Corazón de nieve (con traducción de Alicia Martínez) le supuso a Bobin (1951-2022) el Goncourt de Poesía en 2023, sin embargo, aquí se nos ofrece el texto como un relato muy breve. Son menos de cuarenta páginas en formato de bolsillo. Si la Navidad es el tiempo de la esperanza, Bobin ofrece un relato amable, algodonoso, esperanzador, en el que los copos de nieve, en nuestro interior nos llenan de dicha, alegría y bienestar y además son capaces de transformarnos, al entender que la felicidad de los seres que queremos, que también queremos sea la nuestra, puede ser con ellos a nuestro lado o no.
Bobin pondera cada palabra, en un texto precioso y consolador.
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Christian Bobin
El 24 de noviembre falleció el escritor Christian Bobin. Leí dos libros suyos que disfruté mucho y cuyas reseñas comparto.
Bobin, al igual que otros autores galos como Echenoz, Michon o Modiano se desenvuelve (y envuelve al lector) a la perfección en las distancias cortas. Geai, las aventuras de una sonrisa, editada por Pre-Textos (publicada en Francia en 1998), con traducción de Alicia Martínez, es una fascinante novela de apenas 90 páginas, en la que el espíritu de su protagonista, el joven Albain, me recuerda al que animaba también a los personajes de las novelas de Walser, o al Zollinger de la novela de Pablo d´Ors.
Albain vive en un pequeño pueblo del interior de Francia, y tiene la particularidad de que ve y puede hablar con los muertos. En concreto, aquí, una muerta, Geai, guarecida bajo una fina capa de hielo, desde hace nada menos que dos mil trescientos cuarenta y dos días…cuando comenzó a sonreír, pero el suyo no es un ente maligno, un yo desdoblado como el de las ánimas de Curón.
Albain tiene pájaros en la cabeza, o eso le dicen todos, demasiados, tantos que su proceder “extraño” lo hermana con el tonto del pueblo que siempre hay uno (al menos en la literatura) en cada villorrio.
Albain no hace planes, no tiene expectativas, ni proyectos, todo cuanto lo circunda es para él objeto de misterio, sorpresa y fascinación. Esa mirada ingenua, desprejuiciada es la clave de la novela. Cuando Albain crece, y se abre a la vida adulta, su espíritu se mantiene intacto, incólume. Trabaja de comercial y se convierte en un excelente vendedor, sin buscarlo ni pretenderlo, sin forzar la situación, simplemente escuchando, ofreciéndose como un válido y solvente interlocutor; a fin de cuentas el cliente asume a Albain como un padre confesor, que le ofrece no la salvación pero sí un consuelo en su escucha, gratificada ésta con la compra de unas cacerolas.
La distancia que separa a Albain de Geai, su particular ángel de la guarda, es la misma que lo acerca a dos mujeres, madre e hija, en las que el joven encontrará la horma de su zapato. La sonrisa de Geai es la posibilidad de Albain de abrirse al mundo, no ya como testigo mudo sino como parte de él, no con ánimo de dejar huella alguna, él, que nada anhela ni necesita, pero sí bendecido y asperjado ahora por los dones que la vida ofrece a quien tiene los sentidos aguzados y el ánimo dispuesto, como aquí es su caso.
Geai deviene una sucinta y preciosa fábula moral situada en el linde entre el más aquí y el más allá, que nos habla al oído y (a)morosamente de la manera en la que Albain logra sustraerse a ese día a día en el que nos sumimos y consumimos, orgullosos y aturdidos en afanes varios.
Pre-Textos
Traducción de Alicia Martínez
Año de publicación: 2019
92 páginas
Si los libros valiosos son aquellos que nos enseñan a mirar de otra manera, este de Christian Bobin es uno de ellos.
Bobin se enfrenta a la enfermedad de su padre, el alzheimer y reflexiona sobre cómo la sociedad dialoga con la muerte, siempre orillándola. Cómo el progreso, los avances técnicos y tecnológicos, permiten un control exhaustivo de la enfermedad, dejando al enfermo de lado, al menos en el plano emocional, afectivo.
Su padre va a parar a una residencia donde recibe los cuidados básicos, pero Bobin reivindica aquello que nos hace humanos: la atención, el afecto, una mirada, una caricia, un silencio compartido, dado que la indiferencia ajena nos despersonaliza y nos convierte en objetos.
En esa mente en ruinas que el alzheimer va devastando, Bobin, entiende esa pérdida, ese despojamiento como un tránsito hacia la pureza, hacia esa situación en la que ya no hay defensas, ni asideros. Un lugar donde los recuerdos y el lenguaje ya no son posible, un territorio virgen por tanto, donde la relación afectiva, cambia, y donde el enfermo, necesita compañía, la presencia del otro, algo tan sencillo como verse acompañado, aunque como dice Bobin, por parte de muchos cuidadores y profesionales médicos tenga que escuchar, que de poco sirve estar al lado de alguien con la cabeza ida.
