Pocas cosas son capaces de conmovernos tanto como la muerte de un hijo. La novela de Maggie O’Farrell (con traducción de Concha Cardeñoso) es, en gran medida, el relato de un duelo. La manera en la que una madre, Agnes, afronta la muerte de su retoño: el pequeño Hamnet. El padre de la criatura es Shakespeare (pero aunque se llamase John Done, el resultado sería casi el mismo, a no ser por su final, en la que realidad y ficción se (con)funden). Figura que resulta velada, alejada. Nacen sus hijos, y él para sentirse vivo ha de poner tierra por medio. Los hijos, las tareas domésticas, la cercanía de sus padres son un pozo negro en el que se ve sumido y del que necesita salir para así poder respirar y darse a su pasión: la escritura.
La crianza de los tres hijos corre a cargo de su mujer. La novela comienza con la convalecencia de su hija Judith. Parece que va a morir. Su hermano mellizo Hamnet, haría cualquier cosa por salvar su vida y entregar la suya a cambio. Literal. La narración hace confluir la historia presente, la enfermedad de Judith (la peste como contexto) con el momento en el que Agnes conoció al preceptor de latín y de aquellos polvos estos lodos.
La narración es ágil, telegráfica. Las frases son cortas (¿saben de esa sensación en la que vas quitando frases, una tras otra, y aquello “resiste” igual?). El lenguaje resulta eficaz (si la pretensión de la autora fue la de dejar el rostro del lector como una parabrisas, sin dar abasto ante un brutal aguacero). El tema elegido es uno de esos que conciernen a todo pichigato. Nada es más desgarrador que ver morir a un hijo, asistir a su final, velarlo y luego amortajarlo, para ver como desaparece entre terrones de tierra. Y luego la ausencia, el dolor, el duelo…
Si, todo esto es emocionalmente dramático, desolador, desgarrador (sumemos todos los epítetos que queramos), pero la novela, en términos literarios (más allá de la capacidad que tiene la literatura para crear personajes de ficción más reales que los propios), me ha dejado tan frío como si mi naturaleza hubiera devenido permafrost.