco conoce, una tal Laura (personaje que actúa como fuerza contraria a la pretendida soledad de Paco, ya que algo en su interior parece querer anhelar la compañía, la conversación, al “otro”), podría ser casi la única persona capaz de amarrar a Paco con el mundo real, si bien en la mente de este parece adquirir la forma de una fantasmagoría, de un espejismo, fruto de un delirio.
En ese trance, vivir o morir es una moneda echada al aire.