Si interesante es casi todo lo que Bobin refiere sobre la enfermedad de su padre, igual de interesante es la entrevista que le hacen a Bobin, donde sigue este dando la importancia que cree que merece a algo como la atención. Y pone el ejemplo de un filósofo que en su compañía estaba mirando a menudo el móvil, viendo así si le entraba algún mensaje «urgente«. Dice Bobin que cuando está con alguien, compartiendo su espacio, hilando sus miradas, lo urgente es el otro, a quien se ve en la obligación, que no es tal, de prestarle atención. Razón lleva Bobin, porque hoy las redes sociales, nos ponen en contacto con personas a las que no conocemos, y es posible que nunca conozcamos presencialmente, mientras depauperan las relaciones con nuestros seres más cercanos, más próximos, más queridos, que nos ven emboscarnos y precipitarnos por toda suerte de pantallas, que nos evaden tanto como nos separan de los afectos más inmediatos.
Las fotos en blanco y negro, de Maribel Suárez, que cierran el libro, esos rostros surcados de arrugas, curtidos, sarmentosos, como una faz de la tierra hollada y exhausta, son de una belleza .
Un libro este de Bobin -autor al que quiero seguir leyendo- cuando menos conmovedor.
Dejo unos párrafos que he disfrutado especialmente.
«Es imposible proteger de la desgracia los que queremos: he tardado mucho tiempo en entender una cosa tan simple. Aprender siempre es amargo, siempre a nuestra costa. No me arrepiento de esta amargura».
«Necesito siempre algunos minutos para ir a su paso y unirme a él en esa lentitud propia del principio y el final de la vida».
«El árbol delante de la ventana y las personas de la residencia tienen la misma presencia pura -sin defensa alguna ante lo que les sucede día tras día, noche tras noche».
«En este mundo que no sueña más que con la belleza y la juventud, la muerte no puede venir más que a hurtadillas, como un servidor desagradable al que se le hace entrar por la cocina».
El Gallo de oro. 2017. 120 páginas. Traducción de Alicia Martínez
Geai, las aventuras de una sonrisa (Christian Bobin)
Bobin, al igual que otros autores galos como Echenoz, Michon o Modiano se desenvuelve (y envuelve al lector) a la perfección en las distancias cortas. Geai, las aventuras de una sonrisa, editada por Pre-Textos (publicada en Francia en 1998), con traducción de Alicia Martínez, es una fascinante novela de apenas 90 páginas, en la que el espíritu de su protagonista, el joven Albain, me recuerda al que animaba también a los personajes de las novelas de Walser, o al Zollinger de la novela de Pablo d´Ors.
Albain vive en un pequeño pueblo del interior de Francia, y tiene la particularidad de que ve y puede hablar con los muertos. En concreto, aquí, una muerta, Geai, guarecida bajo una fina capa de hielo, desde hace nada menos que dos mil trescientos cuarenta y dos días…cuando comenzó a sonreír, pero el suyo no es un ente maligno, un yo desdoblado como el de las ánimas de Curón.
Albain tiene pájaros en la cabeza, o eso le dicen todos, demasiados, tantos que su proceder “extraño” lo hermana con el tonto del pueblo que siempre hay uno (al menos en la literatura) en cada villorrio.
Albain no hace planes, no tiene expectativas, ni proyectos, todo cuanto lo circunda es para él objeto de misterio, sorpresa y fascinación. Esa mirada ingenua, desprejuiciada es la clave de la novela. Cuando Albain crece, y se abre a la vida adulta, su espíritu se mantiene intacto, incólume. Trabaja de comercial y se convierte en un excelente vendedor, sin buscarlo ni pretenderlo, sin forzar la situación, simplemente escuchando, ofreciéndose como un válido y solvente interlocutor; a fin de cuentas el cliente asume a Albain como un padre confesor, que le ofrece no la salvación pero sí un consuelo en su escucha, gratificada ésta con la compra de unas cacerolas.
La distancia que separa a Albain de Geai, su particular ángel de la guarda, es la misma que lo acerca a dos mujeres, madre e hija, en las que el joven encontrará la horma de su zapato. La sonrisa de Geai es la posibilidad de Albain de abrirse al mundo, no ya como testigo mudo sino como parte de él, no con ánimo de dejar huella alguna, él, que nada anhela ni necesita, pero sí bendecido y asperjado ahora por los dones que la vida ofrece a quien tiene los sentidos aguzados y el ánimo dispuesto, como aquí es su caso.
Geai deviene una sucinta y preciosa fábula moral situada en el linde entre el más aquí y el más allá, que nos habla al oído y (a)morosamente de la manera en la que Albain logra sustraerse a ese día a día en el que nos sumimos y consumimos, orgullosos y aturdidos en afanes varios.
Pre-Textos
Traducción de Alicia Martínez
Año de publicación: 2019
92 páginas
Yo no quiero nada
Geai (Christian Bobin). Pre-Textos. Traducción de Alicia Martínez.