El libro del autor austriaco Daniel Glattauer está concebido como una declaración de amor, soterrada eso sí, entre un hombre llamado Leo y una mujer de nombre Emmi, la cual quiere darse de baja en la suscripción de una revista y que envía un mensaje a tal fin, llegando el correo a otro destinatario, un tal Leo, que responde a la primera poniendo en su conocimiento que ha envíado mal el correo. Este hecho a priori azaroso e intranscedente, se convierte en el preludio de un intercambio de correos, asumido como un juego por ambos, donde a medida que pasan los días, y el contenido de los mensajes se vuelva cada vez más íntimo y personal, paralelo a esas existencias reales; Emmi está casada y tiene dos hijos, y Leo tiene amigas y novias casuales, esa relación virtual irá tomando fuerza, ocupando cada vez más espacio en sus cerebros, en sus pensamientos, convirtiéndose para ambos casi en una obsesión.
Los meses transcurren y durante casi dos años, sin llegar a verse las caras, ese inminente encuentro parece que por a o por b, nuncá podrá realizarse. El autor controla bien los diálogos, resultan ocurrentes, chispeantes, a veces son un mero tránsito, un coger impulso para lo que avecina. Lo que se lee, conmueve, resulta tierno, cariñoso, sarcástico, cruel a veces, porque Emmi dice lo que piensa, mientras Leo sabe encajar los golpes y así como lector eres testigo de excepción de cómo surge el amor escrito, el enamoramiento virtual del otro, el corazón encabritado ante una pantalla de ordenador, donde el correo del amado es casi como tocar el cielo con las manos. Quien nunca haya enviado un correo electrónico esto seguramente le resulte una sandez o no, a saber, pero si usas este medio y alguna vez has empleado esta herramienta como arma de seducción, es de ley valorar el mérito de Glattauer de sacar adelante un libro de estas características sin caer en la ñoñería o en la fantasía. Dicho queda. La continuación a este libro se ha publicado cinco meses más tarde a finales de noviembre de 2010, y se titula Cada siete Olas.